En defensa (innecesaria) de Juan Palomar y Arias
No la ocupa, se defiende solo, para quien lo haya conocido o haga una investigación honrada. Pero es útil precisar, para humildes fines pedagógicos. Dos son las acusaciones en su contra que es necesario aclarar y borrar. La primera es que fue cómplice de la demolición del Edificio Genoveva/Hotel García, ahora edificio Mulbar. Para probar este dicho se ofrece una nota inexacta de 1974, aproximadamente, de EL INFORMADOR. Voces aviesas han aprovechado esa nota para juzgar y condenar al ingeniero Palomar. Conviene aclarar. El ingeniero Palomar, si en algo se distinguió, fue en la defensa del patrimonio jalisciense. Desde el principio manifestó todas sus reservas ante las ampliaciones de calles en el centro, en los cincuenta del pasado siglo. Particularmente a la ampliación de Corona (calle de Palacio) que fue y es notoriamente inútil. Otro ejemplo entre tantos: el ingeniero Juan Palomar y Arias, junto con su hijo el ingeniero Yves Palomar y Loriot de la Salle, fueron responsables de salvar la casa de Luz Brizuela, también en los setenta, cuando les preguntó el Patronato de Luz Brizuela si podían demoler la casa para hacer locales comerciales más “rentables”. Los dos se opusieron férreamente y ganaron esa batalla, como muchas otras.
En la nota en cuestión se dice que JPA “autorizó”, junto con otro funcionario del ayuntamiento la demolición del Edificio Genoveva. JPA nunca “autorizó” nada. Sus funciones no eran esas. Era parte del personal técnico del ayuntamiento y de Planeación del Estado, y no encargado de ninguna ventanilla donde se realizaban los trámites de demolición. Además, a quien esto escribe le consta de primera mano el cariño de JPA por el Hotel García/ Edificio Genoveva. Si bien el edificio de Alejandro Zohn que desgraciadamente sustituyó al hotel es una obra maestra por sí misma, jamás habría tenido que serlo a costa de nuestro patrimonio.
El otro “pecado” que se quiere achacar a JPA no es tener una, sino dos calles tapatías bajo su nombre. Va la explicación. JPA siempre se opuso, en público y en privado, a los cambios arbitrarios de toponimias. Siempre le dijo Zapotlán a Zapotlán, San Sebastián a San Sebastián, San Gabriel a San Gabriel, Tolsa a Tolsa, etc., etc. Predicaba con el ejemplo. Cuando, ya él muy grande, el Colegio de Valuadores propuso al cabildo de Zapopan imponerle el nombre de JPA a la antigua calle de Escritores Zapopanos, él se opuso terminantemente, hasta que, por su edad, los valuadores se salieron con la suya. JPA decía que lo único que podría haber justificado el cambio era que no había ningún escritor zapopano. Luego se murió, en 1987. Después, don Andrés Z. Barba y otros vecinos del fraccionamiento Monraz convencieron al cabildo de Guadalajara para que se cambiara el querido nombre de Yaquis por el de JPA. Éste, de nuevo, hubiera rechazado de plano esa iniciativa. Pero ya estaba muerto.
Es muy fácil, y muy cobarde, atacar a quien ya está muerto y ya no puede defenderse de inquinas y complejos. Valga esta explicación, casualmente de un pariente de JPA, para intentar la defensa de alguien que, de cualquier modo, fue intachable siempre. Es más, como algunas voces de buena fe lo dicen, JPA debería estar en la Rotonda, no para honra de su familia, que ciertamente no la ocupa, sino para ejemplo y edificación de las nuevas generaciones.
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