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Geométricamente excéntricos

En el centro, lo público, y la gente en el centro de lo público. Así debería ser. Pero por ese encantamiento que el poder ejerce, lo corrimos al centro, representando por el Gobierno, por todo su aparato: los tres Poderes, los tres órdenes de él en México. Sí, por ese encantamiento que produce el poder, y también por causas históricas que aumentan la capacidad de quienes lo detentan para parecernos centrales, los colocamos en un arriba antidemocrático desde el que esperamos toda clase de dádivas, también de males. El poder para sus usuarios y para quienes lo procuran, es adictivo, y como el capital: busca primordialmente acumularse. Su fuerza de atracción es imponente, por lo que alrededor de él se congregan poderes menores que al servirse del poder centralizado lo apuntalan, y otros que sin poder alguno pretenden ser parte de él pagando su cuota de servidumbre.

Desde la periferia, la gente orbita el núcleo denso del poder: el gobierno con sus asociados, legítimos o no. La gente que, para facilitar el entendimiento de la sociedad, colocamos en estancos según su actividad diferenciadora: el de la sociedad civil; el de los empresarios (mujeres y hombres en empresas grandes, medianas y pequeñas); el de la academia; el pequeñito en el que cabe el puñado de intelectuales; el de los medios de comunicación. Desde cada estanco suelen escaparse hacia el hipnótico poder nuclear ciertas moléculas inestables, que dañan a las de su propio estanco y a otras en los ajenos. Como en las células, son radicales libres; unos se acercan y se alejan del atrayente poder con el coqueteo clásico: sí, pero no, otros se valen de un otro cliché, con descaro y brillo malicioso en los ojos miran al poder y exclaman: dónde habías estado toda mi vida, se incrustan en él y pierden su adscripción distintiva; aunque pretenden (de otro modo son inútiles para el poder) seguir perteneciendo al estanco en el que se originaron. Lo que la gente no sabe o no quiere saber es que entre más atención pone al poder y a quien lo detenta -al Gobierno con sus aliados- más poderosos los hace y así, no rigen por cuánto favorezcan sus vidas, sino por el constante pensar de la gente en que el Poder es ajeno a ella, así perciba los daños que le inflige, y que existe a pesar de ella.

Una de las consecuencias de este modelo gobierno-céntrico es que, a cambio del poder recibido, el Gobierno es recipiente de todas las peticiones y de todas las quejas. A un tiempo gran dador, de todo, y gran culpable, de lo que sea. Con lo primero, dar, siempre queda mal, pero cada día le importa menos, tiene justificantes para su quedarse corto con las expectativas que en buena medida fomenta; pero el poder incluye dominar el discurso e imponer el código de los mensajes, no únicamente de los que él recibe y emite, sino de los que se intercambian entre estancos. Y en cuanto a que se le señale culpable de cualquier cosa que ataña a la vida de la sociedad -y de repente incluso de lo que ocurre en lo privado- es la cuota que paga, con un talante cínico que es parte del bagaje de quien gobierne o esté en el Gobierno; además, las quejas son elementos que el poder en la vertiente de la oposición emplea en sus argumentos para el recambio de gobernantes.

Cuando al hablar de lo público, de lo común, se logra prescindir de las figuras del Poder, las cosas parecen tomar un cariz esperanzador. El hablar y la mirada en, desde los estancos ya no buscan elevarse, así los problemas y los activos de la sociedad ganan una dimensión aprehensible. ¿En verdad todo lo que hay por remediar y todo lo que necesitamos crear para que el futuro se aproxime a los anhelos sociales debe venir de los Gobiernos? Y peor: ¿lo ha de proveer un personaje sólo a la cabeza del Gobierno? Escuchándonos sin la intermediación del Gobierno la respuesta a las dos preguntas es no, por supuesto que no. De lo que no se sigue hacer a un lado al Gobierno, sino enderezar hacia él las exigencias específicas a sus funciones y sobre todo hacerle saber que gobernar sin el concurso del resto de los agentes sociales, no sólo ya perdió valor político, además, y por lo anterior, no entraña la posibilidad de ser eficaz. El experto Luis F. Aguilar lo ha estudiado y tiene una estupenda literatura al respecto.

Desmontar el artilugio de relaciones políticas que coloca al Gobierno al centro no sucederá porque sus agentes se convenzan al señalarles las fallas del modelo, tampoco a partir de las evidencias que la realidad en todos los rubros aporta para soportar la afirmación sobre el quiebre del esquema: de la pobreza y la desigualdad, a la injusticia y el no acceso a derechos, hasta el control de vidas y territorios que cada día incrementa a su favor el crimen organizado. Será el hacer diferente desde los estancos el que fuerce la muda. Mirarse y dialogar con quienes los componen desde la horizontalidad; es decir, atentos para no replicar las formas, el lenguaje burocrático y la jerarquización consustanciales al poder como lo conocemos. Comunicarnos sin atender más que de reojo al Gobierno y no privilegiar la búsqueda de culpables, sino elaborar diagnósticos y plantear soluciones que supongan responsabilidad compartida, entre los componentes de la sociedad, incluido el gobierno; de entrada, para la toma de decisiones y después para las acciones que se pongan en juego. Pensar en esto lleva a una cuestión: para todo lo que como sociedad necesitamos hacer ¿lo relevante es quien triunfe en las elecciones? La historia y su autora, la realidad cotidiana, sugiere una respuesta: no.

agustino20@gmail.com

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