Suplementos
Vanagloria
La tendencia de todo ser humano a buscar la recompensa y el aplauso aquí abajo
La tendencia de todo ser humano a buscar la recompensa y el aplauso aquí abajo --incluso en las obras de caridad--, a la que se le conoce como vanagloria, es connatural al mismo.
La vanagloria es una forma superficial de soberbia, que rebasa los justos límites en el deseo de destacar y de recibir honores externos y lleva a buscar parecer más de lo que en realidad es (el soberbio pretende eso, ser más de lo que es).
San Juan Crisóstomo muestra los aspectos dañinos de la vanagloria: “Ninguna otra cosa hace desear tanto las riquezas, como el deseo de gloria. Los hombres presentan gran número de criados, de caballos, cubiertos de oro y mesas con objetos de plata, no porque ello reporte alguna utilidad, sino por ostentación delante de los demás. Y dice el Señor: ‘No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra’”.
Ahora bien, desear la manifestación de la propia excelencia no es en sí malo, como lo dice Jesús en el Evangelio de Mateo: “Así pues, debe brillar su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los cielos” (Mt 5, 16). Sin embargo, sí lo es buscar la gloria vana o vanagloria, concretamente cuando se busca la gloria en cosas malas, en bienes que no se poseen, atributos que no se tienen; cuando se busca en personas poco estimables, con poco juicio, etc.; cuando se busca sólo por satisfacción personal, con exclusión del fin recto.
Este pecado capital es complejo y vario, a diferencia de otros vicios que se manifiestan uniformes y simples. La vanagloria arremete por todos los flancos, y su vencedor la encuentra en todo cuanto le circunda, enfrentándose con él. Se le puede comparar a un arrecife que se oculta bajo olas agitadas, el cual pasa inadvertido para los navegantes y llega a causar enormes destrozos en sus naves.
Por tanto es necesario considerar, a la luz de la fe, nuestros quehaceres y la intención con la que los llevamos a cabo, para descubrir los puntos de corrupción y de vanagloria que puedan haber en esas acciones. En la oración hecha con profundidad podremos descubrir poco a poco la vanidad y el amor propio existentes en todo corazón humano, para rectificar la intención y que todo en nuestra vida esté ordenado a la gloria de Dios. No nos vaya a suceder como la nave que ha realizado muchos viajes y ha escapado de muchas tempestades, pero en el mismo puerto choca contra el arrecife y echa por la borda todos los tesoros que guardaba; así pasa con quien, después de muchos trabajos, no aplaca su deseo de alabanzas y naufraga en el mismo puerto.
Por ello debemos luchar y recurrir a todos los medios que el Señor nos da, por su Espíritu Santo, para vencer este pecado tan nocivo para nuestra vida cristiana; uno de los medios principales y más poderosos es la oración, pues en ella la soberbia manifestada en la vanagloria puede transformarse en humildad.
De esa manera podremos obedecer lo que Jesús en el Evangelio de hoy nos ordena, y que se suscite en nuestra vida lo que Él mismo sentencia: “el que se engrandece a sí mismo será humillado, y el que se humilla será engrandecido”.
Luchemos pues sin cuartel contra este pecado de la vanagloria, teniendo siempre presente que a muchos los ha perdido, y si hoy sufrimos tanta delincuencia, tanta violencia por el exceso de corrupción, degradación, pérdida de valores humanos, morales y trascendentes, se debe a que muchos que incluso se llaman y se proclaman cristianos, son víctimas de este vicio o pecado, pues han dejado a un lado la gloria de Dios y se han centrado en su propia gloria, en la vanagloria; y si no recapacitan y se convierten, según lo dice la Palabra de Dios, están en riesgo inminente de perderse eternamente.
Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx
La vanagloria es una forma superficial de soberbia, que rebasa los justos límites en el deseo de destacar y de recibir honores externos y lleva a buscar parecer más de lo que en realidad es (el soberbio pretende eso, ser más de lo que es).
San Juan Crisóstomo muestra los aspectos dañinos de la vanagloria: “Ninguna otra cosa hace desear tanto las riquezas, como el deseo de gloria. Los hombres presentan gran número de criados, de caballos, cubiertos de oro y mesas con objetos de plata, no porque ello reporte alguna utilidad, sino por ostentación delante de los demás. Y dice el Señor: ‘No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra’”.
Ahora bien, desear la manifestación de la propia excelencia no es en sí malo, como lo dice Jesús en el Evangelio de Mateo: “Así pues, debe brillar su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los cielos” (Mt 5, 16). Sin embargo, sí lo es buscar la gloria vana o vanagloria, concretamente cuando se busca la gloria en cosas malas, en bienes que no se poseen, atributos que no se tienen; cuando se busca en personas poco estimables, con poco juicio, etc.; cuando se busca sólo por satisfacción personal, con exclusión del fin recto.
Este pecado capital es complejo y vario, a diferencia de otros vicios que se manifiestan uniformes y simples. La vanagloria arremete por todos los flancos, y su vencedor la encuentra en todo cuanto le circunda, enfrentándose con él. Se le puede comparar a un arrecife que se oculta bajo olas agitadas, el cual pasa inadvertido para los navegantes y llega a causar enormes destrozos en sus naves.
Por tanto es necesario considerar, a la luz de la fe, nuestros quehaceres y la intención con la que los llevamos a cabo, para descubrir los puntos de corrupción y de vanagloria que puedan haber en esas acciones. En la oración hecha con profundidad podremos descubrir poco a poco la vanidad y el amor propio existentes en todo corazón humano, para rectificar la intención y que todo en nuestra vida esté ordenado a la gloria de Dios. No nos vaya a suceder como la nave que ha realizado muchos viajes y ha escapado de muchas tempestades, pero en el mismo puerto choca contra el arrecife y echa por la borda todos los tesoros que guardaba; así pasa con quien, después de muchos trabajos, no aplaca su deseo de alabanzas y naufraga en el mismo puerto.
Por ello debemos luchar y recurrir a todos los medios que el Señor nos da, por su Espíritu Santo, para vencer este pecado tan nocivo para nuestra vida cristiana; uno de los medios principales y más poderosos es la oración, pues en ella la soberbia manifestada en la vanagloria puede transformarse en humildad.
De esa manera podremos obedecer lo que Jesús en el Evangelio de hoy nos ordena, y que se suscite en nuestra vida lo que Él mismo sentencia: “el que se engrandece a sí mismo será humillado, y el que se humilla será engrandecido”.
Luchemos pues sin cuartel contra este pecado de la vanagloria, teniendo siempre presente que a muchos los ha perdido, y si hoy sufrimos tanta delincuencia, tanta violencia por el exceso de corrupción, degradación, pérdida de valores humanos, morales y trascendentes, se debe a que muchos que incluso se llaman y se proclaman cristianos, son víctimas de este vicio o pecado, pues han dejado a un lado la gloria de Dios y se han centrado en su propia gloria, en la vanagloria; y si no recapacitan y se convierten, según lo dice la Palabra de Dios, están en riesgo inminente de perderse eternamente.
Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx