El futuro del Sur metropolitano
Los valles de Toluquilla y Tlajomulco han sido desde siempre una pieza fundamental en la composición geográfica, en la morfología y en el funcionamiento ambiental de toda la región metropolitana.
Constituyen una extensa zona de infiltración de lluvias y poseen suelos muy ventajosos para el cultivo agrícola. De allí su invaluable papel como productores cercanos de muchas de las necesidades alimenticias de la ciudad. Junto con los demás grandes elementos naturales del contexto amplio de la urbe (el bosque de la Primavera, el valle de Tesistán y el gran corredor natural de la barranca del río Santiago) asegura un indispensable equilibrio ecológico para la gran conurbación de Guadalajara.
Este equilibrio es desde hace décadas precario por la acelerada urbanización carente del necesario orden, la especulación inmobiliaria y su consecuencia más perjudicial: la dispersión urbana, que ha generado grandes desarrollos que constituyen meras zonas dormitorio, carentes de los servicios, las infraestructuras y las comunicaciones capaces de dar a esas demarcaciones una razonable interacción e integración urbana. De allí que se registre en todo el contexto una elevada tasa de abandono de las viviendas que por sí sola es muy elocuente.
Todo lo anterior subraya lo que ha sido repetidamente señalado: el crecimiento de la ciudad hacia el sur debe ser sujeto a una estricta racionalidad y a una cuidadosa delimitación de todas las grandes áreas, aún subsistentes, que deben conservarse libres de urbanización y apegadas a su vocación agropecuaria. No quiere decir esto que tales tierras deban forzosamente estar sujetas a la agricultura tradicional. Existen alternativas de producción agrícola de muy alto rendimiento mediante nuevas técnicas que logran una alta productividad del suelo. Estas opciones pueden tener un provecho, a mediano plazo, incluso superior al de la urbanización indiscriminada.
Muy llevada y traída ha sido la medida de introducir a través de estos territorios una línea específica del Tren Ligero. Dada la magnitud de la población urgida de transporte es comprensible esta demanda. Sin embargo, se carece aún de la claridad y las evidencias que arrojen conclusiones certeras sobre la naturaleza, el funcionamiento, el trayecto y las conexiones de tal línea. Pareciera entonces necesario el establecimiento de un plan estratégico que plantee claramente la delimitación de las zonas urbanizadas y las ya urbanizables, su radical mejora, y los terrenos susceptibles y adecuados para conservar su vocación agropecuaria.
La línea (o líneas en su caso) de transporte masivo enunciada ahora en términos generales deberá inscribirse dentro de esas más amplias estrategias y ser un instrumento de regulación y ordenamiento de todos estos valles antes que ser, de manera irreparable, un elemento que termine de desordenar un área vital para toda la ciudad. Es una indispensable previsión.
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