Jueves, 25 de Abril 2024

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Cataluña

Por: Luis Ernesto Salomón

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La crisis constitucional de España se inició luego de la votación cuestionada del 1 de octubre pasado y ha llegado a su punto más álgido cuando el Gobierno de Madrid ha ordenado la destitución de las autoridades catalanas y convocado a elecciones para el 21 de diciembre; ha impuesto un Gobierno interino a la comunidad autónoma más rica de España. Es un desafío institucional sin precedentes para la democracia nacida en 1978. Pero lo es aún más la división de la sociedad en la que se ha traducido el proceso independentista.

Las razones que han llevado a este punto son diversas: por una parte la tradición cultural que ha reclamado siempre mayores márgenes de autonomía, la percepción de que la región aporta mucho más de lo que recibe del Gobierno central, y el abono de los fermentos ideológicos que se polarizaron en la Guerra Civil y durante el franquismo. Lo que es una realidad desde hace décadas es el desarrollo de una narrativa cultural, económica y política en torno a autonomía profunda primero y luego respecto a la independencia.

Las nuevas generaciones de catalanes han crecido en un entorno de prosperidad, difusión cultural y marcado acento por la identidad. Son ellos el motor cuantitativo del movimiento de independencia, respaldados por los ideólogos de más edad que han pasado por las vicisitudes de la transición a la democracia. En Cataluña viven 7.6 millones de personas, 16% de los españoles y tiene una economía valuada en casi 250 mil millones de dólares, un poco menos de la cuarta parte del PIB de México. Son una sociedad rica, pero hoy la realidad política y económica de Europa no favorece la independencia. Entre otras cosas porque resulta muy compleja su viabilidad económica y representa un precedente peligroso para el viejo continente.

No hay que olvidar que en muchas naciones existen movimientos que buscan la independencia, y que son casi siempre apoyados por movimientos de derecha populistas. En Alemania el Partido Bávaro o Bayern Partei quiere más autonomía; la liga del Norte en Italia se ha planteado la secesión alguna vez argumentando que son los más productivos; y en otras partes los partidos populistas que se oponen a la inmigración han hecho suyos los discursos independentistas. El caso de Barcelona es distinto porque la ideología base del independentismo es de izquierdas y cuenta con un amplio respaldo social a diferencia de otras regiones como Flandes o Milán.

Quizá el caso que los independentistas pudieran invocar es el divorcio de terciopelo entre la República Checa y Eslovaquia en 1993; pero aun ahí Eslovaquia, la parte más débil, sufrió un proceso largo de configuración de sus instituciones y su economía. Sin embargo, no es el caso, porque ahora no hay nada que se parezca a terciopelo entre España y Cataluña. La desigualdad alimenta el independentismo, es quizá la mayor enseñanza de lo que sucede allá. Esta desigualdad colocó a los catalanes en la parte superior de la tabla. A partir del éxito económico la legitimidad de la democracia se enfrenta al dilema de la autodeterminación por mayoría de votos.

Resulta muy llamativo que en el mundo interdependiente, interconectado, global en términos económicos, surjan movimientos para segregar la prosperidad, en una muestra de desgaste de las identidades de los estados federales o similares. En California ahora mismo se conversa sobre su identidad como Estado aportante de los Estados Unidos y su fuerza potencial si fuera una nación independiente; aquí mismo los regiomontanos y aun los jaliscienses han reclamado de alguna manera el peso de su economía frente al estado central. El progreso que divide puede ser una realidad que siente precedentes. La fuerte dosis de división social que resulta de procesos como el sucedido en Barcelona puede resultar de difícil manejo político en el futuro. En Cataluña la sociedad está dividida y todo proceso de reconciliación será largo y costoso.

Es una pena que suceda esto en una región tan entrañable. El ideal independentista impulsado por décadas ha llegado a un punto crítico al colocarse en una posición de aislamiento global, ha unido a la mayoría de los españoles en favor de la integridad territorial abriendo heridas profundas. Los independentistas curiosamente pueden llegar a posiciones conservadoras cuando su inspiración ideológica es de signo contrario. Entre ellos y la Liga del Norte o los movimientos populistas de derecha no hay nada ideológicamente parecido, pero persiguen lo mismo en términos prácticos. Por eso resulta inaceptable el precedente aun para los más progresistas en Alemania, Francia, Reino Unidos y otras potencias. Es el tiempo de la política de altura para España y Cataluña, esperemos que sean capaces de llegar a un acuerdo que deje de lado las divisiones y los odios. La simpatía mexicana por España y Cataluña está por encima de las disputas de hoy.

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