Jueves, 28 de Marzo 2024

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Demasiados cadáveres urbanos

Por: Rosa Montero

Demasiados cadáveres urbanos

Demasiados cadáveres urbanos

Comprar online es cómodo, económico, eficiente... Pero si nos rendimos sin condiciones al comercio digital, fulminaremos las tiendas vecinales

Qué elocuentes son las grandes ciudades. Están llenas de palabras, de información, de historias. Es la narrativa del asfalto, una lectura que suelo practicar porque camino mucho. Y resulta que en las últimas semanas he podido ver, andando por Madrid, tres mensajes muy tristes. El primero lo encontré en la calle de Claudio Coello y estaba en una pequeña tienda de ropa, The Hip Tee, que yo no conocía; vendía bonitas camisetas de alegres colores y era un local luminoso y coqueto, con un minúsculo corazón rosa de neón sobre la puerta. Cubriendo de arriba abajo el vidrio del escaparate, un texto en rojo: “LIQUIDACIÓN POR CIERRE. Después de diez años trabajando con mucha ilusión nos despedimos con todo el cariño. En esta época donde todo cambia tan rápido, os dejamos nuestras camisetas, que fueron hechas para que las disfrutéis mucho tiempo. Nos vamos y os damos las gracias porque sois las mejores clientas del mundo. Os echaremos de menos”. Cuánto mimo, cuánta lucha, cuánta ilusión tenaz se adivinan en el texto, en la inocencia del corazón de luz, en la voluntad de hacer las cosas bien y en esas palabras tan conmovedoras. Es el dolor de los sueños perdidos, el ruido a cristales rotos del fracaso.

El segundo me tocó aún más de cerca, porque se trataba de un local al que yo solía ir, una diminuta tetería de la calle de Ibiza llamada “Bread and Breakfast”. Tenía cuatro mesitas, un precioso suelo de antiguas baldosas hidráulicas, buenos pasteles. Un día quedé con alguien ahí y al llegar me lo encontré cerrado. Y de nuevo la narración punzante escrita en blanco sobre el cristal de la puerta: “Lugar de lecturas con aroma de café, punto de citas románticas y de escapadas… Hoy, después de cinco años, dice adiós para siempre…”. Cómo pesa ese “para siempre” sobre los hombros, cómo aprieta el corazón esa muerte pequeña de un negocio obviamente creado con amor, sostenido con sobrehumano esfuerzo, abandonado al fin porque ya no hay futuro ni esperanza. Lo que me lleva al tercer mensaje. Lo vi en una pequeña tienda de artículos para mascotas en la calle de Menéndez Pelayo. Se llamaba “Lola y Matías”, y en la fachada mostraba el dibujo de dos perros sonrientes y dos florecitas con la leyenda “Beautiful Day” (“Hermoso día”). Una tarde, para mi sorpresa, encontré el local abandonado. Y alguien había escrito con aerosol negro junto a los perros un demoledor dictamen: “Fake News”. Sí, desde luego, la alegría pueril del “Beautiful Day” no se correspondía con el escaparate cegado con papel de estraza. La felicidad, nos gruñía esa pintada, es una noticia falsa.

Supongo que los dueños, sin duda jóvenes, de estos tres comercios se sentirán así, como si hubiera atardecido para siempre. Quisiera mandarles ánimos y decirles que la vida es muy larga y que los humanos somos capaces de reinventarnos mil veces. Pero no escribo este artículo sólo para solidarizarme con ellos, sino para espantarme de lo que estamos haciendo. Esos cadáveres urbanos son nuestros muertos. El comercio online está acabando como un fuego con los pequeños negocios. No es casual que me haya topado con tres cierres en tan sólo unos días: en Madrid hay 14 mil locales vacíos. En 2018, en España desaparecieron casi siete mil comercios; en 2017 fueron 10 mil. Sí, yo también compro online, lo confieso. Es cómodo, económico, eficiente… Pero si nos rendimos sin condiciones al comercio digital, como ya hemos hecho, fulminaremos las tiendas vecinales y no sólo destruiremos miles de puestos de trabajo, sino también nuestra vida tal y como la conocemos. Las calles serán mucho más tristes e inseguras sin comercios; de hecho, ya lo son, porque los barrios de nuestras ciudades se están quedando apagados, solitarios, desabastecidos. Y cuando los gigantes online nos tengan en su mano, cuando hayan devorado a los pequeños y carezcan de competencia, entonces empezarán a cobrarnos los envíos y nos subirán los precios lo que quieran. Verán, no quiero acabar con Amazon en absoluto, pero no me parece lógico que en el último año haya multiplicado por 10 sus beneficios. Que ganen un poco menos y que sobreviva el comercio humano. Por todos los santos, desenchúfate del maldito ordenador y sal a comprar a la tienda de enfrente.

© ROSA MONTERO / EDICIONES EL PAÍS, SL. 2019. Todos los derechos reservados.

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