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Un Dios cercano

Para aquellos que tenemos fe, produce una inmensa seguridad, confianza y paz

Las palabras que Jesús pronunció al enviar a sus apóstoles a predicar el Evangelio a todas las naciones, justo antes de ser elevado al cielo: “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”, culmina la revelación de que nuestro Dios es un Dios cercano, y nos garantiza que siempre que lo necesitemos, Él estará ahí, dispuesto a escucharnos, a darnos su gracia, sus bendiciones y, sobre todo, su Espíritu.

Esto, para aquellos que tenemos fe, produce una inmensa seguridad, confianza y paz, ya que el miedo, el temor, la duda, la zozobra y muchas otras cosas que son enemigas de esa fe, son arrojados lejos de nuestra vida, y de esa manera podremos vivir ampliamente la nueva vida que Jesús vino a traernos, una vida de plenitud y abundancia.

Vivimos en una sociedad sometida a la inseguridad, la violencia, la injusticia, la impunidad, etc., que entre aquellos que no tienen una auténtica fe, han suscitado una situación de sobresalto generalizado, llevándolos a vivir en un estado continuo de alteración, inquietud y hasta de pánico.

Ciertamente, esa realidad es como para tomarse muy en serio y actuar en consecuencia; sin embargo, precisamente para ello, se requiere conservar la calma y no dejarse atrapar por ese estado, y de esa manera nuestras acciones sean las adecuadas.

La única manera de llenar nuestro corazón y nuestra vida de esa seguridad, confianza y paz, es precisamente creer en ese Dios cercano que, en Jesucristo y por medio del Espíritu Santo, vive en los corazones de aquellos que tienen esa fe que implica no sólo creer en Él, sino también creerle a Él, a su Palabra, a sus mandatos; obedecerle; abandonarnos a Él y depender de Él.

El Evangelio de hoy nos dice: “Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”(Mc 6, 34); con ello nos reitera esa cercanía y esa solicitud de parte de Él, pues se sigue compadeciendo de este pueblo que así transita por nuestra realidad, “como ovejas sin pastor”, y le ofrece su Palabra y su Pan de Vida para el que las acepte.

Francisco Javier Cruz Luna

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