Ideas

Vamos al circo

La función estaba anunciada a las 6 de la tarde. No podíamos perdernos un solo detalle, había que llegar temprano para tener tiempo de adquirir los boletos de entrada, escoger la localidad (luneta, palcos o general), comprar los pistaches, las habas, los cacahuates o los sándwiches de jamón o de queso amarillo, la infaltable soda, y darnos un poco de tiempo para admirar a los animales que estaban en sus jaulas afuera de la carpa.

Impresionante el tamaño de los elefantes, que solo los veía en las series de televisión como “Maya la Elefanta”, “Daktari” o las recordadas películas de “Tarzán de los Monos”. Y qué decir de los feroces leones que con su rugido estremecían a los curiosos, los caballos percherones, los camellos, las jirafas... híjole, parecía que estaba en un safari en África.

Y se llegaba el momento, una pequeña fila y en la cortina de ingreso a la enorme carpa estaba un acomodador, que revisaba nuestros boletos y nos llevaba a nuestros lugares y dependiendo de la localidad nos colocaba cojines en los asientos para mayor comodidad.

Inmediatamente mis ojos volteaban había arriba, me parecía que el techo no tenía fin cuando dirigía mi mirada a los mástiles de los que estaban sujetas cuerdas y redes; la música y el murmullo del publico iba in crescendo, hasta que, vestido con un elegante jaquet, el anunciador daba formal inicio a la función tras un redoble de tambores.

La vestimenta colorida y desenfadada, la clásica nariz roja, los enormes zapatos y los rostros pintados de los payasos hacían su aparición y marcaban también el inicio de la diversión, y las risas sobre todo del público infantil hacían presa del ambiente y lo volvían festivo.

Y continuaba la función, con las hermosas amazonas que hacían piruetas con los bien amaestrados caballos, los trapecistas con su enorme habilidad y extremo valor, haciendo también malabares en lo alto de la gran carpa, volando de un columpio a otro en atrevidos lances y culminaba con el funámbulo que cruzaba de lado a lado haciendo gala de equilibrio con una enorme garrocha y en ocasiones con contrapesos.

Impresionante de verdad. Luego venían los domadores. Para ello se instalaban rejas de protección al público y asombrados veíamos como los elefantes obedecían las instrucciones, se sentaban, daban la pata, alzaban sus trompas, y los leones que saltaban de un banco a otro y atravesaban el circulo de fuego tras dos chicotazos al aire que daba el domador cuando agitaba su látigo. Nunca vi que nadie les pegara o castigara.

Finalizaba todo con el desfile de todos los artistas, recibiendo los aplausos y el reconocimiento de un público asombrado por su valor, su alegría, su absoluta entrega por el espectáculo, su buena disposición y gran compañerismo puesto que unos a otros se ayudaban y formaban una gran familia.

Las funciones usualmente eran por la tarde a las 6 y luego otra a las 8 de la noche y los domingos había matinées.

Aquí en Guadalajara fueron famosas las funciones del Circo Beas, el Atayde, el Circo Bell’s. Mi papá me platicaba que, en la Ciudad de México, D.F. a principios del siglo XX se instaló uno de los primeros circos fijos: el Circo Orrín, que tenía como principal espectáculo el proyectil humano, que era una persona introducida en un cañón desde donde con aire comprimido, no con pólvora evidentemente, era literalmente disparado hacia una red donde caía horizontalmente. El circo era propiedad de un señor llamado Edward Walter Orrin, y su principal atracción era el payaso Richard Bell, mismo que fuera conocido por su parodia del general Porfirio Díaz, con el bigote largo y retorcido. Este circo se estableció en la Plazuela del Seminario, en los alrededores de Palacio Nacional, estuvo en la Plazuela de Santo Domingo y tengo entendido que en la Colonia Roma y fue tanto su éxito que empezó a hacer giras al interior de la República y al extranjero, aunque yo no tengo cierta la fecha ni el lugar en que se haya presentado el circo de los hermanos Orrín en esta Ciudad.

Lo cierto es que la experiencia del circo era inolvidable. Guardo algunas fotografías con mis papás y mi hermano Francisco asistiendo a una función de circo, en el famoso Atayde Hermanos, con su María Luisa y todo, que permitía anotar la fecha de la función y los asistentes, en fotografías tomadas por el fotógrafo oficial del circo, que a la salida estaban exhibidas para su compra, buenas fotos captadas con aquellas famosas cámaras Kodak.

Los circos que acabo de mencionar eran los clásicos por decirlo así, porque también en nuestra Ciudad, vinieron los circos de Capulina, el de Kiko, la Chilindrina, el de Canelita, el de Rabanito, el Ringlin Brothers, el Circo Hermanos Vázquez, el Circo Chino de Pekin y en fechas más recientes el Cirque du Solei, aunque para mi particular opinión, no habrá otros como el Atayde y el Bells, pero como siempre cada quien tiene su opinión y en gustos se rompen géneros.

Los circos han entrado en una crisis enorme sobre todo con las leyes de protección animal, un tema polémico que sin embargo ha alcanzado el rango de legislación prohibitiva y ha limitado la exhibición de los animales hasta casi restringirla, lo que les ha quitado un ingrediente clásico a las funciones circenses. Los extraño mucho, como los anuncios por perifoneo desde las avionetas que surcaban los aires y arrojaban publicidad del circo o los desfiles en el centro de las ciudades. Me arrancan más de un suspiro.

Muchas gracias por su lectura, y aquí en EL INFORMADOR nos encontraremos Dios mediante la próxima semana. Que estén bien.

lcampirano@yahoo.com

Temas

Sigue navegando