Viernes, 26 de Abril 2024

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Clavigero

Por: María Palomar

Clavigero

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En la FIL se presentó el libro de Arturo Reynoso, SJ, coeditado por Artes de México y el Fondo de Cultura, Francisco Xavier Clavigero, el aliento del Espíritu, un volumen donde la importancia del contenido se ve bien servida por un espléndido trabajo de edición. A través de él se pueden seguir las indagaciones del autor y también las del protagonista: dos jesuitas historiadores.

Como escribe en el prólogo Alfonso Alfaro, “en el modelo espiritual plasmado por San Ignacio de Loyola en su libro de los Ejercicios espirituales el trabajo sobre la memoria ocupa un lugar central”, pero también el trabajo sobre la imaginación, sin la cual la composición de lugar para reconstruir los hechos del pasado habría resultado imposible. El proyecto educativo jesuita -continúa Alfaro- “otorga parte fundamental al lugar que la conciencia del tiempo debe tener en la formación integral de los sujetos”. Es éste un elemento esencial del “deber de inteligencia” de la Compañía de Jesús, y sobre todo en una época como la actual, cuando la hondura cultural de la historia tiende a desaparecer al imponerse un presente alienado en el instante, en lo efímero y lo superficial. Es en la “tensa dinámica entre pasado y futuro” donde se van forjando la vocación y el ejercicio del historiador.

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Fue en el aciago verano de 1767 cuando se abatió sobre los jesuitas en los territorios de la Corona española la orden fulminante de extrañamiento con la que comenzó el largo viaje que no tendría ya regreso. Para Clavigero, ese viaje comenzó en Guadalajara, en el Colegio de Santo Tomás. Pocos años después, de manera igualmente brutal aunque no por completo inesperada, se le despojó de su familia entera, de su morada y de sus señas de identidad con la disolución de la Compañía en 1773.

¿Cómo hallar sentido a tales acontecimientos? En términos humanos es casi imposible. La desesperanza y la franca desesperación habrían vencido al más estoico de los filósofos. Y, sin embargo, apunta Arturo Reynoso que “fue en este cambio radical de referencias geográficas, sociales, políticas, religiosas e intelectuales que comienza a gestarse y consolidarse su vocación de historiador”.

Clavigero, atrapado en su coyuntura, en aquel momento que no le ofrecía ningún horizonte más allá de las cuatro paredes de su habitación en Bolonia, presa también sin duda de la nostalgia de la patria, comienza a buscar sentido para reconstruirla y reconstruirse.  Impulsado por “el aliento del Espíritu”, se adueña de su tiempo presente para formular y ordenar los tiempos antiguos de las culturas americanas y también los motivos del arraigo y de los anhelos de sus compatriotas. Construye en su destierro los cimientos del pasado de México, reivindica su dignidad y dibuja las razones de su esperanza. El viaje amargo del destierro y la vida toda cobraron sentido en la escritura de la historia, un sentido que siempre tienen para quien confía en que hay un Alfa y una Omega, donde todo habrá de recapitularse.

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