Sábado, 31 de Mayo 2025

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De Marx a Dewey. Carta a Luis Salazar

Por: Alonso Solís

De Marx a Dewey. Carta a Luis Salazar

De Marx a Dewey. Carta a Luis Salazar

Distinguido profesor Salazar:

Hace unos días encontré un libro suyo en una librería de viejo: Sobre las ruinas. Política, democracia y socialismo (Ediciones Cal y Arena). Su lectura me ha sido estimulante por varias razones.

En primer lugar, destaco su crítica audaz de elementos centrales de la tradición marxista. Empresa aún más admirable considerando que su libro reúne ensayos de la década de los ochenta hasta 1993, año en que fue publicado. Por lo que entiendo, el paradigma de la izquierda revolucionaria (“la concepción revolucionaria de la política”, la llama usted) gozaba entonces de prestigio en no pocos círculos académicos mexicanos. Su coraje para denunciar las limitaciones de la tradición de la que uno se siente parte es no sólo raro sino liberador: una señal inequívoca de un talante ilustrado y liberal.

Otro elemento a destacar es su defensa de la centralidad de la filosofía política y sus “cuestiones canónicas”. Es sorprendente que muchos investigadores en ciencia política no lean ni frecuenten los clásicos de la tradición filosófico-política occidental (figuras hoy demonizadas por ser varones, blancos, muertos, eurocéntricos, colonialistas, racistas, etc.). Más aún si, como escribe, existe “una cierta incapacidad tanto de las ciencias sociales como del marxismo para enfrentar la cuestión de la política”. La lectura de los clásicos ampliaría nuestra imaginación política y nuestra inteligencia social. Reivindiquemos, pues, como hace usted siguiendo a Bobbio, la “lección de los clásicos”.

Destaco asimismo su “apuesta por la razón”, “la profundización y generalización de los valores propios de la modernidad” y un “neoiluminismo”. En este punto su libro es más vigente que nunca, pues aún vivimos una auténtica “rabia contra la razón”, como la llamó mi maestro, Richard J. Bernstein en La nueva constelación (1992). En tiempos populistas y de posverdad, su defensa de la racionalidad y las virtudes intelectuales no podría ser más urgente; Sobre las ruinas nos ayuda a superar la trampa del dualismo falso entre universalismo racionalista abstracto y romanticismo irracionalista antidemocrático. Reconstruir una noción de racionalidad humana más falible, históricamente situada, plural y hermenéutica —en una palabra: menos absolutista— es una de las tareas filosóficas más apremiantes de nuestro tiempo. Por este motivo, su libro bien podría subtitularse En defensa de la razón.

Destaco también su claridad (otra virtud ilustrada). Aunque trate temas complejos y difíciles (racionalidad, política, socialismo, modernidad…), su estilo de escritura los hace accesibles. Ya desde el prólogo el lector queda enganchado gracias a la naturalidad y agilidad de su prosa. Rasgos cada vez más raros en la academia, al parecer: The Economist sostiene que la escritura académica, sobre todo en el campo de las humanidades, se está volviendo cada día más difícil de leer.

Su pragmatismo y su espíritu falibilista. En sus ensayos reconozco una distintiva —¿e involuntaria?— voz pragmática. Me refiero a la tradición filosófica que inició en los Estados Unidos a fines del siglo XIX con Peirce, James, Dewey y Mead y que felizmente llega hasta nuestros días con Putnam, Habermas, Rorty, Bernstein, Haack, Kitcher, Brandom, Price, Nubiola, Misak, Quintanilla, Del Castillo, Barrena, etc. Su escepticismo sobre las pretensiones absolutistas de la Razón hegeliana y positivista, su compromiso con la crítica incesante, su defensa de la primacía de la práctica, su antifundacionalismo y su pluralismo comprometido son temas que lo vinculan estrechamente a la orientación pragmática.

Lo anterior es señal de que los (post)marxistas y los pragmatistas son aliados naturales. Habermas, quien proviene de la tradición hegeliano-marxista, se apropia de las ideas de Peirce, Dewey y Mead e incluso llama a su posición filosófica “pragmatismo trascendental”. Sidney Hook, por su parte, a quien no le molestaba que lo describieran como “el bulldog de Dewey”, integró creativamente en su filosofía temas del marxismo y el pragmatismo.

Dewey y Marx, a fin de cuentas, buscaban lo mismo: una sociedad igualitaria de hombres libres y racionales. El primero por vía de la educación, el segundo por vía de la revolución. Ya se sabe a estas alturas qué resulta más efectivo y congruente, qué cuesta menos vidas y qué ha quedado bajo y Sobre las ruinas.

Gracias por el placer de la lectura de su obra.

Con admiración,
Alonso Solís

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