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¿Una fe sin compromiso?

Es una realidad que en la mayoría de los países del mundo impera la política en la que los principios éticos brillan por su ausencia

     “Es opinión ampliamente compartida que la falta de una base ética sólida en la actividad económica, ha contribuido a agravar las dificultades que ahora están padeciendo millones de personas en todo el mundo. Ya que ‘toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral’ (Caritas in veritate 37). Igualmente en el campo político, la dimensión ética de la política tiene consecuencias de tal alcance, que ningún gobierno puede permitirse ignorar”. (Palabras de S.S. Benedicto XVI durante su encuentro con representantes de la sociedad británica, en el Westminster Hall de Londres, Inglaterra. 17/Sept./2010)

     Es una realidad que en la mayoría de los países del mundo impera la política en la que los principios éticos brillan por su ausencia, o bien en la que éstos son letra muerta. Ahora bien, cuando deberían ser la esencia del quehacer político la búsqueda, el trabajo y el esfuerzo por lograr el bien común --es decir, el bienestar de todos los miembros de una sociedad de un país--, es claro que no es así, ya que lo que prevalece es la búsqueda del bien y el provecho personal, y con él, los de partido, grupo de poder, etc., siendo una de las causas de que vivamos en un mundo plagado de injusticias.

     Muy ligado a lo anterior vemos cómo predominan modelos económicos en los que se plantea el progreso, no desde su razón de ser que es la persona humana, sino desde la productividad, el rendimiento, las mayores utilidades; como es el caso del neoliberalismo, en el cual quien domina es el mercado y se vive sujeto a sus leyes, sin que importe que éstas afecten a grandes sectores de la población y los hundan más en la marginación y la pobreza.

     Estas realidades y muchas más proliferan y se ven alimentadas por una de las falacias que siempre han existido, pero que se ha visto engrandecida en las últimas décadas: la erudición superficial basada en en la enorme importancia que se le ha dado al conocimiento, pero desde una perspectiva puramente tecnócrata, científica sí, pero sin alma, sin sustento humanista, al margen de una auténtica antropología y desdeñando la gran dignidad de la persona humana, y sin ninguna referencia a su realidad espiritual y profunda.

     Completan el cuadro de realidades, la de una religión sin riesgo y un culto sin conciencia, lo que quiere decir que, aun dentro del cristianismo y del catolicismo más específicamente --además de lo que por siglos se ha venido arrastrando, de una religiosidad consistente en ritos sin sentido en prácticas vacías, en sacrificios infecundos--, se han infiltrado corrientes engañosas que presentan una vivencia religiosa ligera, sin compromiso serio, sin poner de por medio la propia vida como lo hizo Jesucristo, al grado de querer presentarlo siempre como un Mesías triunfalista, minimizando y hasta queriendo ocultar el misterio de su Pasión y su muerte en la cruz, porque ello significa para quienes lo pretenden seguir, la propia muerte al propio ego y al pecado.

     Todo esto surge, tiene su origen, en el natural egoísmo-egocentrismo, el que nos lleva a una búsqueda afanosa de placer, de poder, de poseer y de parecer, olvidándonos de los demás. Esa fue la actitud permanente del hombre rico de que nos habla el Evangelio de hoy, que lo llevó inevitablemente a la condenación eterna, a aquel estado de vida del que no se puede ya salir, en el que el sufrimiento será para siempre.

     Su exacerbada egolatría lo cegó de tal manera, que ni cuenta se dio de la realidad y las necesidades de los demás; ni siquiera de aquel mendigo que yacía a la puerta de su casa, esperando su compasión, su caridad y las migajas de su pan, que nunca recibió.

     Contrario a ello, Jesús nos ha dado ejemplo de amor, de entrega total. En la Eucaristía se nos da entero, a plenitud, como lo hizo en la cruz del Calvario, en un banquete de amor divino humano, del que quienes aceptan su invitación a participar de él reciben el alimento que les sostiene en las pruebas y dificultades de esta vida; y no sólo eso, sino que los fortalece para sostener a otros y los colma de amor para que puedan amar como Él.

     Así pues, en contraproposición a tantas cosas que pueden destruir al mundo, está el misterio del amor de Dios, plasmado en la Eucaristía, en la que encontramos la fuente de ese amor, de la salvación en Cristo, y la seguridad de una vida nueva.

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx

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