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Ser bautizado es ser profeta
Profeta, en la perspectiva cristiana, es el que habla o anuncia en el nombre de Cristo
Qué difícil es ser profeta, y serlo auténtico y fiel; y sin embargo, todos los bautizados estamos llamados a serlo, al estilo de Jesús.
Así lo señala el Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, en su número 12: “El pueblo Santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio sobre todo por la vida de fe y de caridad(...)”
Y ¿qué significa este “don profético”, ese “ser profeta”? Etimológicamente, profeta significa “el que habla por otro o en nombre de otro; acaso mejor, el que grita o anuncia”. Por lo tanto, profeta, en la perspectiva cristiana, es el que habla o anuncia en el nombre de Cristo, en el nombre de Dios, con un fin específico, como lo señala san Pablo en la primera carta a los Corintios: “El profeta habla a todos para edificación, exhortación y consuelo” (1 Cor, 14, 3); y lo ha de hacer siempre bajo el impulso del Espíritu Santo, con tal fuerza y persuasión, que los creyentes puedan percibir el soplo del mismo Espíritu y se sientan saludablemente conmovidos.
Y para lograrlo habrá de anunciar la Buena Nueva, la verdad del Evangelio, y por consiguiente, denunciar todo lo que se oponga, obstaculice y amenace esa Buena Nueva, esa verdad.
Esa misión profética ha de desarrollarse en todos los ámbitos de la vida.
En la familia, los papás deberán ser profetas auténticos para sus hijos, enseñándoles la doctrina de Jesús, y, con su testimonio y su palabra, el cómo ser discípulos de Él, cómo comportarse como tales, en todos los aspectos de su vida. Han de alertarlos de los peligros de su vida, especialmente en la dimensión espiritual, ayudándolos a descubrirlos y a atacarlos de frente.
En la escuela, los profesores han de ser profetas para sus alumnos, enseñándoles siempre apoyados en la verdad, inculcando en ellos los valores auténticos y trascendentes, y denunciando todo lo que sea manipulación, mentira, trampa.
En el ámbito laboral, los empresarios y demás dirigentes y jefes lo han de ser para sus trabajadores y subordinados, ayudándolos a descubrir la dimensión sobrenatural del trabajo y todos los valores y virtudes que les permitan, a través de su vivencia en el desempeño de sus labores, dignificarse más y más como personas humanas que son, creadas a imagen y semejanza de Dios.
En los ámbitos social, cultural y político, los líderes han de ser ante todo profetas al estilo de Jesucristo, buscando siempre con su actuar, contribuir al bien común, siempre iluminados con la verdad, y con su palabra y ejemplo, luchar siempre por la justicia, la solidaridad y la superación de la persona humana.
Ciertamente, insistimos, es difícil ser profeta, tanto por lo que significa en sí misma esa misión, como por el hecho de que siempre habrá rechazo, persecución y hasta violencia, y aun más entratándose de la propia tierra (familia, empresa, círculo social, partido político, etc.), como lo recuerda el Evangelio de hoy, refiriéndose al mismo Jesús, quien se había autoproclamado como El Profeta en la misma sinagoga de Nazaret en la que Él pronuncia esta sentencia, y es por ello que siempre estará presente la tentación a declinar, a desistir, a ceder a lo que los demás nos dicen o imponen.
Sin embargo, recordemos siempre que si hemos sido ungidos --al igual que Jesús, como lo proclamara también en la misma sinagoga-- con el Espíritu Santo, podremos cumplir, con grandes frutos, esa sublime misión que Jesús mismo ha querido compartir con nosotros, como un gran regalo de su amor.
La Iglesia en América y en el Caribe se encuentra en estado de misión, al promulgarse la Gran Misión Continental, la cual está en su primera fase. Es responsabilidad y deber de cristianos católicos, participar y colaborar en ella, para que ésta alcance sus objetivos. El Señor, como con respecto a todos los aspectos de nuestra vida y nuestra fe y participación en su Iglesia, en el final de nuestra vida nos pedirá cuenta de ello; recordemos que evangelizar no es una opción, es un mandato de Jesús (Cfr. Mc. 16, 15)
Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj(arroba)yahoo.com.mx
Así lo señala el Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, en su número 12: “El pueblo Santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio sobre todo por la vida de fe y de caridad(...)”
Y ¿qué significa este “don profético”, ese “ser profeta”? Etimológicamente, profeta significa “el que habla por otro o en nombre de otro; acaso mejor, el que grita o anuncia”. Por lo tanto, profeta, en la perspectiva cristiana, es el que habla o anuncia en el nombre de Cristo, en el nombre de Dios, con un fin específico, como lo señala san Pablo en la primera carta a los Corintios: “El profeta habla a todos para edificación, exhortación y consuelo” (1 Cor, 14, 3); y lo ha de hacer siempre bajo el impulso del Espíritu Santo, con tal fuerza y persuasión, que los creyentes puedan percibir el soplo del mismo Espíritu y se sientan saludablemente conmovidos.
Y para lograrlo habrá de anunciar la Buena Nueva, la verdad del Evangelio, y por consiguiente, denunciar todo lo que se oponga, obstaculice y amenace esa Buena Nueva, esa verdad.
Esa misión profética ha de desarrollarse en todos los ámbitos de la vida.
En la familia, los papás deberán ser profetas auténticos para sus hijos, enseñándoles la doctrina de Jesús, y, con su testimonio y su palabra, el cómo ser discípulos de Él, cómo comportarse como tales, en todos los aspectos de su vida. Han de alertarlos de los peligros de su vida, especialmente en la dimensión espiritual, ayudándolos a descubrirlos y a atacarlos de frente.
En la escuela, los profesores han de ser profetas para sus alumnos, enseñándoles siempre apoyados en la verdad, inculcando en ellos los valores auténticos y trascendentes, y denunciando todo lo que sea manipulación, mentira, trampa.
En el ámbito laboral, los empresarios y demás dirigentes y jefes lo han de ser para sus trabajadores y subordinados, ayudándolos a descubrir la dimensión sobrenatural del trabajo y todos los valores y virtudes que les permitan, a través de su vivencia en el desempeño de sus labores, dignificarse más y más como personas humanas que son, creadas a imagen y semejanza de Dios.
En los ámbitos social, cultural y político, los líderes han de ser ante todo profetas al estilo de Jesucristo, buscando siempre con su actuar, contribuir al bien común, siempre iluminados con la verdad, y con su palabra y ejemplo, luchar siempre por la justicia, la solidaridad y la superación de la persona humana.
Ciertamente, insistimos, es difícil ser profeta, tanto por lo que significa en sí misma esa misión, como por el hecho de que siempre habrá rechazo, persecución y hasta violencia, y aun más entratándose de la propia tierra (familia, empresa, círculo social, partido político, etc.), como lo recuerda el Evangelio de hoy, refiriéndose al mismo Jesús, quien se había autoproclamado como El Profeta en la misma sinagoga de Nazaret en la que Él pronuncia esta sentencia, y es por ello que siempre estará presente la tentación a declinar, a desistir, a ceder a lo que los demás nos dicen o imponen.
Sin embargo, recordemos siempre que si hemos sido ungidos --al igual que Jesús, como lo proclamara también en la misma sinagoga-- con el Espíritu Santo, podremos cumplir, con grandes frutos, esa sublime misión que Jesús mismo ha querido compartir con nosotros, como un gran regalo de su amor.
La Iglesia en América y en el Caribe se encuentra en estado de misión, al promulgarse la Gran Misión Continental, la cual está en su primera fase. Es responsabilidad y deber de cristianos católicos, participar y colaborar en ella, para que ésta alcance sus objetivos. El Señor, como con respecto a todos los aspectos de nuestra vida y nuestra fe y participación en su Iglesia, en el final de nuestra vida nos pedirá cuenta de ello; recordemos que evangelizar no es una opción, es un mandato de Jesús (Cfr. Mc. 16, 15)
Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj(arroba)yahoo.com.mx