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Xochimilco para desayunar
Sobre el agua, en embarcaciones para hasta 20 personas, se disfruta de un foclórico paseo
GUADALAJARA, JALISCO (16/SEP/2012).- Al llegar a Xochimilco el espíritu mexicano le florece a cualquiera. Como si se tratara de una conducta a seguir, el corazón se acelera y las piernas piden a gritos treparse a la trajinera más cercana, contratar al mariachi y celebrar con sabor tequilero.
Xochimilco no es como lo cuentan. Quien jamás ha visitado el lago puede tener una idea fugaz y totalmente perdida; en primer lugar hay que decidirse por uno de los nueve embarcaderos que dan acceso a las verdosas aguas: Nuevo Nativitas, Caltongo, Cuemanco, Belem y San Cristóbal, Fernando Celada, Zacapa y Salitre.
Para llegar hasta el lago hay que esquivar a una docena de bicitaxis que se avalanchan sobre los notables turistas despistados, y que por la módica cantidad de 50 pesos –en la mayoría de los ofrecimientos– consiguen estacionamiento y a las mejores trajineras de Xochimilco.
El más popular es el embarcadero Fernando Celada, ubicado frente a la concurrida Avenida Guadalupe, en el barrio de San Juan, al Sur del Distrito Federal. Ahí están flotando y firmes al Sol, Carmen, Fátima, María Renata y Rosario, algunas de las trajineras.
Para principiantes
Las trajineras no lucen tan coloridas ni tan aromáticas como se cree. No llevan flores en su principal corniza –al menos, no naturales–, la madera de la embarcación está hinchada y la humedad se cuela por la nariz. Familiarizarse con el olor es cuestión de minutos.
Los costos que las flores naturales tienen, han obligado a los trajineros a cambiar la decoración por papel mache, rafia o simple pintura, materiales con los que construyen los arcos que caracterizan a Xochimilco. Leyendas como Viva México, Morenita mía y Amor eterno hacen el intento por conservar ese folclor mexicano.
Jaime se acerca, es un adolescente de escasos 16 años y es capitán de “Lola”, una pequeña trajinera con capacidad para unas 10 personas. Los paseantes solamente son dos, y el joven guía sugiere esperar a que lleguen más turistas, pues las embarcaciones se rentan por viaje. La opción es dividir el gasto entre un grupo de desconocidos o soltar 400 pesos por la solitaria pareja.
Son las 10:00 de la mañana de un sábado cotidiano. Con una sonrisa burlona, Jaime le dice a la señorita que porta tacones que tendrá que atravesar entre al menos unas cinco trajineras para llegar hasta Lola. Con cara de preocupación, la chica se apoya, tambalea por momentos, y camina entre las movedizas embarcaciones que se mecen a merced del lago.
Sí, el “estacionamiento” de trajineras está a la entrada, como una especie de puerto y no hay tantas opciones: atravesar trajineras hasta llegar a la indicada, o empezar a empujar a la que se quiere hasta sacarla del nido es toda una faena. Entre gritos y reniegos, el trío de viajantes aborda a Lola.
El recorrido es de dos horas aproximadamente. Jaime mueve la trajinera con una larga pértiga. Sus brazos son flacos, pero marcados por la fuerza y el peso que durante seis días a la semana mueve en las embarcaciones de su familia.
Aunque no asiste a la escuela porque tiene que trabajar, Jaime es un excelente historiador. Dice que las trajineras son el legado prehispánico que sobrevive del Imperio Azteca; que se utilizaban como ciudades flotantes y hortalizas de frutas, legumbres y cereales; que incrédulos ingenieros visitan Xochimilco para ver por cuenta propia a uno de los mejores sistemas de riego y drenaje del mundo.
Pero que también ahí se han ahogado personas ebrias; que se han peleado las barras de futbol; que es el sitio elegido para pedir matrimonio; que ahí se comen ricas quesadillas azules.
Restaurantes flotantes
Xochimilco está lejos de ser un destino barato; hay que pagar por todo, hasta para ir al baño (cinco pesos es la cuota). Para comer, está la comida casera de las chinampas o la que se vende a bordo de las trajineras; las quesadillas de huitlacoche y queso son las más demandadas, al igual que los guisos de chicharrón, champiñones con rajas, huevo con arroz y papas con chorizo.
Con tamales y pambazos, hasta elotes cocidos, nieve de limón y fruta picada, se puede comer ahí acompañado de cervezas y micheladas, desde $40. El grupo norteño cobra hasta $500 la hora de música.
TOMA NOTA
Cómo llegar
Desde la delegación Coyoacán, en la zona de Taxqueña, en microbús es necesario abordar las rutas que se acercan a los embarcaderos, en dirección hacia San Gregorio.
Por la Línea 2 del Metro puedes llegar hasta la terminal de Taxqueña y cambiarte al andén del Tren Ligero vas hasta el centro de Xochimilco.
Xochimilco no es como lo cuentan. Quien jamás ha visitado el lago puede tener una idea fugaz y totalmente perdida; en primer lugar hay que decidirse por uno de los nueve embarcaderos que dan acceso a las verdosas aguas: Nuevo Nativitas, Caltongo, Cuemanco, Belem y San Cristóbal, Fernando Celada, Zacapa y Salitre.
Para llegar hasta el lago hay que esquivar a una docena de bicitaxis que se avalanchan sobre los notables turistas despistados, y que por la módica cantidad de 50 pesos –en la mayoría de los ofrecimientos– consiguen estacionamiento y a las mejores trajineras de Xochimilco.
El más popular es el embarcadero Fernando Celada, ubicado frente a la concurrida Avenida Guadalupe, en el barrio de San Juan, al Sur del Distrito Federal. Ahí están flotando y firmes al Sol, Carmen, Fátima, María Renata y Rosario, algunas de las trajineras.
Para principiantes
Las trajineras no lucen tan coloridas ni tan aromáticas como se cree. No llevan flores en su principal corniza –al menos, no naturales–, la madera de la embarcación está hinchada y la humedad se cuela por la nariz. Familiarizarse con el olor es cuestión de minutos.
Los costos que las flores naturales tienen, han obligado a los trajineros a cambiar la decoración por papel mache, rafia o simple pintura, materiales con los que construyen los arcos que caracterizan a Xochimilco. Leyendas como Viva México, Morenita mía y Amor eterno hacen el intento por conservar ese folclor mexicano.
Jaime se acerca, es un adolescente de escasos 16 años y es capitán de “Lola”, una pequeña trajinera con capacidad para unas 10 personas. Los paseantes solamente son dos, y el joven guía sugiere esperar a que lleguen más turistas, pues las embarcaciones se rentan por viaje. La opción es dividir el gasto entre un grupo de desconocidos o soltar 400 pesos por la solitaria pareja.
Son las 10:00 de la mañana de un sábado cotidiano. Con una sonrisa burlona, Jaime le dice a la señorita que porta tacones que tendrá que atravesar entre al menos unas cinco trajineras para llegar hasta Lola. Con cara de preocupación, la chica se apoya, tambalea por momentos, y camina entre las movedizas embarcaciones que se mecen a merced del lago.
Sí, el “estacionamiento” de trajineras está a la entrada, como una especie de puerto y no hay tantas opciones: atravesar trajineras hasta llegar a la indicada, o empezar a empujar a la que se quiere hasta sacarla del nido es toda una faena. Entre gritos y reniegos, el trío de viajantes aborda a Lola.
El recorrido es de dos horas aproximadamente. Jaime mueve la trajinera con una larga pértiga. Sus brazos son flacos, pero marcados por la fuerza y el peso que durante seis días a la semana mueve en las embarcaciones de su familia.
Aunque no asiste a la escuela porque tiene que trabajar, Jaime es un excelente historiador. Dice que las trajineras son el legado prehispánico que sobrevive del Imperio Azteca; que se utilizaban como ciudades flotantes y hortalizas de frutas, legumbres y cereales; que incrédulos ingenieros visitan Xochimilco para ver por cuenta propia a uno de los mejores sistemas de riego y drenaje del mundo.
Pero que también ahí se han ahogado personas ebrias; que se han peleado las barras de futbol; que es el sitio elegido para pedir matrimonio; que ahí se comen ricas quesadillas azules.
Restaurantes flotantes
Xochimilco está lejos de ser un destino barato; hay que pagar por todo, hasta para ir al baño (cinco pesos es la cuota). Para comer, está la comida casera de las chinampas o la que se vende a bordo de las trajineras; las quesadillas de huitlacoche y queso son las más demandadas, al igual que los guisos de chicharrón, champiñones con rajas, huevo con arroz y papas con chorizo.
Con tamales y pambazos, hasta elotes cocidos, nieve de limón y fruta picada, se puede comer ahí acompañado de cervezas y micheladas, desde $40. El grupo norteño cobra hasta $500 la hora de música.
TOMA NOTA
Cómo llegar
Desde la delegación Coyoacán, en la zona de Taxqueña, en microbús es necesario abordar las rutas que se acercan a los embarcaderos, en dirección hacia San Gregorio.
Por la Línea 2 del Metro puedes llegar hasta la terminal de Taxqueña y cambiarte al andén del Tren Ligero vas hasta el centro de Xochimilco.