Los gobiernos, cosa pasajera
Corría el Gobierno de Aristóteles Sandoval. En un lapso, la obra de la presa El Zapotillo protagonizó el debate público: crecía, decrecía o, de plano, algunas voces lo exigían, había que derruirla. Para tratar de dirimir las diferencias, el Gobierno del Estado recurrió, con noventa millones de pesos por delante, a una agencia de la ONU: la UNOPS, de cuyas conclusiones -fruto de revisar estudios existentes, de datos que ella misma produjo (incluso algunos provistos por la NASA) y de hacer consultas- se valió el gobernador para decidir.
30 de junio de 2017, la nota principal en EL INFORMADOR: “Va Zapotillo a 105 metros: Aristóteles”.
Páginas adentro, Diego Petersen, en Tres Patadas, razonó sobre la noticia: de acuerdo con el estudio, “en la cuenca del Río Verde donde se construye la presa hay menos agua de la prevista, pero la conclusión es la misma que ya sabíamos 10 años y 90 millones de pesos antes: para dotar de agua a dos grandes ciudades (Guadalajara y León) y llevar agua a las ciudades medias de Los Altos de Jalisco se requiere una presa de 105 metros, aunque eso signifique inundar tres poblados. Si la resolución es continuar con la obra, que es lo más sensato, hay que tener claras tres cosas para este proyecto y cualquier otro que se haga en el país: primero, los pobladores desplazados deben ser tratados de manera ejemplar. No deben ser los afectados, sino los primeros beneficiados, cueste lo que cueste”.
A un lado de Tres Patadas, en La Fuente, apareció una reacción: “Enrique Alfaro no tardó en responder [no a Diego, sino al anuncio del gobernador]: ‘Vamos a revisar el estudio con cuidado’, dijo, y después emitirá su opinión definitiva. ‘Sigo creyendo que Temacapulín se puede salvar y que podemos defender con determinación los intereses de Jalisco y de su gente’, remató. ¡Olé, torero!”.
En la misma página, en Cartucho, apareció la síntesis contundente y mona de Qucho: Aristóteles Sandoval, de pie en un islote, está en chanclas, con bermudas y un salvavidas puesto; sonríe forzado y, sudando, tira de una soga atada a otro salvavidas, de los que se lanzan desde los barcos para rescatar náufragos. Asido está un fulano: nomás su torso entacuchado sobresale del agua; representa al poder económico; un puro cuelga de la comisura de sus labios; su gesto es de contento, de satisfacción. Entre él y el gobernador-guardavidas hay dos textos: “No permitiré que se hunda Abengoa.” “Nos debe en pensiones.” Debajo, flotando, vemos un sombrero con un letrero: “Temaca”, y, a su vera, un brazo emerge de lo profundo de la inundación: la mano alza un papel con un mensaje anterior al advenimiento de la UNOPS, de una cuenta de las redes sociales de Aristóteles Sandoval: “Lo reitero: Jalisco debe ser el principal beneficiado de las decisiones y no el que las padezca. No vamos a inundar Temacapulín”.
En 2016, dos de los funcionarios de la UNOPS recién desempacados para el proyecto de marras -amables, conocedores de su materia y preparados para que el estudio discurriera sin demasiada oposición en la opinión pública (venían de experiencias similares en otras partes del mundo)- me convidaron para conversar. Dijeron que el objetivo de los encuentros que tenían programados con distintas personas era que nadie de quienes estaban interesados en Temacapulín (Acasico y Palmarejo)-Río Verde-El Zapotillo se quedara al margen. Mi respuesta fue: si en verdad quieren que su trabajo transcurra bien, lo primero que deben asumir es que quienes están al margen son ustedes; un contrato con el Gobierno y el aura ONU no los colocan al centro. La charla sucedió civilizadamente, cada uno en su ladera, en su margen correspondiente.
Ocho años después, el margen está abigarrado: lo habitan dos exgobernadores (uno de ellos murió, q. e. p. d.); la memoria de lo que fueron sus gestiones abigarra el margen que ocupa la medianía histórica de los gobiernos de los últimos cien años. En ese margen, asimismo, se erige el muro de las promesas rotas y de las contradicciones de los que, de sexenio en sexenio, rigen en Jalisco. El paso de la UNOPS por la cuenca del Río Verde pende del borde externo de ese margen. El Zapotillo y su aportar a la dotación de agua a una región amplia se escurrió al margen por las ventanas que horadaron en su cortina.
Con el corrimiento al margen de lo efímero que por turnos pregonan como lo vital, cae -si queremos verlo- una especie de velo que inhibe la vista de algo de lo pernicioso que persiste en el centro: el problema del agua; la injusticia para los pueblos que, de cuando en cuando, son carne de la coyuntura y de los oportunismos; la ineficacia tenaz de los gobernantes. Pero también en el centro refulgen la inteligencia, el acervo ético y la voluntad por actuar en comunidad que sí hay entre académicos y técnicos (mujeres y hombres), entre quienes viven y defienden su territorio, entre quienes observan la realidad y, a partir de su mirada, reflexionan públicamente.
Hoy EL INFORMADOR cumple 108 años. Reconozco su centralidad, para Guadalajara, para Jalisco. Sin la libertad crítica de su periodismo independiente, la democracia sería sólo demagogia que prefiere -porque le conviene- colocar centralmente a lo fugaz de lo fugaz: cada gobernante. Centralidad del diario y de quienes lo conforman: la familia Álvarez del Castillo, hoy representada por Carlos y su hijo Juan Carlos, y el equipo que lo edita; y, valiéndome de aquella circunstancia del Zapotillo, centrales, antes y ahora, Diego Petersen, Qucho, La Fuente. Por supuesto, no los únicos en ese metafórico punto focal. Porque, además, en el mero mero centro están los lectores: con EL INFORMADOR en las manos, desde el presente se hacen en la historia y forman criterios para anhelar o temer al porvenir.
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