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El Ceboruco
GUADALAJARA, JALISCO (24/OCT/2010).- Al Norte de la Sierra El Guamúchil, se localiza el hermoso Volcán El Ceboruco.
De los portales de Ahuacatlán, tomé el camino a Jala, luego del Cerro Pochotero, entré a la atractiva población de Jala, pregunté por el sendero a El Ceboruco y me indicaron que por el camino a Coapán, a un kilómetro de distancia, encontraría el camino al volcán y así sucedió. Después de pasar la autopista, la brecha fue serpenteando y ascendiendo las laderas del volcán; los parajes de lomas se tornaron en insólitos parajes de tobas, posteriormente empezaron a manifestarse con gracia algunas lavas, lavas petrificadas. Conforme el camino se adentraba, la lava dominaba el paisaje: piedras porosas, de diversas formas, las más vistosas eran las altas y curveadas a la vez, bellas esculturas. Unas parecían de dos cuerpos, pero eran de una sola pieza, algo fraccionadas por el viento, el agua y el Sol. Los colores ausentes, piedras blancas, grises y negras; Enrique Barrios de los Ríos, llamó a esa extensa capa rocosa “aldea negra”. El conquistador Francisco Cortés, al llegar a Ahuacatlán, citó: “el paisaje era cortado por el volcán”. Y cuando el virrey Antonio de Mendoza se dirigía a la capital de la naciente Nueva Galicia, Compostela, al acercarse a las faldas del volcán, sintió movimientos telúricos y para pronto renunció a su viaje.
El primitivo nombre fue Tonan, palabra náhuatl que significa vida, energía, calor, “montaña brillante”; posteriormente se le conoció como Volcán de Xal, y finalmente Ceboruco, “el gigante negro”. Pertenece al Eje Neovolcánico, todo un estratovolcán, subducción de la Placa de Cocos.
Pedro López González recopiló varios escritos, entre ellos, uno de Bernardo de Balbuena (1592): “… el más vivo, que ahora, con su roja luz visible, de clara antorcha…”; otro de José Longinos Martínez (1793): “… es medianamente elevado, que hace muchos años no se le ha visto erupción alguna. La subida al cráter es muy fácil, aunque toda su circunferencia está llena de escorias y lavas. Por una loma tendida está la parte Norte del cráter, se sube a una meseta bastante espaciosa, en la que pastean algunos ganados. Desde esta subida suave se llega al cráter, en el que se perciben varias hendiduras y cavidades con muchas escabrosidades de las escorias de piedritas…”; y anexó uno de Marion Wheat (1854): “El ángulo visual continúa limitado por los restos volcánicos y sus fragmentos desmoronados…”.
Volviendo a mí andar por el Ceboruco, la brecha me iba regalando preciosos paisajes de laderas escarpadas, de piedras basálticas y andesíticas; de cuando en cuando me paraba a contemplar aquel peculiar suelo rocoso. El sendero termina en Las Microondas, un excelente mirador, de donde se dominan maravillosas vistas, a los valles aledaños con sus poblados, delimitados por montes, vistas pintorescas. Estaba a unos dos mil 200 metros de altura. Después de admirar el espectacular entorno, caminé emocionado al cráter; al acercarme fui maravillado por unas fumarolas, velos de novia, que envolvían con magia diversas piedras, para luego desvanecerse en el cielo. Me senté en una roca, un tanto plana, para apreciar las bellas fumarolas que danzaban al compás del viento, viento que silbaba alegremente con los árboles.
Pedro López nos dice: “El 21 de febrero de 1870 los habitantes de Jala, Jamulco y Ahuacatlán percibieron en las inmediaciones del volcán que salía de su cráter una ligera humareda, la cual, durante el transcurso del día, fue aumentando, al grado de que el jueves 23 del mismo mes escucharon extraños ruidos subterráneos y sintieron ligeros movimientos de tierra, al mismo tiempo que del cráter salía abundante vapor y ceniza que llegó hasta más allá de Ixtlán del Río. Además, por la noche, los moradores pudieron admirar la intensa luz roja del cráter y que la lava corría como río por las laderas del volcán”. José María Velasco dibujó aquel fabuloso acontecimiento, desde el pueblo de Uzeta, entre Tetitlán y Marquezado, al Oeste del volcán; el increíble dibujo muestra cuatro imponentes fumarolas, dos negras, una gris y otra blanca, y emocionantes ríos de lava, bajando con intensidad y magnificencia por los pliegues del volcán.
De los portales de Ahuacatlán, tomé el camino a Jala, luego del Cerro Pochotero, entré a la atractiva población de Jala, pregunté por el sendero a El Ceboruco y me indicaron que por el camino a Coapán, a un kilómetro de distancia, encontraría el camino al volcán y así sucedió. Después de pasar la autopista, la brecha fue serpenteando y ascendiendo las laderas del volcán; los parajes de lomas se tornaron en insólitos parajes de tobas, posteriormente empezaron a manifestarse con gracia algunas lavas, lavas petrificadas. Conforme el camino se adentraba, la lava dominaba el paisaje: piedras porosas, de diversas formas, las más vistosas eran las altas y curveadas a la vez, bellas esculturas. Unas parecían de dos cuerpos, pero eran de una sola pieza, algo fraccionadas por el viento, el agua y el Sol. Los colores ausentes, piedras blancas, grises y negras; Enrique Barrios de los Ríos, llamó a esa extensa capa rocosa “aldea negra”. El conquistador Francisco Cortés, al llegar a Ahuacatlán, citó: “el paisaje era cortado por el volcán”. Y cuando el virrey Antonio de Mendoza se dirigía a la capital de la naciente Nueva Galicia, Compostela, al acercarse a las faldas del volcán, sintió movimientos telúricos y para pronto renunció a su viaje.
El primitivo nombre fue Tonan, palabra náhuatl que significa vida, energía, calor, “montaña brillante”; posteriormente se le conoció como Volcán de Xal, y finalmente Ceboruco, “el gigante negro”. Pertenece al Eje Neovolcánico, todo un estratovolcán, subducción de la Placa de Cocos.
Pedro López González recopiló varios escritos, entre ellos, uno de Bernardo de Balbuena (1592): “… el más vivo, que ahora, con su roja luz visible, de clara antorcha…”; otro de José Longinos Martínez (1793): “… es medianamente elevado, que hace muchos años no se le ha visto erupción alguna. La subida al cráter es muy fácil, aunque toda su circunferencia está llena de escorias y lavas. Por una loma tendida está la parte Norte del cráter, se sube a una meseta bastante espaciosa, en la que pastean algunos ganados. Desde esta subida suave se llega al cráter, en el que se perciben varias hendiduras y cavidades con muchas escabrosidades de las escorias de piedritas…”; y anexó uno de Marion Wheat (1854): “El ángulo visual continúa limitado por los restos volcánicos y sus fragmentos desmoronados…”.
Volviendo a mí andar por el Ceboruco, la brecha me iba regalando preciosos paisajes de laderas escarpadas, de piedras basálticas y andesíticas; de cuando en cuando me paraba a contemplar aquel peculiar suelo rocoso. El sendero termina en Las Microondas, un excelente mirador, de donde se dominan maravillosas vistas, a los valles aledaños con sus poblados, delimitados por montes, vistas pintorescas. Estaba a unos dos mil 200 metros de altura. Después de admirar el espectacular entorno, caminé emocionado al cráter; al acercarme fui maravillado por unas fumarolas, velos de novia, que envolvían con magia diversas piedras, para luego desvanecerse en el cielo. Me senté en una roca, un tanto plana, para apreciar las bellas fumarolas que danzaban al compás del viento, viento que silbaba alegremente con los árboles.
Pedro López nos dice: “El 21 de febrero de 1870 los habitantes de Jala, Jamulco y Ahuacatlán percibieron en las inmediaciones del volcán que salía de su cráter una ligera humareda, la cual, durante el transcurso del día, fue aumentando, al grado de que el jueves 23 del mismo mes escucharon extraños ruidos subterráneos y sintieron ligeros movimientos de tierra, al mismo tiempo que del cráter salía abundante vapor y ceniza que llegó hasta más allá de Ixtlán del Río. Además, por la noche, los moradores pudieron admirar la intensa luz roja del cráter y que la lava corría como río por las laderas del volcán”. José María Velasco dibujó aquel fabuloso acontecimiento, desde el pueblo de Uzeta, entre Tetitlán y Marquezado, al Oeste del volcán; el increíble dibujo muestra cuatro imponentes fumarolas, dos negras, una gris y otra blanca, y emocionantes ríos de lava, bajando con intensidad y magnificencia por los pliegues del volcán.