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Corrida ''Guadalupana''

Por: Patricio Fernández Cortina

Corrida ''Guadalupana''

Corrida ''Guadalupana''

Plaza México. 12 de diciembre de 2018.

Llegamos a la plaza a las 4.30 de la tarde. Mientras caminábamos por el túnel, comenzaron a escucharse los pasos acelerados de alguien que corría detrás de nosotros. Era Andrés Roca Rey y parte de su cuadrilla. El tiempo apremiaba. Desde ese momento ya iba viviendo el torero la presión de su profesión que transcurre entre el límite del tiempo, y que aunque no lo parezca, se detiene cuando él torea.

Después del paseíllo y el olé de los aficionados al comienzo del pasodoble ''Cielo andaluz'', se escuchó el Ave María de Schubert cantada por una soprano, cuya melodía sólo era interrumpida por el sonido de los aviones que sobrevolaban la plaza.

Por la manera como la empresa organizó esta corrida, cada torero tuvo que cargar con la responsabilidad de la elección de los dos toros que le correspondió lidiar. Sí, a cada uno de los cuatro toreros se le permitió ''escoger'' a sus dos toros, sin haberse realizado el sorteo, cosa que no gustó francamente a la mayoría de los aficionados, y que evidenció que la falta de suerte se cargó al que peor eligió.

Y así, cada matador tuvo que soportar su error o celebrar su acierto, y sólo uno de ellos, Andrés Roca Rey, pudo hacer lo segundo.

Cada matador tuvo que soportar su error o celebrar su acierto, y sólo uno de ellos, Andrés Roca Rey, pudo hacer lo segundo. EFE / M. Guzmán

Desde los días previos a la corrida, se especulaba sobre los toros que iban a ser lidiados.

Morante de la Puebla, un torero que ya resulta desconocido de la gran figura que fue, llevó la peor parte de la tarde. No sólo por su mala elección de los toros, sino por su actitud deleznable. Su primer toro, de la ganadería de Xajay, no le permitió mostrarse, y en algo que por desgracia ya nos tiene acostumbrados, le dió unos cuantos muletazos con notable indiferencia, y lo mató. Su segundo toro provino, como bien se especulaba, de la ganadería de Teófilo Gómez. El novillo (por no decirle toro pues no lo parecía) fue pitado estruendosamente por el público desde que salió de los corrales. La gente en los tendidos estaba verdaderamente molesta, y Morante apuraba la lidia a como diera lugar para que el novillo fuera picado y así no pudiera ser devuelto por el juez. Era tal el volumen de los gritos y silbidos que nadie se percató del aviso de devolución que provenía de las trompetas del palco de la autoridad. Incluso el subalterno Diego Bricio ya llevaba en su mano las banderillas para clavárselas al novillo, forzado por las órdenes de Morante, pero algunos le gritamos con fuerza que se regresara al callejón porque había sido dada la orden de devolución. 

Luego, tuvimos que soportar un espectáculo penoso en el que el toro duró las horas en ser devuelto por el estrecho túnel de toriles, porque en la Plaza México ¡no hay cabestros! Absurdo, pero así es.

¿Dónde quedó aquel José Antonio Morante de la Puebla, artista único y con duende que estremecía y emocionaba a los tendidos?. EFE / M. Guzmán

El toro de reserva fue de la ganadería de Los Encinos. Toro malo, por donde se le viera. Pero Morante, en lugar de intentar y mostrar dignidad profesional y hambre de triunfo, le dio los acostumbrados trapazos, pidió la espada y se tiró a matar saliéndose de la suerte, en una forma tan desaseada y poco ortodoxa, que da más pena que coraje. ¿Dónde quedó aquel José Antonio Morante de la Puebla, artista único y con duende que estremecía y emocionaba a los tendidos?

Joselito Adame, recién repuesto de una cornada que recibió en un tentadero hace unos días, se mostró voluntarioso, intentó torear con arte, y al primero de Santa Bárbara le hizo faena, tal vez no de aquellas que emocionan, pero sí ordenada, con pases bien logrados, aunque perdió la oreja al desesperarse y descabellar sin esperar a que el toro cayera. Su segundo toro, de la ganadería de Barralva, no tuvo atributos para la lidia y pasó sin mayor trámite.

A Sergio Flores le tocó, perdón, él escogió, el peor de los lotes. El primero de Los Encinos aburrió a los tendidos por su falta de casta. Pero el segundo, de Campo Hermoso, desquició a todo mundo. De por sí, estábamos aburridos después de haber visto a esas alturas de la tarde a ocho toros (considerando el de reserva) entre anovillados y descastados, sin trapío ni transmisión, e incluyendo al primero del lote de Roca Rey, de la ganadería de Villa Carmela, que tampoco tuvo condiciones para la lidia a pesar del esfuerzo del torero. Ese toro de Campo Hermoso fue tan manso que en lugar de acometer al ser citado, echaba un paso para atrás, y tan peligroso que en los pocos avances que tenía buscaba al torero en lugar de la muleta. Tarde triste la que vivíamos hasta ese momento.

A Sergio Flores le tocó el peor de los lotes. EFE / M. Guzmán

Pero la esperanza es lo único que nos quedaba cuando el último toro iba a ser toreado por un joven que se juega la vida cada vez que sale a torear, en donde sea. Y la esperanza estaba también en el toro de la ganadería de Jaral de Peñas.

Y así fue. Vivimos una de las faenas más emocionantes que se han confeccionado en la Plaza México. Años habían pasado para que toda una plaza coreara al unísono y estallándole el corazón, los olés a los lances y pases de un señor del toreo que cuenta apenas con veintidós años de edad. Porque el arte no está en la edad, sino en el conocimiento, en el temple, en la dedicación de todos los días, en la educación y en el refinamiento de la personalidad. Como bien me decía en la mañana de la corrida, el querido matador aficionado y escultor Jorge de la Peña, un caballero se hace cien años antes de su nacimiento, pues es el reflejo de los que le precedieron y que cultivaron en sus vidas las virtudes necesarias para vivir con dignidad. En ello reside la dignidad, y es la mejor herencia.

Es verdad que el toro de Jaral de Peñas no estaba rematado y carecía de recorrido, pero también es cierto que era noble y obediente al engaño. Por eso, el mérito fue, que a pesar de esa dificultad, el torero se impuso al toro, toreando con verdad. Mandó el hombre con toda su capacidad, con toda su fuerza y con todo su arte. La lidia inició con el capote citando de lejos, haciendo el péndulo y el lance cambiado por la espalda, así como tafalleras muy justas, lances todos ellos por los que el toro pasaba rozando el cuerpo del torero. En el tercio de varas, Andrés Roca Rey tuvo la inteligencia de ordenar que al toro se le picara una vez, sin ensañarse el picador, porque como el toro carecía de recorrido, una vara excesiva lo habría desfondado. Y de pronto, al iniciar el tercio de la muleta, Roca Rey se hincó en los medios. Citó al toro y éste se arrancó desde las tablas galopando hacia al torero que movió en péndulo la muleta pasándose al toro por la espalda, colocándose de nuevo para repetir la suerte, todavía hincado, de ese pase cambiado. Cada pase era coreado con fuerza por los miles de asistentes a la plaza. El toro iba con nobleza en las tandas de muletazos, y aunque se paraba y parecía que se iba a rajar, Roca Rey le daba tiempo y lo toreaba sin torear, es decir, distanciándose de él, caminando con suma elegancia por el ruedo, llevando la muleta sobre el brazo o rozando la arena, dando así un respiro al toro, para citarlo de nuevo y fraguar preciosos derechazos estirando lo más posible el brazo y logrando que el toro pasara completo en plenitud, para colocarse otra vez, consumando la ligazón en perfectos pases que ponían a la gente de pie, clamando olé, olé y olé.

En el ocaso de la faena, entendiendo el torero que el público deseaba ver un poco más, si es que ello era posible, y al saber que el toro no iba ya a seguir los pases de la muleta en su ejecución larga, se la colocó por detrás y tomándola con las dos manos hizo una tanda de bernardinas, en un espacio tan breve en el que apenas cabían el toro y el torero junto a las tablas, logrando una ovación de toda la plaza puesta de pie, aplaudiendo y coreando torero, torero, con mucho sentimiento. Debo confesar que yo me sentí tan emocionado, como hace mucho un torero no lograba emocionarme así. La gente agradecía que existiera un torero capaz de poderle a la suerte de esa manera.

Esta tarde pudimos ver el ocaso de un torero que fue rey, Morante de la Puebla, y la llegada de un nuevo rey indiscutible del toreo actual: Andrés Roca Rey. EFE / M. Guzmán

En la suerte suprema, mató con certera estocada y recibió las dos orejas del noble toro de Jaral de Peñas. Dio la vuelta al ruedo, con la sencillez que le caracteriza, dejando claro que ha llegado a los ruedos del mundo una nueva figura del toreo, de esas que sólo se dan cada veinte o treinta años.

Esta tarde pudimos ver el ocaso de un torero que fue rey, Morante de la Puebla, y que decidió abdicar con indiferencia, y en contraste, la llegada de un nuevo rey indiscutible del toreo actual, un hombre que se juega la vida con arte, elegancia y entrega: Andrés Roca Rey.

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