Viernes, 10 de Octubre 2025

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Del libro de las adivinanzas: pájaros en el corazón, pájaros en el recuerdo. El árbol, una vieja grevilia, se inclina a su querencia, vencido al fin por la tempestad. Por decenios, cuidó una casa, dio abrigo y gracia a los transeúntes. Una cuadrilla, alegre y dicharachera, llega con ejemplar premura, destroza el árbol, se lo lleva. A seguirle: una primavera esplendorosa tomará ahora la guardia. O eso piensa alguien a quien, según la larga sabiduría del maestro jardinero, se le bota la canica. En un parque cualquiera, avanza una pareja, dos perros, una bicicleta. Se alcanza a oír, para quien pasa, la observación de una paseante de sangre liviana: “¡Qué bonitos se ven!” Se alcanza a ver todavía las caras de azoro de los aludidos. La noche sigue, también liviana.

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Con Dios a la cumbre

Para Daniel Araiza, Fernando Araiza, Patricia Chávez, Fernando, María

Siempre fue arrojado, recio, cariñoso. Tenía una llama en el alma: ir más allá, ir más alto. Y lo hizo siempre. En el corazón de las montañas, en el corazón de quienes lo quisieron. Sus proezas son, serán legendarias. Una cumbre en el Perú al fin, aviesa, se lo llevó. Un último vuelo de cinco centenares de metros. Seguramente en su caída se acordó, con su mismo temple, de sus padres y sus hermanos, de algunas muchachas, de sus amigos. Y de Dios, que, Él, jamás lo soltó de su mano. Rimbaud repite: Quoi?: l´eternité. En el auditorio griego del Instituto de Ciencias se levanta la música de La Misión, ese esencial himno jesuita, se levanta la Hostia sacratísima. Y las lágrimas, las miradas atónitas ante la ejemplar entereza, la elegancia moral de los deudos: qué lección. Alguien piensa que es el momento más alto de ese anfiteatro –que para ese día exacto fue edificado- que hace muchos años levantó con sus manos, esas mismas manos y esos brazos que ahora se abren en abrazos de hermano, por siempre. Daniel Araiza Chávez, ruega por nosotros en la Gloria.

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Un antiguo poeta bisoño hace llegar, desde las manos y la voz de una princesa que cura corazones, un poema. A pesar de los evidentes ripios e ingenuidades, se transcribe: y tal vez por eso.

pero ten cuidado mujer
pájaro débil
                  o efímera flor
o frágil tiempo quebradizo
o única vez en un 
                   único universo
y última palabra 
                    de mi verso último
                    o primero

ten cuidado
que muchos instantes
romperán el verde tierno
                  de tus ojos
                                    húmedos
porque mil silencios
te esperan a la vuelta de tu risa
joven y tan
                                     fresca

cuídate niña
                   que seis veranos 
                    o seis tiempos muertos
                    o seis historias rotas
van desde tu ausencia
hasta tu regreso
intacta y frágil
solitaria y grave
                     quizás…

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Historias de resurrecciones inventadas. Alguien dice: “si apenas te recuperé en octubre, ¿dónde vas ahora?” “Al submarino, contesta el otro, ya sintiéndose el capitán Nemo. Pero no, a donde va es al Sibiu, pintado de negro, como cantaría Jagger el incombustible. No están ni el almirante Nelson, ni el capitán Crane, ni la tripulación. Nomás está él, el sargento Kowalski, quien se da cuenta de que las claraboyas están tapadas, y luego que se va la luz. Navega Kowalski rumbo a la nada, enloquecido. Busca inútilmente salidas, un radio para comunicarse: nada, solo negrura y el balanceo del Sibiu. Como es su costumbre, Kowalski se va a los extremos, y se acuerda de un taladro manual que en alguna parte está. Lo busca dándose de topes contra las escotillas. “O abro un agujero para escapar o me hundo con esta chingadera”, piensa. Pasa el tiempo. Ni taladro, ni un pedazo de pan, ni un poco de agua. Kowalski es católico y se pone a rezar rosarios (siempre lleva uno en la bolsa) sin cesar. Al angustioso final la Virgen se apiada, aparecen misteriosamente una muchacha de pelo rojo, una muchacha teutona, un mocetón güero, un macetón regañón, una señora con un plato de chicharrón, otra muchacha que regresa del muro de las lamentaciones, cinco niños, el doktor K -brutal como siempre, y la Cazadora. Y entonces vuelve la luz. No se está ya en el Sibiu: se trata ahora del verdadero Nautilus de Verne, del submarino amarillo de los Beatles. Y entonces todos cantan: We all live in the yellow submarine, yellow submarine… Kowalski no lo puede creer. Da otra vuelta a su rosario, canta a la gloria del Altísimo, se acuerda de los días en la Serenísima…(fotografía de Alberto Kalach) y sigue la recuperación de octubre.

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De cine. The Stranger, de Orson Welles (disponible en Netflix). Una (¿pequeña?) obra maestra del maestrísimo gordazo. Una historia como de 1946: un buscador de nazis gringo llega a un pueblito del Midwest tras la huella de un horrendo criminal de guerra (Welles, por supuesto). El prófugo se ha disfrazado perfectamente de demagógico profesor y con diabólica habilidad envenena la cabeza de sus alumnos. Además se liga a Loretta Young, tan ingenua ella. Los personajes secundarios son una gozada. Lo que sigue tendrá que averiguarlo el improbable lector para no espoiliarlo aquí. Baste decir que hay una maravillosa parábola con el reloj de la iglesia, y que la trama hace pensar, muy alarmantemente, en el México de hoy. Y que Welles era un muy pinche genio.

Tapatío

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