Jueves, 28 de Marzo 2024

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Arriar guajolotes a caballo

Por: Martín Casillas de Alba

Arriar guajolotes a caballo

Arriar guajolotes a caballo

“Intentar gobernar a los mexicanos es como arriar guajolotes a caballo”, y con esto que me dijo un día Bernardo Ávalos, lector y amigo desde hace años, más lo que pensaba T. S. Eliot en Burt Norton, el primero de sus Cuatro cuartetos cuando aseguraba que “lo que pudo haber sido y lo que ha sido tienden a un solo fin, presente siempre” me acordé de la comedia-histórica de Flavio González Mello: “1822, el año que fuimos Imperio” de la que tuve noticia a principio de los 90’s, cuando Flavio colaboraba en La Plaza y leía las microfichas del primer Congreso después del abrazo en Acatempan.

“Fray Servando Teresa de Mier, Noriega, Guerra y Fernán-González, doctor en sagrada teología por la Real y Pontificia Universidad de México; protonotario apostólico y prelado doméstico del Sumo Pontífice; caballero hijodalgo de casa y solar conocido, descendiente de los primeros conquistadores e hijo de quien fuera Gobernador del Nuevo Reino de León”, era el factotum de la ciudad como el Fígaro del Barbero de Sevilla era de Sevilla, cuando no sabíamos qué clase de Gobierno queríamos tener:

Mier.– La cuestión es... ¿para qué queremos un rey?
Gómez Farías. – ¿Hay otra opción?
Mier.– Convertirnos en república.
Gómez Farías. – ¡Pf! Eso aquí no funcionaría.
Ramos Arizpe. – Gómez Farías tienen razón. Yo, igual que tú, hubiera preferido que México fuera una república federal como los Estados Unidos.
Mier.– Yo no dije federal, dije una con poderes centrales, que me parece más que suficiente.
Ramos Arizpe.– Pero no podemos hacer un cambio así de la noche a la mañana. La gente está acostumbrada a obedecer a un rey.
Gómez Farías.– Todas las potencias europeas tienen su Rey. No veo por qué nosotros íbamos a quedarnos atrás.
Mier.– ¡Bah! Esos tiranuelos son una bola de brutos ignorantes. Los reyes siempre han sido el azote del pueblo. Sólo sirven para gastarse el dinero del erario... Nosotros, en cambio, somos como los franceses: abrazamos los extremos, o muy serviles o muy liberales. Un rey no conviene a nuestro carácter tan propenso al elogio. De inmediato se vería rodeado por un ejército de monarcómanos y aduladores...
Ramos Arizpe.– Es un asunto delicado, Servando. El Congreso acaba de nombrar a la Virgen de Guadalupe, Patrona y Protectora del Imperio. ¿Qué pierdes reconociéndola tú también? Acuérdate que uno de los dos verbos de la política es ‘ceder’...
Mier.– ¿Y el otro?
Ramos Arizpe.– ‘Esperar’.
La obra la estrenaron en el 2002, estuvo dirigida por Antonio Castro y tuvo mucho éxito por tiempo indefinido.
Después de esa escena, Flavio propone que volteemos a ver al Salón de Audiencias del Palacio donde vemos entrar a Iturbide vestido de militar con una faja tricolor a la cintura y escoltado por el coronel Pío Marcha, su operador y, dos años después, su verdugo:
Marcha.– ¿Cómo amaneció Su Alteza Serenísima?
Iturbide.– No muy bien, Pío. Pasé una noche pésima por culpa de la cochinada ésa que me prepararon las monjitas poblanas. ¿A quién se le ocurre ponerle nuez y granada a los chiles rellenos?... ¡Qué disparate!
Marcha.– El chile trigarante no volverá a servirse en su mesa, mi General.

En cuanto pudo, Iturbide llevó a cabo con el coronel Marcha, su estrategia para ser nombrado Emperador de México y el 22 de julio de 1822 fue coronado como Agustín I. Poco después, disolvió al Congreso y se convirtió en uno de los tiranuelos de nuestra historia: en diciembre de ese mismo año abdicó y lo exilaron so pena de muerte si regresaba, tal como lo hizo justo dos años después, en julio de 1824, disfrazado de mujer, atracando en el muelle de Soto la Marina.

En donde fue el mismo coronel Pío Marcha quien ordenó al pelotón: ‘¡Preparen... Apunten... Fuego!’, para que en la segunda descarga lograran ejecutarlo.

Sí, tal parece que lo que pudo haber sido y lo que ha sido, tienden a un solo fin y están siempre presentes.

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