Viernes, 26 de Abril 2024

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Cataluña desde México

Por: José M. Murià

Cataluña desde México

Cataluña desde México

El Gobierno del “generalísimo” Francisco Franco, quien encarnó la esencia de la inmortal “España Negra” y se hacía llamar “Caudillo de España por la gracia de Dios”, en 1964 celebraba, con gran bombo, “25 años de paz”. La salvaje represión estaba en su apogeo, especialmente en Cataluña.

Asimismo, el férreo control de la información dejaba salir poco hacia el exterior peninsular y prácticamente nada que fuera non grato al régimen lograba permear al interior. Los propios mandamases españoles definían a su Estado como “la reserva moral de Europa”, al margen de lo que consideraban la “pecaminosa y descarriada” vida del “Viejo” Continente que vivía “la postguerra”.

No debe olvidarse aquí que el Gobierno de Franco fue el resultado de una sublevación en contra de un régimen democrático y legalmente constituido. En consecuencia, su ilegalidad fue patente. En aras de ello, habiendo sopesado también la flagrante y abierta colaboración de los nazis y los fascistas con que contó Franco, los gobernantes mexicanos mantuvieron hasta el final, en 1977, su negativa a establecer relaciones diplomáticas con ese Gobierno espurio.

Fue precisamente en el verano de 1964 que, después de guardar durante no sé cuánto tiempo una parte de mi escuálido salario de maistro de la Prepa Dos y acogerme a uno de esos programas de “viaje ahora y pague después”, logré hacer mi primera visita a Cataluña. Con el tiempo, por una razón o por otra, la vida me ha favorecido con muchos viajes más, pero el que recuerdo con mayor nitidez es aquel que realicé con pocos recursos y muchas incomodidades, al estrenar apenas la mayoría de edad.

La razón es que constaté dos cosas de la mayor importancia para mí: la primera que, a pesar de la naturaleza de mis raíces familiares, yo era mayormente mexicano. No tanto por haber “enterrado el ombligo” en el Anáhuac, lo cual puede ser meramente circunstancial, si no por el hecho de sentirme comprometido cabalmente con su “flor y con su canto” (in xóchitl in cuícatl), además del pozole, el tequila, las tortas ahogadas, el jugo de lima, los equipales de Zacoalco y aquellas Chivas Rayadas de antaño, que eran verdaderamente el equipo de mi pueblo.

Llegué a tal conclusión durante el vuelo de regreso, alentado por la zozobra que implicó adelantar mi partida a los primeros días de septiembre, debido a muchas advertencias de gente enterada de los quehaceres de la Policía franquista. De cualquier modo, antes de abordar, no dejé de padecer algunas molestias oficiales debidas a su justa sospecha de que no todas mis actividades habían sido turísticas y familiares.

El 11 de septiembre es para los catalanes algo así como nuestro “Grito de Dolores”, y el de 1964 fue el primero, desde que comenzó la opresión en 1939, que logró cierta relevancia, para lo cual resultó conveniente la colaboración sigilosa de mucha gente, incluso la mía…

La segunda conclusión fue que Cataluña realmente existía y todo indicaba que, con el tiempo, lo seguiría haciendo con mayor intensidad.

No es el hecho verificable en cualquier mapa, sino de que, a pesar de todo, la tan cacareada “unidad indisoluble de España”, de su religión y de su lengua, que el franquismo había tratado de imponer a chaleco, acabaría por valer lo que se le unta al queso. Clara cuenta me di de que, en forma latente, aunque ya con tímidas manifestaciones explícitas, iba aflorando de nuevo la vocación nacional de los catalanes; esto es, lo que ahora es perfectamente reconocido hasta por la Constitución española: que Cataluña es ni más ni menos que una nación…

El tema de la lengua era más evidente, aunque me tocó todavía presenciar como un par de policías abofeteaban en la vía pública a dos jovencitas por cometer el feo pecado de hablar entre ellas en catalán. Igualmente me tocó ver todavía muchos letreros que recordaban la obligación de no hablar más que en “el idioma del imperio” y, dentro de las iglesias, que se hiciera “en cristiano”. Igualmente no resultó fácil conseguir los libros en catalán que me traje y, por supuesto, publicaciones periódicas en verdad regulares no había ninguna. Pasarían todavía 13 años antes de que apareciera el primer diario en catalán posterior a 1939 y, hasta comenzar la década de 1980 no hubo ni radio ni televisión habitualmente en este rico idioma. Dicho de otra manera, en 1964, la expresión en la lengua propia y ancestral de los catalanes difícilmente encontraba resonancia y sí muchos obstáculos y censuras, mas no por ello se dejó nunca de utilizar aunque fuera a escondidas.

Junto a un irredento “patriota” catalán nací y crecí. A pesar de la lejanía de su exilio nunca dejó de ser lo que era. En concordancia, a partir de 1961, durante 15 años, con grandes esfuerzos, publicó en Guadalajara un boletín mensual en su lengua, distribuido como se podía dentro y fuera de Cataluña, que durante algún tiempo fue la única publicación periódica regular en este idioma habida en todo el mundo.

Y conste que, entre sus paisanos, algunos de los cuales no fueron muy respetuosos de la mexicanidad, este personaje destacó también por su identificación y compromiso con lo mexicano, que supo adoptar a plenitud legal y emocionalmente. El hombre vivió en tloque nahuaque: la lejanía y la proximidad; una especie de “santísima dualidad”, de ser un mexicano de origen catalán y un catalán con destino mexicano.

Crecí, pues, en una suerte de doble vida: una suerte de catalanidad íntima y mexicanidad pública, que no resultó difícil, pues en casa se respetaban cabalmente ambas condiciones.

Lo que sí es cierto es que lo catalán resultaba muy raro en México. Antes de 1964, llegué incluso a pensar que en realidad Cataluña había ya dejado de ser y sobrevivía nomás en la imaginación de unos cuantos refugiados.

Fue pues importante para mí constatar que Cataluña en verdad existía y que la tradición oral aumentada sobre mi infancia, si no era una calca de la realidad, sí le correspondía: el catalán quería ser catalán y tarde o temprano habría de lograrlo cabalmente.

Se ha sostenido con justicia, y conviene reiterarlo, que en México los exiliados catalanes no hallaron cortapisa oficial alguna para realizar las actividades que mantuvieran la fe en su cultura y nación. Más bien puede hablarse de un respaldo irrestricto.

Los Jocs Florals de la Llengua Catalana, por ejemplo, realizados anualmente en el exilio durante la dictadura franquista, tuvieron en el Distrito Federal mexicano su Secretaría General y, en la misma ciudad, se llevó a cabo la “gaïa” fiesta en tres ocasiones. Guadalajara también levantó la mano en 1969. El propio gobernador presidió el espléndido acto bajo el esperanzador “Hombre de Fuego” de José Clemente Orozco.

El número de libros publicados en catalán por prensas mexicanas asciende casi a 300 y el número de revistas más o menos longevas por poco llega a 100. La pintura es abundante y la escultura también, los mismo que la investigación social y natural. La heroicidad del exilio catalán, gracias a México, alcanzó sin duda la altura del arte y de la ciencia.

Bien podemos decir que el corazón del Anáhuac fue, al menos durante unos tres lustros, la capital de la cultura catalana. No en vano fue en México donde se llevaron a cabo en 1954, las elecciones de presidente de la Generalitat de Catalunya, el órgano de gobierno catalán que no volvería a su casa sino hasta 1977, después de haber permanecido casi cuatro décadas fuera de ella.

No obstante, por una culpa compartida, el conocimiento general de Cataluña que prevaleció a lo largo y ancho de la sociedad mexicana hasta hace poco, salvo notabilísimas y cultivadas excepciones, fue muy pobre. La mayor parte de nuestros paisanos casi nada sabía de este país. Desde el hecho de que, con frecuencia, se conociese a sus habitantes como “cataluños”, no se le supiese localizar siquiera en el mapa, se ignorase hasta el nombre de su capital, se pensase que el catalán era un dialecto del español o un híbrido de este idioma y del francés, que el presidente de la Generalitat tenía el trato de  “generalísimo”, etcétera, hasta el desconocimiento completo de lo que los catalanes llaman “su hecho diferencial”: esto es, ser dueños de una historia y una cultura propia, de una lengua férrea y de una cauda de elementos que conforman una identidad singular. Como es de suponer, se ignoraba también hasta de la existencia de la mayoría de sus hijos más notables y, cuando no era así, como en el caso de Casals, Cugat, Samaranch, Dalí y algún otro como el gran maestro Martin Valtonrà, extremo derecho del Atlante, o el magnífico árbitro Blat Garai, se desconocía que fuesen catalanes y, por supuesto, todo lo que ello podía significar.

No podía ser de otro modo. Si Cataluña había perdido la batalla interior, menos se podía esperar que su personalidad fuese reconocida en el exterior, aun en México, donde pudiera suponerse que, por haber hallado asilo un grupo tan grande y granado de catalanes, debería de haberse hecho más patente su particular personalidad.

Supongo que faltó energía en este sentido y, en muchos casos, guardaron su catalanidad para sí mismos, en el interior de sus hogares y en el seno de sus cónclaves.

Tal vez era una manera de defenderse de los estragos de la lejanía que, en aquel entonces era mayor que ahora. Toda la comunicación se reducía a cartas que iban y venían o a la viva voz de los muy pocos que cruzaban el Atlántico. En el caso de mis antiguos esto último resultaba imposible. Además del alto costo, del viaje, pendían sobre sus cabezas las penas de muerte por su bien ganada reputación de “separatistas”.

Cuando se compara simplemente la situación de hoy con la de hace 40 años, se puede constar lo mucho que han mejorado las cosas. El renacimiento catalán es impresionante y, por consecuencia, lo resulta también el incremento en México, no sólo del conocimiento, sino incluso del interés por esa tierra de todos mis ancestros. Quienes han estudiado recientemente allá, quienes lo hacen ahora y quienes desean hacerlo, constituyen un contingente ya muy numeroso. El simple turista tiene puestos los ojos en Barcelona con especial interés. Antoni Gaudí, antes ignorado, se lleva y se trae por doquier y hasta sirve para darle nombre a fondas, hoteles y restaurantes. No digamos el Barça…

Si es tanto lo que se ha caminado hasta ahora, ¿por qué no suponer que se pueda llegar mucho más lejos? Terminaré esgrimiendo una socorrida frase de Francesc Macià, presidente restaurador en 1931 de la Generalitat de Cataluña, sobre lo que debe ser este país:

“Socialmente justo. Económicamente próspero. Espiritualmente glorioso”. Todo se ha alcanzado en buena medida. Falta cumplir sólo el primero de los encargos de Macià: “Políticamente libre”.

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