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“Una mano y un látigo”
Les era requerido que pagaran con monedas del templo, las cuales eran vendidas a un tipo de cambio que siempre dejaba ganancia
Cuando Jesús miró la mercadería y los abusos que los vendedores del templo estaban llevando a cabo en contra de los peregrinos que subían a Jerusalén para adorar, se enojó en gran manera. Toda esa gente viajaba grandes distancias, incluso poniendo en peligro su integridad, con el fin de adorar al Dios de sus padres. Para muchos de ellos el viaje implicaba un gran gasto de dinero, no sólo por los costos del viaje, sino por la necesidad de presentar una ofrenda agradable a Dios, razón por la cual escogían lo mejor de sus ganados, y separaban el dinero correspondiente para presentar a Dios algo digno.
Tristemente, para entonces se había desarrollado un sistema de corrupción en el templo, ya que muchos de los animales que los peregrinos presentaban para el sacrificio no eran aprobados por los sacerdotes encargados, por lo cual era necesario comprar un animal de los que vendían en el templo, usualmente a un precio mayor del acostumbrado.
Lo mismo sucedía con las monedas para las ofrendas, ya que les era requerido que pagaran con monedas del templo, las cuales eran vendidas a un tipo de cambio que siempre dejaba ganancia (a veces excesiva) a los cambistas. El caso es que todo peregrino que subía a Jerusalén para adorar a Dios en el templo, se llevaba la desagradable sorpresa de ver que el costo de su adoración era mayor de lo que esperaba, o había presupuestado.
El celo de Dios consumía el corazón de Jesús, porque Él sabía que el deseo de su Padre era que el templo fuera una casa de oración, un lugar donde la gente pudiera hablar con Dios, pero ahora se había convertido en una verdadera cueva de ladrones. Decidido a tomar cartas en el asunto, Jesús hizo un látigo con cuerdas y lo usó para voltear las mesas de los cambistas y desparramar por el suelo todo su mercado.
Es evidente que Jesús no usó el látigo para golpear a la gente. No hay evidencia de que Jesús haya usado violencia contra persona alguna, en todos los relatos de los evangelios. Siempre que Jesús tocó a la gente, fue para hacerle el bien; por eso, cuando fue necesario hacer algo correctivo, el Señor no lo hizo con sus manos, esas manos llenas de amor, sino con un látigo, un instrumento de corrección.
Hay quien piensa que Dios tiene un látigo en la mano, esperando que alguien haga algo malo para castigar sin misericordia. Sin embargo esta idea no tiene verdadero fundamento en la Palabra de Dios. Por supuesto que Dios es justo y debe castigar a quien hace lo malo, pero sus métodos no son los de un verdugo, sino los de un Padre que quiere corregir con sabiduría y amor. Esa es la razón por la que Jesús mostró una mano y un látigo. La mano siempre amará, al grado de que si es necesario, usará un látigo para corregir.
¿Qué pudiera ser un látigo en la mano de Dios? Cualquier cosa que nos haga reflexionar, meditar, y, si es el caso, detenernos de seguir haciendo aquello que tarde o temprano nos dañará. Una señal de advertencia. Recuerdo una vez que iba manejando el automóvil, y respondí una llamada en el celular, al tiempo que seguía conduciendo; momentos después se acercó un motociclista de vialidad, quien me hizo señas de que dejara de hablar y conducir al mismo tiempo. Me detuve, le hice una seña de que así lo haría, y colgué.
En el fondo, me sentí agradecido de que sólo hubiera sido una advertencia para dejar de hacer algo que me podría meter en problemas en el futuro. Este motociclista pudo haberme levantado un folio, pero sólo me previno; ahora está en mis manos decidir si entiendo la advertencia, o sigo adelante creyendo que “a mí no me pasará”.
El asunto es que “si llega a pasarme”, podría tratarse no sólo de una infracción de vialidad, sino un accidente que pusiera en riesgo vidas humanas. Trato de recordar eso cuando manejo. Prefiero la mano de amor, y no el látigo de corrección. ¿Y usted?
Angel Flores Rivero
iglefamiliar@hotmail.com
Tristemente, para entonces se había desarrollado un sistema de corrupción en el templo, ya que muchos de los animales que los peregrinos presentaban para el sacrificio no eran aprobados por los sacerdotes encargados, por lo cual era necesario comprar un animal de los que vendían en el templo, usualmente a un precio mayor del acostumbrado.
Lo mismo sucedía con las monedas para las ofrendas, ya que les era requerido que pagaran con monedas del templo, las cuales eran vendidas a un tipo de cambio que siempre dejaba ganancia (a veces excesiva) a los cambistas. El caso es que todo peregrino que subía a Jerusalén para adorar a Dios en el templo, se llevaba la desagradable sorpresa de ver que el costo de su adoración era mayor de lo que esperaba, o había presupuestado.
El celo de Dios consumía el corazón de Jesús, porque Él sabía que el deseo de su Padre era que el templo fuera una casa de oración, un lugar donde la gente pudiera hablar con Dios, pero ahora se había convertido en una verdadera cueva de ladrones. Decidido a tomar cartas en el asunto, Jesús hizo un látigo con cuerdas y lo usó para voltear las mesas de los cambistas y desparramar por el suelo todo su mercado.
Es evidente que Jesús no usó el látigo para golpear a la gente. No hay evidencia de que Jesús haya usado violencia contra persona alguna, en todos los relatos de los evangelios. Siempre que Jesús tocó a la gente, fue para hacerle el bien; por eso, cuando fue necesario hacer algo correctivo, el Señor no lo hizo con sus manos, esas manos llenas de amor, sino con un látigo, un instrumento de corrección.
Hay quien piensa que Dios tiene un látigo en la mano, esperando que alguien haga algo malo para castigar sin misericordia. Sin embargo esta idea no tiene verdadero fundamento en la Palabra de Dios. Por supuesto que Dios es justo y debe castigar a quien hace lo malo, pero sus métodos no son los de un verdugo, sino los de un Padre que quiere corregir con sabiduría y amor. Esa es la razón por la que Jesús mostró una mano y un látigo. La mano siempre amará, al grado de que si es necesario, usará un látigo para corregir.
¿Qué pudiera ser un látigo en la mano de Dios? Cualquier cosa que nos haga reflexionar, meditar, y, si es el caso, detenernos de seguir haciendo aquello que tarde o temprano nos dañará. Una señal de advertencia. Recuerdo una vez que iba manejando el automóvil, y respondí una llamada en el celular, al tiempo que seguía conduciendo; momentos después se acercó un motociclista de vialidad, quien me hizo señas de que dejara de hablar y conducir al mismo tiempo. Me detuve, le hice una seña de que así lo haría, y colgué.
En el fondo, me sentí agradecido de que sólo hubiera sido una advertencia para dejar de hacer algo que me podría meter en problemas en el futuro. Este motociclista pudo haberme levantado un folio, pero sólo me previno; ahora está en mis manos decidir si entiendo la advertencia, o sigo adelante creyendo que “a mí no me pasará”.
El asunto es que “si llega a pasarme”, podría tratarse no sólo de una infracción de vialidad, sino un accidente que pusiera en riesgo vidas humanas. Trato de recordar eso cuando manejo. Prefiero la mano de amor, y no el látigo de corrección. ¿Y usted?
Angel Flores Rivero
iglefamiliar@hotmail.com