Viernes, 26 de Abril 2024

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- Silencio papal

Por: Jaime García Elías

- Silencio papal

- Silencio papal

Los papas no renuncian. Se mueren en el cargo, pero no renuncian. Esa ha sido la regla. Las excepciones han corrido a cargo de ocho de los 266 papas registrados en la historia de la Iglesia: Ponciano, en el año 235, Marcelino (366), Juan XVIII (1009), Benedicto IX (1045), Gregorio VI (1046), Celestino V (1294), Gregorio XII (1405) y Benedicto XVI (2013).

Benedicto XVI, pues, fue noticia, hace seis años, al dimitir: hacía 598 años -casi seis siglos- desde el antecedente más próximo. Y ahora vuelve a serlo, al romper el silencio que él mismo se había autoimpuesto, para pronunciarse sobre el tema que más han minado el prestigio de la Iglesia y menguado su peso específico en la sociedad: la pederastia; es decir, el abuso sexual de menores, por parte de sacerdotes.

-II-

En un texto denominado “La Iglesia y los abusos sexuales”, el papa emérito remite el origen del fenómeno a que “los estándares vinculantes hasta entonces (1960) respecto a la sexualidad, colapsaron completamente” -lo que es incuestionable-, y a que “parte de la fisonomía de la Revolución (cultural) del ’68 fue que la pedofilia también se diagnosticó como permitida y apropiada” -lo cual, por decir lo menos, es discutible…-. Otro factor sería “el impacto que tuvo una cierta decadencia moral de aquel periodo de los sacerdotes”, acentuado por la deserción de muchos, desencantados porque el Concilio Vaticano II no volvió opcional la norma obligatoria del celibato eclesiástico. Sin proponer las pautas a que pudiera remitirse la Iglesia para salir de esa crisis, Benedicto XVI concluye que la pederastia ha alcanzado las dimensiones que ha alcanzado… “ante la ausencia de Dios”.

-III-

El Papa actual, Francisco, ha dicho varias veces que suele apoyarse en la cercanía física y en la sabiduría de su antecesor para pedir su consejo. Cualquiera, en su lugar, haría lo mismo…

No haría falta, por tanto, que Benedicto XVI rompiera su silencio, si no fuera para reconocer públicamente, por ejemplo, que durante el largo período -más de 26 años- en que Juan Pablo II fue papa y él mismo (después Benedicto XVI) Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el discurso de “cero tolerancia” para esos casos, fue aniquilado en la práctica por la complicidad sistemática de la Iglesia ante las denuncias. (Un escándalo que ameritaría “atarse una piedra de molino al cuello y lanzarse al mar”… si hubiera que obrar en plena congruencia con las palabras de Jesús).

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