AMLO sólo llora por el dolor propio, como hacen los dictadores
Existen lágrimas que se contagian y que mueven sentimientos por lo que entrañan y porque están impregnadas de autenticidad; y otras que, sencillamente, provocan aversión, recelo, irritación. Y esto último fue lo que ocurrió a no pocos mexicanos al ver romper en llanto el pasado martes 15 de febrero al presidente Andrés Manuel López Obrador durante su conferencia mañanera, bajo el argumento de que sus hijos han padecido acoso derivado de la vida política de su padre; es decir, el hombre más poderoso de nuestra nación; el mismo que no derramó una sola lágrima ni mostró un mínimo de empatía al dejar a millones de mexicanos sin sus tratamientos médicos, incluidos decenas de miles de niños que se vieron obligados a interrumpir sus sesiones de quimioterapia, derivando en la muerte de cerca de dos mil pequeños.
¿Cómo sentir empatía por unas lágrimas que derivan del dolor propio? Y ello en el supuesto de que hayan sido efectivamente provocadas por ese episodio que contó el presidente durante su conferencia, siendo que el golpe que recibió y que evidentemente no ha podido asimilar, es el que le asestó el pasado 27 de enero el periodista Carlos Loret de Mola, al dar a conocer una investigación que involucra a su hijo mayor, José Ramón, en un presunto caso de corrupción y que ha permeado entre la población generando una escalada de críticas y reproches transitando en lo que es hasta ahora la peor crisis que ha enfrentado su gobierno y su administración al cuestionarse poderosamente la retórica que lo llevó a la silla presidencial cuando predicaba combatiría la corrupción y establecería la austeridad republicana; dos de sus propuestas más significativas que han terminado en el desagüe.
AMLO no sólo no lloró cuando exhibió la portada de un diario de circulación nacional en la que se daba cuenta de la violencia que vive el país, sino que soltó una carcajada que todavía resuena en todo México. “Ahí están las masacres, je, je, je…”, expresó burlándose de un asunto que ha causado dolor a miles de familias en todo nuestro territorio nacional.
El ex presidente José López Portillo lloró frente a la nación en su último informe de gobierno por hundir al país en la crisis más profunda de la historia. AMLO, por su parte, no ha tenido algún rasgo de empatía frente a los 5 millones de nuevos pobres que ha dejado su administración en sus primeros tres años de gobierno.
En la historia reciente hemos visto llorar a otros presidentes; sin embargo, ha resultado un interesante ejercicio revisar qué ha provocado sus lágrimas, arrojando que los dictadores lloran por el dolor propio y no el ajeno.
Baste recordar al fallecido ex presidente venezolano Hugo Chávez, quien en abril de 2012, tras participar en una misa para orar por su salud afectada entonces por un cáncer que padecía desde 2011, pidió vivir más tiempo. Por esos días, Chávez, quien ostentaba el poder desde 1999, aspiraba a ser reelegido para un nuevo mandato.
Su sucesor, Nicolás Maduro, lloró el mismo día que su comandante Chávez lo designó para asumir la presidencia temporal y ser el candidato oficialista en las próximas elecciones que deberían convocarse en un plazo de 30 días.
Al derrocado ex presidente de Bolivia, Evo Morales, quien permaneció por 13 años y nueve meses en la silla presidencial, se le aguaron los ojos en dos ocasiones: la primera por su indisimulable emoción al asumir la primera magistratura del país y la segunda producto de la indeseada decisión de abandonar un cargo al que ya se había acostumbrado.
En enero de 2016, al entonces presidente de los Estados Unidos de América del Norte, Barack Obama, se le vio derramar lágrimas al presentar un conjunto de medidas ejecutivas tendientes a evitar tiroteos y asesinatos masivos por incidentes con armas de fuego que en su país arrojan un promedio de 30 mil muertes al año. Antes, había llorado por la masacre en una primaria de Connecticut en diciembre de 2012, en la que fueron asesinados 20 niños y 6 adultos.
Así pues, ha quedado claro que, como hacen los dictadores, López Obrador sólo llora por el dolor propio.