Jueves, 25 de Abril 2024

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De viejos planos que hacen entender la ciudad ahora

Por: Juan Palomar

De viejos planos que hacen entender la ciudad ahora

De viejos planos que hacen entender la ciudad ahora

112 años han pasado sobre la ciudad. Su superficie se ha multiplicado muchas veces. No así su calidad: esto es más que evidente. Sin embargo, en estas cuantas manzanas, en estos breves trechos que bastaban para recorrer del centro al campo circundante se pueden encontrar las claves genéticas, ahora distorsionadas, alteradas o casi disueltas que hicieron que, a esas alturas de 1905, Guadalajara fuera una ciudad en muchos sentidos ejemplar. Pero esas claves genéticas allí están, a pesar de todo.

Existen muchas gentes de mentes más bien simples a las que les gusta repetir que el “hubiera” no existe. Aplicando ese dicho, cualquier aprendizaje del pasado se cancela, cualquier reflexión crítica del devenir histórico se deja de lado. Es indispensable aprender del pasado para no repetir sus errores, para enderezar un presente más adecuado y justo. Para planear un futuro más propicio para los tapatíos de hoy, del mañana.

Algunas consideraciones: casi todos los cauces naturales subsistían y eran respetados. Apenas había comenzado el fatídico embovedamiento del río de San Juan de Dios, pero la mayor parte de su curso corría libremente. La Alameda formaba una isla entre los dos brazos del río, y prometía una factible extensión sobre toda esa área y sus aledaños (parque norte). Desde 1888 había llegado el ferrocarril, concluyendo su trazo hasta la mera espalda del Convento de San Francisco. El lago del Agua Azul ocupaba le extensión de, más o menos, cuatro manzanas. Era perfectamente posible reunir todos los terrenos circundantes y formar un extraordinario parque sur. Entre ambos parques, y de sur a norte, consolidar el saneamiento del cauce del río y así formar un estupendo paseo, conservando el río y todos los puentes.

Los cauces que conformaron las barranquitas de Mezquitán seguían, lógicamente, libres de construcción, así como el del arroyo del Arenal, que corría también hacia el Agua Azul. Las primeras colonias de poniente –Francesa, Moderna, Americana– se integraban razonablemente al tejido histórico, introduciendo nuevas y compatibles tipologías constructivas.

Casi se acababa de estrenar, al sur del barrio de Mezquitán, la fracción oriente del panteón del mismo nombre. Aparentemente se proponía algún tipo de ordenamiento nuevo para ese histórico contexto de Mezquitán. Subsistían dos grandes y monumentales edificios que debieron haber sido núcleos estructuradores de sus entornos: al oeste, la Penal de Escobedo, que, con otros usos, sería un estupendo y muy noble equipamiento público. Bastaba con resolver de una forma menos salvaje que su demolición la liga con los tejidos del poniente. Y, al remate de la avenida Hidalgo, también al poniente, la Benemérita Escuela de Artes y Oficios. Otra solución similar hubiera salvado este valiosísimo patrimonio.

Se advierten las líneas de tranvías: extensas y sensatas ¿por qué no haber seguido esas bases, por qué tirarlo todo a la basura en beneficio de los desastrosos camiones de combustión interna que ya hemos visto en qué se convirtieron?

La respuesta a todo esto desembocaría, quizás, en el famoso Plano Loco de 1938, de la autoría de Pedro Castellanos Lambley y Juan Palomar y Arias. Significaba una recuperación de muchas características positivas de la ciudad, y el planteamiento de una alternativa real y mucho más favorable para el desarrollo de una urbe que ya despegaba. Y, hablando estrictamente de hoy, y de lo que viene: ¿dónde están los “planos locos” que nos permitan acceder a una mejor ciudad para más de cuatro millones y medio de tapatíos? Es por esto que conviene considerar el pasado, sus hubieras, y sus: ahora se puede…

jpalomar@informador.com.mx

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