La otra pandemia, largamente anunciada
Fe y popularidad, dos sentimientos hacia sí mismo que por estos días el político inescrupuloso que ansíe poder debe cultivar. Sus yerros son inconsecuentes, surgen y desaparecen sin secuelas para él o para ella; y las falsedades y mentiras (porque mentir y falsear es parte de la ética implicada en su labor) son inocuas si de su lado tiene una masa que le entrega su fe nomás porque es popular. Aunque la fórmula, una vez puesto a andar el engranaje de la fama, también funciona al revés: la popularidad nutre la fe que concita y entonces, ganar elecciones y gobernar según los más personales impulsos son consecuencias naturales del talante del político que se las ingenió para auparse sobre una legión de creyentes que en cada red social, en cada medio de comunicación se topa con altares, no importa que resulten efímeros, dedicados a su adorado. Esto se resume en el término que identifica esta tendencia política: populismo.
El artefacto mental, cuya mecánica podría ser revelada en la hipotética revista Política Popular: «Cómo hacerse con un cargo de elección con refacciones que puede conseguir en cualquier templo y en los programas de televisión sobre la vida de las “estrellas”», es tan atractivo que aún personas serias, que ven en el servicio público una vía para mejorar la vida de la gente, de la sociedad y, por supuesto, para su desarrollo profesional, terminan intentándolo, con rendimientos negativos: en las redes aparecen falsos y no son capaces de practicar el maniqueísmo imprescindible para instalarse en el gusto de la masa (suelen dudar al constreñir el mundo a blanco y negro, a buenos y malos y a ellos y nosotros); tampoco se les da bien la enjundia al prometer las cosas más descabelladas, ellos mismos no las creen y, así, la fe que desean provocar y la notoriedad que persiguen, simplemente se alejan.
Además, hay una peculiaridad, una de esas que se escriben con letras pequeñas al calce del instructivo: no hay antecedentes de que, al mismo tiempo, dos políticos ocupen el pedestal del populista; de lo que se desprende una conclusión que tendría que ser aleccionadora: es fútil contraponer populismo al populismo; generalmente quien se instaló primero goza de los privilegios reservados al populista, no por una regla no escrita, sino porque su desvergüenza, por la práctica que acumula, alcanza cimas insuperables y el miedo al ridículo, en él se tornó patológico: lo disfruta, porque el oficio de populista debe ser atendido con una ración de masoquismo, o como se dice hoy: de propensión a asumirse como la sola víctima de cuantos males considere pertinente señalar.
Hasta aquí, de los elementos esbozados en el ardid llamado populismo, dos quedan por reseñar: la masa y lo que ésta recibe de los políticos que, sin ser populistas, son igual de dañinos. Bueno, digamos mejor tres elementos: a la vera de los políticos que en apariencia son sobrios y mesurados, hay quienes los alientan, directa o indirectamente, a ser y hacer como son y como hacen. Estos tres factores mezclados, colocados en el campo fértil y húmedo de un Estado inoperante para efectos del bienestar generalizado, son la semilla del populismo. La masa, que para no complicarnos podemos entender según la define el diccionario de la RAE: “Gran conjunto de gente que por su número puede influir en la marcha de los acontecimientos”, individuos, mujeres y hombres, que ocupan sobre todo los estratos socioeconómicos bajos y una porción de los medios, que con su hartazgo terminan por “influir en la marcha de los acontecimientos”, ya sea por la vía democrática institucional, el voto, ya sea provocando un estallido; de cualquiera de los dos caminos brota de fondo un coro que se repite y que convendría escuchar atentamente: ¡ya estuvo suave! Ya estuvo suave de la política según la entienden los políticos tan conocidos, sólo ha producido, para la masa, pobreza, nulo acceso a la justicia y a sus derechos, los peores servicios públicos, desigualdad y discriminación, inoculados con el excipiente de discursos etéreos, ininteligibles, polarmente opuestos a los que arman los populistas. Algo extra: ya estuvo suave de que los beneficiarios del inequitativo estado de cosas validen no sólo lo hecho en la era presuntamente prepopulista, sino el modo de hacerlo; de lo que se sigue que lo que esos beneficiarios critiquen de las formas y los resultados del gobernante populista juega un rol inversamente proporcional al pretendido, sólo consiguen solidificarlo.
La tensión evidenciada parecería convocar a la parálisis: la supuesta razón técnica, científica si se quiere, versus la fe y la popularidad, produce un equilibrio falso: la masa tenderá a inclinarse por aquello que le resuene mejor, aunque sólo sea en los oídos y en el corazón, aunque su bienestar y progreso se mantengan casi igual, es decir: le da lo mismo, pero hasta cierto punto: si el deterioro económico, político y social se incrementa, pobreza rampante, menoscabo de libertades, autoritarismo, control del crimen organizado en cada vez más territorios y gasto e inversión públicas dirigidos exclusivamente a fomentar la fe y la popularidad del caudillo, las urnas no serán suficientes para modular el estallido y aún el populista pagaría las consecuencias.
Recapitulemos: en el comienzo, el populismo es síntoma, incluso la fe y la popularidad lucen simpáticas, aunque la enfermedad sea otra, suma de padecimientos: injusticia, desigualdad, exclusión, etc., sólo que, prolongada la duración de aquél, puede convertirse en afección por sí mismo, sin que los males originarios cesen de pudrir al sistema. Qué idea de país, cuál tipo de administración del país, y propuestas por quiénes, serán el antídoto. Quizá algunos gobiernos estatales y municipales pudieran predicar con el ejemplo, ciertas organizaciones sociales, empresariales y universidades; ejemplo puesto en práctica con acciones, no con meras condenas al populista. Quizá. Salvo que el populismo encandila; para unas, para unos, es el atajo-espejismo para acceder al poder, y para sus detractores, montarse en él para señalar sus defectos es la vía para combatirlo.
agustino20@gmail.com