Marx en México
La mayor difusión del marxismo en México tiene lugar tras la Revolución rusa. Artistas e intelectuales de la Revolución mexicana, como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, se asumieron marxistas. Mención aparte merece Vicente Lombardo Toledano (1894-1968), sindicalista, político y filósofo que hizo una interpretación marxista de la Revolución mexicana y fundó instituciones como la CTM, la Universidad Obrera de México y el Partido Popular. Lombardo y Wenceslao Roces son, de acuerdo con Carlos Illades, las “figuras señeras” que encabezan la “primera generación del marxismo mexicano” (El marxismo en México. Una historia intelectual, Taurus, 2018).
En 1919, se funda el primer partido político de izquierda en el país: el Partido Comunista Mexicano. A partir de la década de los treinta, profesores normalistas comienzan a enseñar marxismo a los futuros maestros de escuela. Recordemos que la educación pública en México, desde 1934, se vuelve socialista (y jacobina).
La Revolución cubana cambió el rostro cultural de América Latina. En la década de los sesenta, la filosofía mexicana, influida de manera notable por la gesta fidelista, giró hacia el marxismo. De ser una corriente relativamente marginal, el marxismo se vuelve la tendencia dominante en las universidades públicas durante los años sesenta y setenta. Es la época en que se lee con fervor a Marcuse, Gramsci, el Che Guevara, Althusser, Mariátegui, Marx y Engels, entre tantos otros.
El movimiento estudiantil de 1968 posicionó al marxismo fuera de la academia y lo apuntaló en la vida social. Los principales filósofos marxistas mexicanos de la segunda mitad del siglo XX son figuras como Wenceslao Roces (traductor de Hegel y Marx), José Revueltas (autor de Dialéctica de la conciencia) Adolfo Sánchez Vázquez (Filosofía de la praxis), Elí de Gortari (Dialéctica de la física), José Porfirio Miranda (Comunismo en la Biblia), Enrique González Rojo Arthur (Hacia una teoría marxista del trabajo intelectual y el trabajo manual), Enrique Dussel (Filosofía de la liberación), Carlos Pereyra (Configuraciones: teoría e historia), Bolívar Echeverría (El discurso crítico de Marx) y Gabriel Vargas Lozano (Más allá del derrumbe).
En los ochenta, sin embargo, se inicia la crisis. Sobre todo tras la caída del Muro de Berlín, hay una implosión significativa del marxismo mexicano, tanto dentro como fuera de las universidades. Por fortuna, comienzan a leerse otros autores: a Max Weber, de manera significativa, pero también a figuras como Bobbio, Rawls y Habermas. De forma paralela, cobran fuerza la tradición liberal-democrática en las ciencias sociales y la orientación analítica en filosofía.
Ante la crisis combinada del PRI, la Unión Soviética y la propia tradición marxista, los marxistas mexicanos se enfrentan a la cuestión democrática: ¿es la democracia un mero obstáculo burgués para la revolución proletaria, como asumía el marxismo dogmático? ¿O es posible un socialismo democrático, como insistía Carlos Pereyra? En pocas palabras: ¿democracia o revolución?
Una parte de la izquierda marxista abandonó su infatuación con la violencia y la revolución para abrazar la vía político-electoral y pacífica. Otra, sin embargo, siguió creyendo que México debía emular la Revolución cubana, lo cual, aunado a la traumática represión del 68, condujo a una proliferación de guerrillas urbanas y rurales durante los años setenta. El Subcomandante Marcos, egresado de filosofía de la UNAM, es un ejemplo, escribe Guillermo Hurtado, de un “influyente pensador postmarxista que ha puesto sus ideas en acción” (“Philosophy in Mexico”).
El consenso neoliberal, el fin de la Guerra fría y la democratización del régimen mexicano terminaron por hundir al marxismo en favor de otras perspectivas teóricas y orientaciones político-intelectuales. El marxismo, sobre todo en su versión esclerotizada, colapsó en México hace ya varias décadas. Un vigoroso pluralismo filosófico y una sana reconversión democrática ganaron la batalla al monismo teórico y al paradigma revolucionario.
Illades tiene razón, sin embargo, cuando escribe: “la política, la cultura, la educación, las ciencias sociales y las artes [del siglo XX] no pueden comprenderse a cabalidad si obliteramos el marxismo o el debate con él”. Motor indiscutible de cambios sociales y políticos en México, el marxismo ha dejado una herencia profunda que amerita una cuidadosa revaloración en nuestro tiempo.