La que sabe, sabe
El partido está muy avanzado, los locales, la escuadra de las ciudadanas y los ciudadanos, van perdiendo, y no por poco. La defensa hace agua y los rivales, con el uniforme de criminales y asistidos (ellos creen que nadie lo nota) por las y los corruptos en el Gobierno, les meten goles que es un contento, como decían los narradores clásicos: ya no sienten lo duro, sino lo tupido. De pronto, la líder del equipo local se da cuenta de que es urgente que tome medidas para revertir el estado de cosas, sabe lo que se necesita, por eso la eligieron por unanimidad; bueno, no fue por unanimidad, pero hay que hacer de cuenta que sí (para que el juego no pierda el chiste), de este modo lo hicieron sentir el INE y los tribunales, muy cancheros ellos, como se dice de los equipos que de repente se corren más allá del margen de los reglamentos sin que alguien se los recrimine.
Desde Sinaloa, con desparpajo ante la guerra civil que padece aquel Estado, señaladamente su capital, Culiacán, la Presidenta Sheinbaum hizo un diagnóstico, muy cuarta transformación, de lo que ocurre por allá, luego de diez meses de batallas entre delincuentes que no tienen quien se les oponga; luego de más de un mil quinientos muertos, incluidos niñas y niños; luego de pérdidas económicas, de empleos, de inversión; luego de que diez mil militares no han podido contener a los malvivientes -suponiendo que sí tengan intención de hacerlo, aunque un general de los que nunca faltan, Francisco Jesús Leana Ojeda, aseguró, al inicio de las hostilidades, en septiembre del año pasado, que detener la matazón no dependía de ellos los verdes, “depende de los grupos antagónicos, que dejen de hacer confrontación entre ellos y que estén dejando a la sociedad en paz”, el caso es que en medio de la devastación de todas índoles, la presidenta identificó el viernes anterior el origen del mal: “Hay algunos que quisieran vencernos, que quisieran que fracasáramos”.
Ah, reflexionan los perspicaces ante la contundencia declarativa de la Comandanta en Jefa: sí, de esos “algunos” está plagada la historia nacional; malditos algunos, son de una perversidad apenas creíble: están empeñados en que ella fracase. Sí, los sabemos, dijo “fracasemos”, aunque fue sólo el plural mayestático, del que usan reyes, monarcas y presidentes populistas, en verdad se refería a ella.
En fin: malditos algunos, pero no saben la calidad de Presidenta que tenemos; sobre el territorio tapizado de violentos, de miedo, de cadáveres, o sea, en la mismísima Culiacán, les espetó a esos malditos algunos: “ni nos quebramos, ni nos acobardamos, nunca”. En las entrañas de los camposantos culichis y sinaloenses se oyó el murmullo clamoroso de los muertos: nos hubieras dicho antes, presidenta. Pero esto no es la Comala de Rulfo, en donde los muertos son y desatan la trama; acá, en el México de la violenta realidad de rutina, los únicos que deben haber acusado recibo del mensaje presidencial, emitido con investidura y toda la cosa, fueron los algunos, para los que el discurso de la mera-mera significó algo como: ahí tienen, perros (entre los algunos debe haber las algunas perras también).
Y por si semejante desplante de poder de la titular del Estado mexicano no bastara, exhibió el antídoto, la kriptonita con la que el régimen combate a los algunos: “ni nos quebramos, ni nos acobardamos, nunca”. Muertos y muertas de Sinaloa, absténganse de comentar desde la obligada paz de sus sepulcros ¿no les basta con que la presidenta, a pesar de su mala suerte, la de ustedes, no se quiebre ni se acobarde? Si los algunos quieren saber dónde aprendió a ser capaz de esgrimir el tal armamento, Claudia Sheinbaum se los restregó en sus caras: “en el pueblo de México, en el de Sinaloa, un pueblo digno, trabajador, que siempre sale adelante”. Aquí tendríamos que decir de los fenecidos que mueren -vaya paradoja y no es pleonasmo- por dar su punto de vista, pero no vale la pena, está visto: fueron incapaces de salir adelante.
Y ya para que de plano los algunos sepan a qué atenerse, Sheinbaum sacó su cañón de largo alcance, casi misil, para terminar de amedrentarlos, la valentía que les disparó a mansalva no la empuña cualquiera, menos los algunos: “se requiere mucha honestidad, honradez, compromiso con el trabajo que hacemos todos los días, y sobre todo se requiere algo único, importante: amor al pueblo de México y a la patria”. Quienes estaban presentes narran que en ese punto de la embestida presidencial el ambiente era gelatinoso, la brutalidad de la mandataria hizo que los algunos temblaran, apanicados, fuera de sí; de la costa a la sierra sinaloenses, por entre los ubérrimos valles y ríos de aquel estado hubo estampida de los algunos, y no pocos pensaron llevar su queja a la ONU: lo que hizo la Presidenta equivalió a emplear armas de exterminio masivo, de las que prohíbe la Convención de Ginebra. Peor aún, ella no se contentó con exponer la ferocidad aquí reseñada, fue a más, del amor al pueblo y a la patria presumió “eso es lo que tenemos en la cuarta transformación, que quede claro que tenemos principios”. Otro momento para que resuene la rulfiana, por resignada, voz de los difuntos: usted tiene principios, qué orgullo, felicidades, nosotros nomás tuvimos fin.