Domingo, 19 de Mayo 2024

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-“Lozoya el Malo”

Por: Jaime García Elías

-“Lozoya el Malo”

-“Lozoya el Malo”

Está claro: sea cual sea la última palabra de los jueces con respecto al “Caso Lozoya”, el ex director de Pemex no es “el malo de la película” por antonomasia. Para la “vox populi”, convencida de que, en nuestro medio, la perversidad y la ambición desenfrenada son notas distintivas del aparato gubernamental, solo podrá hablarse de justicia si el brazo de la ley alcanza, atrapa y estruja a quienes encabezaron las administraciones en que Emilio Lozoya y sus cómplices -de probarse su participación en conductas ilícitas- fungían, en el mejor de los casos, como alfiles, torres o caballos en el ajedrez de la corrupción, pero nunca como reyes.

-II-

Sin perjuicio del cacareado principio de la presunción de inocencia, la “vinculación a proceso” de Lozoya por los dos enmarañados asuntos en que se le involucra (Agronitrogenados y Odebrecht), implica asimismo presunción de culpabilidad de su parte. Aun si aporta información que envuelva a terceros, Lozoya está sentado, literalmente, en el banquillo de los acusados. Incluso si durante el proceso demuestra que -como aseveró en la primera audiencia en que compareció- fue “presionado, intimidado e instrumentalizado” en el esquema de sobornos en que participó, los descomunales beneficios económicos que obtuvo (tres millones 400 mil dólares sólo en el caso de Agronitrogenados), exigirían, más allá de sus palabras, pruebas contundentes, incontrovertibles, de que fue, en efecto, “beneficiario no doloso”.

-III-

Más allá de que las consideraciones que se le han tenido desde su extradición a México (el sigilo con que fue trasladado a un hospital, para tratarlo de una afección que no fue detectada por sus captores en España, y no a la cárcel, por ejemplo), robustecen la teoría de que “todos somos iguales ante la ley... pero unos son más iguales que otros”, haría falta una mezcla de ingenuidad con tontería, a partes iguales, para suponer que, al final de la película, el tema será la cereza en el helado de la lucha contra la corrupción en México. Después de todo, se trata de un fenómeno atávico que, para institucionalizarse como lo hizo, echó raíces muy profundas y produjo un follaje muy frondoso.

Aun si, como se espera, tras la de Lozoya ruedan algunas cabezas más, es ilusorio esperar que caerán las de todos los que, en mayor o menor medida, se beneficiaron por obra y gracia de un aparato meticulosamente diseñado no para engrandecer a México, sino para saquearlo.

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