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¿Un Dios bonachón?

Llegó un momento en el que enfrenté un gran vacío en mi corazón y empecé a cuestionar el sentido de mi existencia

Lo hemos reflexionado en repetidas ocasiones: el conocimiento de Jesucristo solo es posible a través de la experiencia de un encuentro personal y amoroso con Él. Para sustentar mi afirmación, hoy me permito dirigirme a ustedes desde mi corazón y mi propia experiencia. Después de poco más de treinta años de una vida en la que creía conocerlo porque había tomado muchos cursos de religión; había pertenecido a un buen número de movimientos, asociaciones y grupos eclesiales, en los que había trabajado con todo mi entusiasmo y esfuerzo en labores apostólicas; porque tenía una vida sacramental y devota muy activa y participativa, llegó un momento en el que enfrenté un gran vacío en mi corazón y empecé a cuestionar el sentido de mi existencia. Fue entonces que el Señor Jesús me regaló ese encuentro que cambió y dio sentido a mi vida y llenó mi vacío interior. Desde entonces, en mi realidad de laico, empresario, casado, con cuatro hijos, vivo en y para Él y al servicio de Él y de su Reino.

Y así, he ido descubriendo su misericordia;  su amor infinito e incondicional por sus hijos; su paciencia y tolerancia; su bondad y magnanimidad, y todo ello me ha llevado a descubrir también su grandeza inigualable; su majestuosidad como el Rey y Amo del Universo; como el Dueño de todos los seres humanos, al pertenecerle como nuestro Creador, Quien nos salvó y nos redimió no a precio de oro, sino de la Sangre de su Hijo Unigénito. Él lo es todo para mí, pues mi vida adquiere razón de ser en Él, y vivo a la espera de esa gloria prometida, una vez que cumpla mi misión en esta tierra.

Si Dios es y significa todo esto y más para un simple mortal, ¿qué no significará para sí mismo?

Ahora bien, si no lo conocemos de esta manera, corremos el gran riesgo de imaginarlo como no es en realidad, de desvirtuar su imagen; de tergiversar su auténtico ser divino, y por lo tanto de malinterpretar su revelación a través de su Palabra y de otros medios más que Él ha querido utilizar para el efecto.

De hecho hay dos interpretaciones que se han ido a los extremos: La de un Dios que es un juez implacable, castigador, vengativo, que condena a sus hijos por sus faltas. Y la de un Dios bonachón, que todo lo permite; un Dios triunfalista que ‘perdona’ la cruz –que no le perdonó a Jesús— con tal de que sus hijos lleguen a la Victoria, y que basta con creer esto para estar salvados.

Nuestro Dios sí es un Padre misericordioso “lento a la ira y rico en clemencia”, pero también es un Dios justo.  Él no condena ni castiga a nadie, ni tampoco regala su salvación a la ligera, ya que es el ser humano, haciendo uso de su libertad, quien se condena a sí mismo, o bien, quien se abre y acepta Su salvación.

FRANCISCO JAVIER CRUZ LUNA

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