Jueves, 28 de Marzo 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. La primera luz amanecida llega lentamente como una pálida inundación. La bandera de la Serenísima, húmeda del relente, despliega en tierras lejanas la gloria de ocho siglos de esplendor. El maestro Palacios, rato después, la considera y, en silencio, saca sus conclusiones. Un bastón que cruzó las generaciones titubea entre los macizos de plantas en busca de los nuevos brotes; habrá que poner un rodrigón a esa extraña variedad de drácenas que provienen de la casa abolida. Necesario calzar al columpio, desbalanceado ahora por la sutil topografía del llano de zacate. Dos velas, cuatro amigos, dos niños: fluye la noche mientras Michael Nyman se desempeña desde el cuarto de una sola música y esparce un dulce y tóxico recuerdo al que nadie parece poner atención. El jazmín italiano prosigue sus maquinaciones y cualquier día se viste de una devastadora nevada, de un artero olor.

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Es la terraza del Florian. Los caballos de San Marcos, en la distancia, piafan de impaciencia. No se les olvida su tournée mundial de hace décadas en la que galoparon por el mundo juntando a carretadas dinero para la restauración de su basílica. Luis Barragán los vio, y guardó de por vida el cartel de las nobilísimas cabezas verdigrises. Allí, en Tacubaya, dura hasta hoy. Llega un mesero de los que pertenecen a la estirpe de los más refinados pícaros de la tierra. Los que saben con quién están tratando a la primera mirada, los del largo estilo, la casi imperceptible ironía condescendiente con los patanes en shorts que se animan a sentarse en la terraza más memorable de la plaza de San Marcos. Spritz entonces para el personal, mientras la orquesta se desempeña con interperrita maestría. Alguien se levanta de su mesa, pide a señas un tango: Por una cabeza. El director sonríe, los ejecutantes se vuelven hacia su momentáneo patrono, atacan las notas con sutileza. El rojizo resplandor llena la plaza, los caballos vuelven a piafar. Ganar o perder: siempre por una cabeza, princesa.

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Carlos Enrigue es un lujo de amigo, de abogado, de columnista en éste y cualquier otro periódico. La siguiente es una de las más memorables frases que jamás hayan visitado esas y estas páginas: “Siendo lo mío simplemente esperar y extrañar.”

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No existe la manera de no prosternarse reverencialmente ante la Serenísima. Aqua alta o días serenos, en medio del invierno más húmedo, bajo el sol inclemente del verano; hordas de turistas o no, peste de algunos canales o el olor de los jazmines. San Giorgio Maggiore perdido entre la bruma o nítido como una pintura del Canaletto, extraviados en la red de callejones o bien plantados al pie del Colleone; avistando por una vez al Comisario Brunetti afanado en uno de sus más complicados casos; oyendo a Mahler mientras la Muerte en Venecia se despliega en la memoria cuando se cruza la playa del Lido, acordándose de una película ahora muy borrosa que se llamaba Anónimo Veneciano y de la que se descubren otra vez las locaciones. Acodados al balcón del mejor hotel del planeta bajo un cielo raso pintado por el Tiépolo o víctimas hace tanto de una pensión miserable. Da lo mismo: basta pisar el patio del Palacio de los Dogos, subir por sus escaleras de oro, considerar las armaduras para la cabeza de los caballos o sus tapicerías de delirio: esta es la república de los condottieri más gloriosos que hayan sido, desde donde Marco Polo emprendía sus jornadas. Ciudad de inconmensurables esplendores, de victorias, plagas y saqueos sin cuento.

La ciudad se hunde, apoyada sobre un submarino bosque de columnas de madera que van cediendo al tiempo. El fantasma de Casanova y todas las máscaras, las mujeres más misteriosas que existen, los recovecos de la puñalada o de la centella del amor. Venecia, no queda más que acatar toda su increíble majestad, unir el destino con la de la ciudad que cada día se va muriendo, con la del humano intento para reunir todo el poderío de la belleza con el fasto más refinado, con la música de las mareas que por siempre la mecerán en toda su gloria incombustible.

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Enseñanzas paternas:

El libro que has de leer/ la música que has de oír/ la mujer que has de querer/ han de llegar a ti, ineluctablemente

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Era 1969. Una canción en particular electrizaría ese verano, todos los veranos por venir. La banda se llamaba Procol Harum y nada se sabía de ella. Pero un órgano empezaba una tonada y la sangre se encendía. La canción se llama A whiter shade of pale. Los locutores de Radio Internacional o de Radio Juventud nunca atinaron a traducir el título. Decían “Una pálida sombra” o “Cada vez más pálida”. Como se sabe, quiere decir algo así como “Un más blanco tono de palidez.” Nunca entendimos la letra, y daba lo mismo: cada quien se inventaba una que significaba exactamente lo que se ocupaba. Las muchachas esperaban en las mesas del Club de Yates, y la irrupción de las notas del órgano provocaba la estampida de los muchachos: quién quita y la niña escogida quisiera bailar la tanda. Si suerte había era el vértigo de girar y de ensayar las distancias, los tenues frotamientos, los perfumes recién descubiertos, las palabras perdidas en la noche, las dulces cicatrices ya imborrables.

Una aproximativa traducción de la letra pudiera ser algo así: Evitamos el fandango ligero/ nos volvimos ruedas de carreta sobre el suelo/ Me sentía como mareado/ Pero la multitud gritaba por más/ El cuarto ronroneaba más fuerte/ Mientras el techo voló/ Cuando pedimos otro trago/ El mesero trajo una charola// Y así fue como más tarde/ cuando el molinero contaba su relato/ que su cara, al principio sólo fantasmal/ se volvió un más blanco tono de palidez// Dijo: ‘no hay razón’/ y la verdad es evidente/ pero vagué entre mis naipes/ y no la dejaría en paz/ una de dieciséis vírgenes vestales/ que marchaban hacia la costa/ y aunque mis ojos estaban abiertos/ bien podrían haber estado cerrados// Y así fue como más tarde/ cuando el molinero contaba su relato/ que su cara, al principio sólo fantasmal/ se volvió un más blanco tono de palidez// Y fue así como más tarde… Muy pacheca letra, como se podrá comprobar. Pero dentro de la que, como tanta buena poesía, cabe lo que el espectador mejor prefiera. Y es así como cupieron tantos arrebatos, tantos desvelos de la primera juventud, oyendo sin cesar a Procol Harum. Es así como, al día de hoy, se siguen oyendo…

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Futbol: tv on the radio. Tanto está en juego. Tantos niños cuyos párvulos entusiasmos dependen de once pares de nacionales piernas. Todo un país, tan necesitado de concordia y cordura, pendiente de las pantallas sobre las que es posible escribir la epopeya vestida de verde. El Chicharito deja escrita, frente a la mamona y condescendiente jeta de un comentarista de güeva, una frase para la historia patria: “Imaginémonos cosas chingonas, carajo.” Y así, por lo pronto, la andan haciendo estos muchachos en el Mundial de Rusia. Los teutones mordieron el polvo, también los coreanos. El cuarto partido está asegurado, iremos, seguramente, por el quinto. Así sea para nomás callarle el hocico a tanto acomplejado malaleche, así sea sobre todo para que los niños de este país no crezcan con la lápida de perdedores tan cara a la raza de bronce. Así que, por momentos es tanta la tensión, que se prefiere a la obviedad de la televisión oír en el viejo radio los partidos mientras alrededor el jardín sucede. (Pequeño recordatorio: Carlos Vela, el Chícharo Hernández y Carlos Salcedo salieron de las Chivas.) À suivre…

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Lo dijo Hunter S. Thompson: “Brindemos por los placeres animales, por el escapismo, por la lluvia sobre el tejado y el café instantáneo, por el seguro de desempleo y las fichas de la biblioteca, por el ajenjo y los rentistas buena gente, por la música y los cuerpos tibios y los anticonceptivos…y por la buena vida, sea ésta lo que sea y donde quiera que suceda.”

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A rose is a rose is a rose is a rose… Cuentan que alguna vez le preguntaron a T.S. Eliot por el significado exacto de los versos que arrancan sus Cuatro Cuartetos. Así van: 
 

Time present and time past
are both perhaps present in time future
and time future contained in time past.

Eliot reflexionó un ratito, y contestó: “Lo que quise decir, exactamente, fue:

Time present and time past
are both perhaps present in time future
and time future contained in time past.”

Seguramente, Eliot no hubiera aprobado esta tímida traducción:

Tiempo presente y tiempo pasado
ambos quizá presentes en el tiempo futuro
y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.

jpalomar@informador.com.mx

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