Viernes, 29 de Marzo 2024
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Cuba y México, el juego de ajedrez

Por: Jorge Zepeda Patterson

Cuba y México, el juego de ajedrez

Cuba y México, el juego de ajedrez

El Presidente Andrés Manuel López Obrador ha dicho que la mejor política exterior es la política interior y ha sido consistente con esta postura. Es el mandatario mexicano con menos viajes al extranjero en los tiempos modernos, incluso a costo de ausentarse de reuniones del estratégico G20 y otras cumbres de jefes de Estado. Habla por sí misma la foto de 19 mandatarios de los países más importantes del mundo, en la que México sólo estuvo representado por el Canciller Marcelo Ebrard.

La gira por Centroamérica y Cuba por parte de AMLO este fin de semana parecería ser una excepción, pero no lo es. En realidad, es una visita centrada en su agenda de política interior o, en todo caso, fronteriza.

López Obrador visita a sus vecinos del sur para ampliar los espacios de negociación con el vecino del norte. En el caso de Cuba, y más allá de las simpatías que muchos mexicanos puedan sentir por la Isla, su cultura y sus habitantes, lo cierto es que nuestro país ha utilizado una amigable relación con el gobierno castrista como una especie de permanente deslinde frente a Estados Unidos. Un acto de dignidad e insubordinación tolerada, pero efectiva, de cara a nuestro poderoso socio.

Seamos realistas, la incómoda dependencia en materia económica y geopolítica con respecto a la Unión Americana crece año con año. Empezando por las remesas que superan ya al petróleo, a la industria automotriz o a las drogas como la principal entrada de divisas a México. La derrama de esos 50 mil millones de dólares anuales entre los sectores populares representa casi el doble de lo que los programas sociales del gobierno dispersan entre la población. La proporción de nuestras exportaciones dirigidas a Estados Unidos, alrededor de 80%, sigue aumentando pese a los esfuerzos de diversificación. No es un disparate decir que los aguacateros de Michoacán, los freseros de Zamora o los tomateros de Sinaloa viven y penan por cualquier cambio en las regulaciones aduanales o tarifas compensatorias dictadas por Washington, capaces de arruinar su negocio. En el mismo sentido, los ejemplos respecto a turismo, transporte, inversión y migración pueden alargarse indefinidamente. Tampoco es cuestión de rasgarse vestiduras ni victimizarse. Muchos países aceptarían con gusto las oportunidades económicas y migratorias que resultan de vivir al lado del mercado más importante del mundo. Para bien y para mal, es lo que es. Pero eso tampoco significa que debamos someternos a las condiciones que unilateralmente nos dicten. Ha sido responsabilidad de las autoridades mexicanas encontrar maneras de no poner en riesgo las ventajas de esta integración y, al mismo tiempo, no ceder por completo la capacidad de negociación. No ha sido fácil sostener los márgenes necesarios para matizar el impacto de esta relación tan desigual. Unos gobiernos lo han hecho mejor que otros. Y tampoco podemos desconocer que en la medida en que tal dependencia sigue aumentando, la tarea ha crecido en dificultad, pero también en importancia.

Nada lo ilustra mejor que el enorme esfuerzo realizado por la 4T para sortear la administración de Donald Trump y conseguir la firma de un tratado comercial en condiciones razonablemente dignas, considerando la hostilidad del entonces presidente. Habría que reconocer que terminamos asumiendo tareas migratorias en beneficio de Estados Unidos, y que no formaban parte de la agenda obradorista, pero estaba en juego la prosperidad o la miseria de millones de mexicanos. Habría que reconocer que lejos de colocarse en una posición ideológica a ultranza o a partir de un falso nacionalismo, el presidente respondió en términos de un verdadero nacionalismo: las necesidades de los habitantes.

La gira por Centroamérica centrada en la promoción del proyecto mexicano que busca promover empleo y prosperidad en los países expulsores de mano de obra, es decir atender las causas, como afirma AMLO, tiene también un propósito dignificante. Frente a la presión estadounidense legitima una alternativa más humana y solidaria.

Por su parte, la visita a Cuba será interpretada como una muestra de cercanía ideológica y motivo de crítica en la interminable polarización en la que se ha convertido nuestra conversación pública. Pero tendría que ser mirada con otros ojos. Forma parte de una estrategia más amplia; responde a un fondo histórico al que una y otra vez recurre nuestro país, en aras de mantener posiciones propias y cartas para negociar. La relación de México con Cuba constituye un permanente recordatorio dirigido a Washington para hacerle ver que nunca seremos un peón de su política internacional o regional.

En ese sentido, los viajes de este fin de semana constituyen una jugada más, entre otras muchas, de la compleja partida de ajedrez que nuestro país libra con el poderoso vecino en condiciones tan desiguales. Perdemos muchas pequeñas batallas, pero en ocasiones ganamos algunas. Esta gira intenta convertirse en una de ellas. 

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