Viernes, 26 de Abril 2024

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- Brutalidad

Por: Jaime García Elías

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Por favor: no se trata de juzgar con más severidad a las mujeres que a los hombres cuando para reivindicar derechos o demandar atención incurren en conductas incorrectas. No se trata de una variante del adagio de que “Lo que en el pobre es borrachera, en el rico es alegría”…

Una barbaridad (por definición, “dicho o hecho necio o temerario; atrocidad, exceso”), es una barbaridad por sí misma, indistintamente del sexo de quien la realiza. Conductas como los destrozos en la vía pública, daños en las cosas o enfrentamientos con la policía -con saldo de lesiones en ambos bandos- como las ocurridas en las manifestaciones del lunes, principalmente en la Ciudad de México, son tan reprobables cuando son realizadas por mujeres so pretexto de denunciar atropellos sistemáticos de los hombres en el trabajo, en la escuela o en el hogar, y omisiones de la autoridad para atender las denuncias correspondientes, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, como cuando son realizadas por hombres, cualquiera que sea el motivo o el pretexto de las mismas.

-II-

Dicen los juristas que “donde no distingue el legislador, no debe distinguir el intérprete”. Se entiende, por ende, que en los artículos de la Constitución que autorizan la manifestación de las ideas y de asociarse con cualquier objeto lícito -algunas de las llamadas “garantías individuales”-, las limitaciones aplican indistintamente para hombres y mujeres; a saber: que no “se ataque la moral, los derechos de tercero, se provoque algún delito (lesiones, daño en las cosas, etc.) o perturbe el orden público” (Art. 6º.), y que “al hacer una petición o presentar una protesta por algún acto a una autoridad, no se profieran injurias contra ésta, se hiciere uso de violencia o amenazas para intimidarla u obligarla a resolver en el sentido que se desee” (Art. 9º.).

-III-

Por lo demás, independientemente de la impotencia y la ira, absolutamente comprensibles, de las víctimas de delitos o conductas antisociales que ocasionalmente se vuelven sistemáticas -como los acosos, abusos, violaciones y feminicidios aludidos en las marchas del lunes y en todas las precedentes de la misma índole-, hay consenso, al parecer, en que cuando la violencia y el desorden contaminan protestas y demandas, éstas se demeritan…

Lo cual, por supuesto, no exime a la autoridad de la obligación, primero, de reconocer que la irritación social es justa, y después, de tomar medidas -pendientes, en el caso- para corregir lo a todas luces incorrecto.

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