Jueves, 09 de Octubre 2025

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Bajo la pérgola el claroscuro, más marcado, de las enredaderas anuncia el talante de la estación que regresa. Procesiones de nubes oscuras vienen a dejar las primeras aguas. El jardín respira y reconoce la temporada de lluvias que recién comienza. Dos zanates, azules de tan negros, juegan a perseguirse, y sus raudos vuelos dejan trazos de júbilo en el jardín. Una chuparrosa solitaria cumple su oficio con ejemplar esfuerzo. Toda la verde maquinaria cambia su régimen y las frondas recortan una silueta más decidida sobre los cielos cambiantes.
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Danza la bailarina sobre la terraza, y cuenta con sus giros la latitud del día. Baila para la alegría y baila para la gracia. Al fondo la ciudad se extiende hasta el horizonte y parece brillar al contraste de la muchacha que rápida se desplaza. Quizá todas las danzas se tratan de esto, de hacer los días más brillantes y más plenos por la potente armonía de ciertos movimientos que subrayan una precisa música que transcurre y da misteriosos ecos a todo su alrededor.
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De la batea de las postales, dos escenas. En una de ellas, Jean-Siméon Chardin da cuenta, del Filósofo que lee. La atmósfera de la habitación parece cargada de una densidad que expresa la profunda concentración con la que ese hombre atiende a su lectura. Los suntuosos tonos de las vestimentas del filósofo sirven de contraste y dan cuenta de una luz que lo enciende, como sin duda lo ilumina el texto que con pasión sigue. La pluma está presta a las anotaciones y los apuntes que al vuelo puntúan la lectura. Un pardo cortinaje completa la composición, como para subrayar la luz que por el momento busca con pasión el filósofo.

En la otra imagen se mira, bajo una inscripción latina que ennoblece el dintel, una puerta que se abre de par en par al umbral penumbroso. La puerta de recias maderas acentúa el hogar abierto. El zaguán guarda todavía las sombras del día que pareciera promediar. Sin embargo, las losas del piso brillan con una luz que se adivina fugitiva. Al fondo se recorta un cancel que tras de sí anuncia el dominio doméstico. Una verde espesura anuncia el patio bajo una luz más clara. Una secuencia de luces que dan, en un fragmento, la estructura y el ánimo precisos de una casa castellana, austera y a la vez alegre.
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Fotografías contadas. Dos estructuras de concreto, con rigurosa geometría, guardan entre sí una cercana distancia. La proximidad establece una tensión que carga a la imagen de una severidad memorable. La fuga es central, y una línea de cielo otorga una acentuada profundidad a la escena. Desde unos trazos previos a esta materialidad discurre la línea que da razón del vuelo de la imaginación y sus juegos. Es ahora una poderosa presencia, bajo el cielo cambiante, puesta a durar en los vaivenes del tiempo.
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Como la paso, aparece una vieja canción que interpreta, a mediados de los años cincuenta, Perry Como. Se llama, con antiguas resonancias, Se derramó mi copa. Va un ensayo de traducción.
A veces por la mañana cuando hondas son las sombras
Yazgo aquí nomás mirándote dormir
Y a veces murmuro lo que estoy pensando
Con amor mi copa se derramó
A veces por la noche cuando no estás mirando
Considero las pequeñas cosas que sin cesar haces
Y guardo en la memoria los momentos más queridos
Con amor mi copa se derramó
En sólo un momento los dos seremos viejos
Y no notaremos el mundo volviéndose más frío
Y por eso, en estos momentos bañados por el sol
Con amor mi copa se derramó

jpalomar@informador.com.mx

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