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Segundo Domingo de Cuaresma

la liturgia propone reflexionar en torno a la invitación divina: 'Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle'

LA PALABRA DE DIOS

Primera lectura


Lectura del Génesis (15,5-12.17-18):

“A tus descendientes les daré esta tierra, desde el Río de Egipto al Gran Río”.

Segunda lectura

Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses  (3,17–4,1):

“La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón”.

Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (9,28b-36):

“Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle”.

GUADALAJARA, JALISCO (21/FEB/2016).- En el primer domingo de Cuaresma, Cristo es el hombre con hambre, hace penitencia y sufre tentaciones; en este domingo se manifiesta con su majestad, con su poder. Moisés y Elías acuden a su voz y aparecen a su derecha y a su izquierda. Él es la plenitud de la ley. Moisés fue un enviado de la antigua ley; Elías fue el pregonero, el esforzado para enfrentarse a los ignorantes, a los ciegos atados por falsos dioses a falsos cultos; les reveló que un sólo Creador de lo visible y lo invisible era el verdadero Dios. Dios todopoderoso ha sabido regalar visiones celestiales a almas singulares, entonces, después y ahora. Son momentos que impactan para siempre a quienes han tenido esas visiones.

“Una nube los cubrió y al verse envueltos en la nube se llenaron de miedo. Y de la nube salió una voz que decía: Éste es mi Hijo, mi escogido. Escúchenlo”.

La revelación llegaría a su culmen al escuchar la voz del Padre. Los tres discípulos, Pedro, el que sería jefe, cabeza del Reino; Santiago el mayor, el destinado a ser el primero en ofrendar su vida, en regar con su sangre la sementera del Señor; y Juan, el testigo atento y fiel para captar y transmitir la maravilla de la divinidad de Cristo y su mensaje de amor. Para ellos estaba destinado un regalo del más allá; y ellos, los tres, acompañaron a Cristo a la cumbre de un monte para hacer oración. Los tres discípulos tuvieron la gracia de escuchar esa voz que revelaba la presencia de Dios.

El Evangelio de este domingo es un aliento para acudir a Dios en tiempos difíciles. Difíciles eran aquellos días para los tres apóstoles, porque empezaban a sentir que tal vez la empresa a la que se habían lanzado no tenía sentido; pero el Señor en un  instante, les mostró su rostro, les mostró su majestad y volvieron a tener confianza para seguir. La aplicación práctica para la vida del cristiano es no desfallecer.

Siempre buscar el rostro de Dios en las alegrías, que es fácil; y sobre todo en  los días de prueba y de lucha, cuando parece que todo es un caos. Pero no olvidar que siempre Dios está cerca, porque Él, ha venido a los hombres.

José Rosario Ramírez M.

Escuchar para reparar, y sentirnos profundamente amados

Celebramos el segundo domingo del tiempo cuaresmal; la liturgia propone reflexionar en torno a la escucha: “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle”. Vivimos en una sociedad donde se sufre mucho de amor, de incomprensión y de incomunicación. Cuando las personas se encierran en sus heridas y sus frustraciones acaban por vivir de una manera disfuncional; poco a poco, las diferentes facetas de su vida se van deteriorando, como una máquina a la que se le van desgastando las piezas. La persona siente que vuelve a ser válida sólo cuando se siente amada. Por ello el tiempo cuaresmal es un espacio propicio para la reparación, es decir, la experiencia de sentirse amado por Dios a pesar de todos nuestros errores y fracasos. Cuando una se siente amada por Dios, a través de los demás, comienza a ver las cosas de otra manera. Empieza a funcionar como persona plena. Cuando una persona se siente reparada por el amor del Padre, puede comenzar a contagiar ese mismo sentimiento a otros. De tal manera que la reparación tiene una doble vertiente: la reconciliación con uno mismo y la gran obra de la reconciliación.

Nuestro mundo está necesitado de diálogo y de reconciliación, y sólo los que han experimentado el amor reparador pueden ayudar a otros a que se sientan reparados.

Hoy en día estamos tan ocupados, corriendo de un lado a otro, que no tenemos tiempo para las cosas verdaderamente importantea de la vida. Lo peor es que si nos preguntaran a dónde vamos, no sabríamos qué responder; aunque de igual manera seguiríamos estando apurados. Vivimos por impulsos, sin parar, sin pensar, sin programar. Nuestra mente se bloquea, comenzamos a padecer de estrés, fatiga crónica, enfermedades de todo tipo, pero seguimos adelante sin pensar que quizás deberíamos hacer un alto en el camino para reconsiderar por qué hacemos lo que hacemos. El desierto es el lugar idóneo para “parar”, reflexionar y comenzar a ver la vida de otra forma. Escuchando lo profundo de nuestro corazón, siguiendo adelante con esperanza sin curar en falso nuestras heridas, sino curando las raíces de ellas y abriendo una puerta a la solidaridad y a la fraternidad. Sigamos este camino cuaresmal concibiendo la existencia y entregándonos desde una creencia profunda en el amor. Para ello te invitamos a buscar un tiempo de silencio y encuentro con el Padre, un tiempo intenso para escuchar y reflexionar.

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