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Alfarismo; balance de un movimiento fugaz

Esta semana los alfaristas celebraron en Tlajomulco los diez años de haber abordado el buque naranja. Festejaron en grande en el municipio donde nació el proyecto político de Enrique Alfaro. Pero ¿qué es el alfarismo?, ¿existe más allá de la gubernatura?

Si algo distinguió al proyecto alfarista desde que en 2009 ganaron la elección de Tlajomulco bajo las siglas del PRD fue la innovación y el arrojo. El pequeño grupo de cinco jóvenes políticos que rodeaban a Enrique Alfaro (Alberto Uribe, Hugo Luna, Ismael del Toro, Clemente Castañeda y Rafael Valenzuela) compartía una visión disruptiva de la forma de hacer política y una enorme capacidad de trabajo. Algunos de ellos -el propio Alfaro y Uribe- venían del rancio PRI. Otros como Clemente Castañeda de la izquierda más comprometida, otros más, como Rafael Valenzuela, de las batallas por la democratización de la política estudiantil en la Universidad de Guadalajara. Aunque se le ubicó en la izquierda por haber nacido dentro del PRD, en el alfarismo siempre hubo de todos colores y sabores: lo que los unía era la voluntad de poder y el liderazgo contundente de Alfaro.

La candidatura a gobernador por MC en 2012 es realmente el inicio del alfarismo. Hace una década, en una sorprendente campaña apoyada desde Casa Jalisco por el gobernador panista Emilio González Márquez, Alfaro logró dividir al panismo, borrar al perredismo y convertirse en opción política más allá de los partidos. De ahí a Guadalajara en 2015 y a la gubernatura en 2018 fue una fina y laboriosa construcción de acuerdos usando el membrete de Movimiento Ciudadano. Con los éxitos llegaron las rupturas y la soberbia. Pensaron que Tlajomulco era el mundo y que podían comérselo a cachos. Quisieron recoger la cosecha cuando apenas habían sembrado. El grupo compacto se fue desintegrando, los mejores cuadros alejando y por lo mismo los resultados y la capacidad de generar algo distinto fue menguando.

Los que se decían alfaristas terminarán acomodándose en otros proyectos, e incluso en otros partidos y el alfarismo terminará en cuanto arranque la elección del 2024

Desde la irrupción, un tanto fortuita, de Alberto Cárdenas en la elección de 1995 y la transición a la democracia en Jalisco, no había existido un movimiento tan fresco como el alfarismo. La fuerza y apoyo con la que llegó Alfaro es solo comparable con la que tuvo en su momento Guillermo Cosío Vidaurri; la decepción, también. El talante autoritario, la incapacidad de escucha y la falta de autocrítica convirtieron al alfarismo en un movimiento fugaz, sin posibilidad de trascendencia: no hay continuidad posible de un grupo político que es incapaz de ver más allá de su líder, y su líder es incapaz de ver más allá de sí mismo.

La fuerza política que le da a Alfaro ser gobernador de Jalisco le ajusta, sin duda, para jugar un papel en la política nacional. Los que se decían alfaristas terminarán acomodándose en otros proyectos, e incluso en otros partidos y el alfarismo terminará en cuanto arranque la elección del 2024.

diego.petersen@informador.com.mx

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