Jueves, 18 de Abril 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. El maestro jardinero establece una cuidadosa estrategia contra el letal muérdago. Calcula la táctica, mide los medios. Escaleras, operadores, tijeras, horarios. Todo para evitar que la grevilia siga el triste destino que acabó con el magnolio del rincón de las inscripciones. I am for life around the corner/ that takes you by surprise, cantan los Roxy Music, por mientras. El maestro calla y mide la batalla, él que ha sido siempre victorioso. Cuando la situación es complicada repite su frase ritual: “Está misterioso, arquitecto.” Pero a cada enigma termina por darle solución, una salida inesperada, sencilla y brillante. El jardín florece.

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Dylanesca. El explicable reconcomio del Premio Nobel. Muchas voces airadas o dubitativas se alzaron cuando al bardo de Minnesota le dieron la siempre discutible y frecuentemente polémica presea sueca. Se le reprochaba a Dylan ser cantante y no poeta “puro”. Como si la poesía no hubiera empezado con el canto, si canto y poesía no estuvieran inextricablemente unidas. Pero, como mera muestra, va una traducción de una de las canciones claves del disco de 1975: Blood in the tracks. Se llama Shelter from the storm. Atendiendo bien, quizá sea una refinada y patente alusión a la Magdalena, al mismo Cristo…

Refugio en la tormenta

Fue en otra vida, una de brega y sangre
Cuando la negrura era una virtud y el camino era lodoso
Vine de lo salvaje, una creatura vacía de forma
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

Y si paso por aquí de nuevo, puedes tener seguridad
Siempre haré lo mejor por ella, de eso doy mi palabra
En un mundo de muerte de acerados ojos y de hombres que pelean por el calor
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

Ni una palabra se dijo entre nosotros, poco era el riesgo enfrentado
Todo hasta entonces había quedado irresuelto
Intenta imaginar un lugar donde siempre hay seguridad y calidez
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

Estaba destrozado de cansancio, sepultado por el granizo
Envenenado en la espesura y reventado en la brecha
Acosado como un cocodrilo, devastado en el maizal
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

De repente me volví y allí estaba ella parada
Con brazaletes de plata en sus muñecas y flores en su pelo
Tan grácilmente caminó hacia mí y retiró mi corona de espinas
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

Ahora un muro nos divide algo se perdió
Demasiado tomé por dado confundí mis señales
Nomás pensar que todo empezó en una remota mañana olvidada
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

Bien el aguacil camina sobre clavos y el predicador cabalga
Pero nada tanto importa es la fatalidad la que de veras cuenta
Y el enterrador tuerto sopla una fútil trompeta
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

He oído a los recién nacidos gemir como una paloma herida
Y a los viejos con dientes rotos varados sin amor
¿Entiendo tu pregunta hombre es esto desesperado y funesto?
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

En un pueblito sobre la colina apostaron por mis vestiduras
Alegué por la salvación y ellos me dieron una dosis letal
Ofrecí mi inocencia y fui tratado con el escarnio
“Ven”, ella dijo, “Te daré refugio en la tormenta”
Bien vivo en otro país pero avanzo a cruzar la frontera
La belleza camina sobre el filo de la navaja algún día la haré mía
Si nomás pudiera devolver el reloj hasta cuando Dios y ella nacieron
“Ven” ella dijo “Te daré refugio en la tormenta”

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Quizá no sea tan aventurado afirmar que mucha de la mejor poesía contemporánea viene del folk, el blues y el rock. Multitud de canciones perfectas así lo prueban. Canciones que son la iluminación y el refugio para millones de hombres en todo el planeta. Un solo ejemplo, entre miríadas: Yesterday, de los Beatles. En ellas, letra y música parecen indisolubles. Pero si, con atención, se lee independientemente la letra, ésta evoca naturalmente la música con la que fue compuesta. Sin embargo, al pronunciar el poema en voz alta, los puros sonidos convocan otras muchas músicas, adquieren ritmos y resonancias insospechadas, transmiten el frisson nouveau que Baudelaire buscaba. Es extraño que esto sea ignorado y negado por tanta gente, aún por poetas y estudiosos. De esta negativa proviene el rechazo al reconocimiento de Dylan. Mala tarde. Quien tomara su nombre, precisamente de Dylan Thomas, un excelso vate galés, continúa interperrito. Con gesto irónico y quizá compasivo, mandó a Patti Smith a recibir el premio, a cantarle a los reyes y sus séquitos una de sus canciones incombustibles, definitivas. Luego, displicente, entregó un impecable discurso que fue duramente cuestionado, por las mismas razones de envidia y reconcomio. Tomó el botín, bandido siempre, y sonrío. Seguramente se lo jugó en un garito, se lo regaló a los necesitados, se compró otro Rolls-Royce. Tanto da. Bob Dylan le ha dado a la humanidad, como Homero, nuevas maneras de cantar su suerte, de buscar el consolamiento, de celebrar el gozo, las sombras, las penas y la vida. Poco más es lo que se puede pedir a un poeta: pocos son los que lo logran.

Chucho Reyes Ferreira en sus últimos años, con biombo y perro. El biombo es idéntico al que hace muchos años hiciera en la carpintería penumbrosa, con la ayuda del maestro carpintero y ebanista Pablo Santillán Luna, un señor que ya no está. Ese sutil recurso espacial, esa celosía móvil (jalousie en francés) operó durante decenios en dos entrañables casas desaparecidas. Como el resto de la heredad, fue jugado a suertes. Quien se lo llevó quizá sepa que cada estrella mozárabe que hace su tejido de cedro representa horas de esmero y cuidados, que por esas aberturas el aire y la vida cruzaron a lo largo de medio siglo. Que el biombo conserva todas las alegrías, las penas, los gozos, los pleitos y los duelos que por esa constelación atravesaron. Tal vez sepa que cada estrella es la premonición de la ventura y la dicha, de los trabajos de la vida. Ad astra per aspera… Como de este biombo, es posible hablar de todos los vestigios ahora dispersos, de los designios y los diseños que a lo largo de su vida el señor que ya no está quiso dejar a su larga descendencia, sobre todo a los nuevos niños, los que, mirando por la red estrellada, hubieran guardado un tesoro, entender sin saberlo la vastedad del cielo, la amplitud y la esperanza de sus vidas.

DR

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