Suplementos
Quinto Domingo de Cuaresma
Ante la violencia, la sabiduría divina se adelantó a los malvados; la liturgia de este día nos reafirma la filosofía de Jesús: 'Yo tampoco te condeno'
LA PALABRA DE DIOS
Primera lectura
Lectura del Libro de Isaías (43,16-21)
“Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo”.
Segunda lectura
Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses (3,8-14):
“Corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús”.
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (8,1-11):
“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.
GUADALAJARA, JALISCO (13/MAR/2016).- En este V Domingo de Cuaresma es el evangelista San Juan quien presenta una escena estrujante, conmovedora, y en un lugar sin duda significativo: el atrio del templo de Jerusalén. El final es una manifestación de la actitud de Jesús, bondad, misericordia y perdón para los pecadores. Más para llegar a ese bello final se ha de empezar por el principio nada grato: con perversas intenciones, con doblez, maligna astucia, unos fariseos llevan a empujones a una mujer sorprendida en adulterio y la ponen frente al maestro. Ante el delito flagrante y desde luego lamentable, los fariseos invocan la ley inexorable. Está escrito: “Si una joven desposada con un hombre es hallada en la ciudad cuando yace con otro hombre los llevaréis a las puertas de la ciudad y los apedrearéis hasta matarlos”. Ésa era la rigurosa Ley promulgada por Moisés. Jesús conocía la ley mejor que los escribas y los fariseos y sabía cómo en la práctica no la habían cumplido; tal vez había sido olvidada o estaba en desuso. Además, sólo llevaban ante él a la mujer, y el adulterio siempre tiene dos culpables. Con claridad se manifestaba la torcida intención de los acusadores: encendidos sus rostros, crispadas sus manos, pidiendo justicia con gritos para hacer manifiesto su deseo, paro más bien su pasión y hasta llamar la atención para que las multitudes olvidaran los vicios de los mismos acusadores. Ante aquella ola de violencia, la sabiduría divina se adelantó a los malvados.
Bien venía para aquellos apasionados una pausa de silencio, de expectación, de suspenso. Si el maestro respondía: “Cúmplase la Ley", le acusarían de cruel; si decía “déjenla ir”, entonces lo acusarían de destructor de la ley. Él dijo en una ocasión: “No he venido a destruir la ley, sino a darle plenitud”. Jesús mira hacia el polvo, polvo en aquella mujer que temblaba de miedo y polvo en los fariseos enfermos de odio, de lujuria y de codicia. Pronto serán polvo ella y ellos, Jesús espera mientras ellos desesperan. Ella y ellos, todos han pecado. No sólo ella. Nunca se puede llamar bien al mal, ni mal al bien. El pecado es siempre pecado, sea público como el de esa mujer, o disimulados y ocultos como los de quienes la acusaban. El pecado es desorden, es oscuridad, es enfermedad.
Con su palabra y su mirada cargada de amor, Jesús ha iniciado la conversión de los acusadores. No cabe el refrán de que fueron por lana y salieron trasquilados, no porque quien encuentra a Cristo encuentra la luz, el amor, la gracia, la misericordia. Cristo está presente aquí y ahora y aquí en el Siglo XXI sigue con la misma actitud de esperar y perdonar a todos y con las manos crispadas están a punto de lanzar piedras; los mira con ojos llenos de amor y les dice: “Dejen caer al suelo sus piedras, no las arrojen sobre nadie. Miren a su propia imagen interior y así como suelen lavar su cuerpo, aprovechen para lavar su alma”. Así como pretenden buscar la salud corporal con el aseo, así y con más empeño han de buscar la salud espiritual. Tal vez es búsqueda, esa corrección, exija renuncias. Más todo es poco, si se compara con la alegría de una verdadera renovación personal. Renovarse es una maduración, una respuesta del hombre adulto al compromiso de la fe, ahora y aquí. La vida de fe, la religión no es algo distinto de las realidades temporales. Ser cristiano en la familia, en los órdenes social, político, económico. Más la renovación siempre empieza por la persona, de esa manera es posible la renovación del mundo, de la Iglesia, de la Patria. Los acusadores de entonces y los de ahora son pecadores y Cristo los ama, “come y bebe con ellos” y quiere que se conviertan, se limpien y vivan. Los acusadores dejaron solos a Jesús y a la mujer que estaba de pie junto a él. “Entonces Jesús le preguntó: 'Mujer, ¿dónde están los que acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?'. Ella contestó: 'Nadie Señor'. Y él dijo: 'Tampoco yo te condeno' ".
La mujer ya no tiembla. Ha visto en el semblante de Cristo la dulzura del perdón. Jesús “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Aquella mujer libre ya de pecado —“Vete en paz y no peques más”— libre ya de miedo, empezó una vida nueva. ¡Qué gran fortuna haber sido llevada, aunque cansada y abatida, cerca de Cristo! El Hijo de Dios ha venido a buscar y a salvar pecadores. Es el médico de las almas, y el médico aborrece la enfermedad y ama al enfermo; Jesús ama al pecador, no ama el pecado, causa de todos los males, su presencia libera, renueva y transforma.
Felices quienes sintiéndose cargados de pecados, busquen el perdón en Cristo. Pero las multitudes de ese siglo ignoran que el remedio, la salud, la luz y la vida están en Cristo. Ahora se entregan a lo inmediato, a lo que sigue.
Carecen de pensamiento propio, marchan masificados, despersonalizados, guiados por los criterios de las pantallas del cine y la televisión. Esa despersonalización moral les provoca una conciencia, porque se ha perdido la conciencia del pecado. Ya no saben donde está la mentira. Este mismo lleva a una responsabilidad masificada, un laxismo ambiental y una actitud “utilitaria” y una moral convencional subjetiva. Parece exagerada esta visión, más junto al que no se percibe está el remedio: hacer que Cristo llegue e ilumine, perdone, renueve y transforme al mundo actual. La escena en el atrio del templo de Jerusalén es un ejemplo de la acción transformadora de Cristo.
Después de ese acontecimiento, ni la acusada, ni los acusadores, fueron los mismos.
José Rosario Ramírez M.
Algo nuevo está brotando
Estamos en la recta final de Tiempo de Cuaresma. Hemos ido descubriendo cada semana el rostro de Dios, cada vez vemos con más claridad cuál es su cara, cómo es su mirada, sus gestos, expresiones… pero sobre todo su corazón. La liturgia de este día nos reafirma la filosofía de Jesús: “Yo tampoco te condeno”. Él es el único que puede hacernos sentir y darnos cuenta que algo nuevo está brotando dentro de nosotros, si reconocemos su misericordia en nuestra vida. La misericordia de Dios radica en que podamos profundizar que es posible movernos con Él, para eso primero hay que aprender a sanar nuestras heridas para poder sanar las heridas del otro, así es que el Padre puede crear en cada uno de nuestros corazones un futuro nuevo con esperanza.
Piensa: ¿En tu vida hay más signos de vida que de muerte? En muchas ocasiones nos dejamos guiar por la muerte que por los aspectos de resurrección. Dios ha puesto en nosotros la semilla de la resurrección en nuestro bautismo. El bautismo no nos libra de la muerte, de hecho todos moriremos. La frase de Jesucristo nos recuerda que tenemos oportunidad de transformar nuestra vida, que Él se ha comprometido desde el principio con nosotros porque Él ya ha vencido a la muerte. Aqueel que se ha tomado tantas molestias para llamarnos a la vida, aquel que no dudó en demostrar su amor, aquél que lo resucitó, no puede dejarnos en la soledad y la muerte.
Las parábolas de Jesús no son cuentecillos. Son historias sencillas, tomadas de la vida cotidiana, pero no son para nada simplonas. Son un dedo en la llaga de quien escucha. Con la historia, Jesús capta la atención de los que le oyen, utiliza personajes con los que se pueden identificar. Pero casi nunca termina el cuento. La mayor parte de las veces lo deja inconcluso y termina con una pregunta o con un dilema.
Las parábolas de Jesús acaban incluyendo dentro de la historia a quienes le escuchan, les hace tomar partido, les deja la pelota en su tejado. Casi nunca Jesús dice lo que hay que hacer al respecto, sino que deja a los oyentes que tomen su propia decisión. Te invitamos a que esta semana reflexiones: ¿Confías en el amor del Padre que supera toda frontera?
Primera lectura
Lectura del Libro de Isaías (43,16-21)
“Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo”.
Segunda lectura
Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses (3,8-14):
“Corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús”.
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (8,1-11):
“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.
GUADALAJARA, JALISCO (13/MAR/2016).- En este V Domingo de Cuaresma es el evangelista San Juan quien presenta una escena estrujante, conmovedora, y en un lugar sin duda significativo: el atrio del templo de Jerusalén. El final es una manifestación de la actitud de Jesús, bondad, misericordia y perdón para los pecadores. Más para llegar a ese bello final se ha de empezar por el principio nada grato: con perversas intenciones, con doblez, maligna astucia, unos fariseos llevan a empujones a una mujer sorprendida en adulterio y la ponen frente al maestro. Ante el delito flagrante y desde luego lamentable, los fariseos invocan la ley inexorable. Está escrito: “Si una joven desposada con un hombre es hallada en la ciudad cuando yace con otro hombre los llevaréis a las puertas de la ciudad y los apedrearéis hasta matarlos”. Ésa era la rigurosa Ley promulgada por Moisés. Jesús conocía la ley mejor que los escribas y los fariseos y sabía cómo en la práctica no la habían cumplido; tal vez había sido olvidada o estaba en desuso. Además, sólo llevaban ante él a la mujer, y el adulterio siempre tiene dos culpables. Con claridad se manifestaba la torcida intención de los acusadores: encendidos sus rostros, crispadas sus manos, pidiendo justicia con gritos para hacer manifiesto su deseo, paro más bien su pasión y hasta llamar la atención para que las multitudes olvidaran los vicios de los mismos acusadores. Ante aquella ola de violencia, la sabiduría divina se adelantó a los malvados.
Bien venía para aquellos apasionados una pausa de silencio, de expectación, de suspenso. Si el maestro respondía: “Cúmplase la Ley", le acusarían de cruel; si decía “déjenla ir”, entonces lo acusarían de destructor de la ley. Él dijo en una ocasión: “No he venido a destruir la ley, sino a darle plenitud”. Jesús mira hacia el polvo, polvo en aquella mujer que temblaba de miedo y polvo en los fariseos enfermos de odio, de lujuria y de codicia. Pronto serán polvo ella y ellos, Jesús espera mientras ellos desesperan. Ella y ellos, todos han pecado. No sólo ella. Nunca se puede llamar bien al mal, ni mal al bien. El pecado es siempre pecado, sea público como el de esa mujer, o disimulados y ocultos como los de quienes la acusaban. El pecado es desorden, es oscuridad, es enfermedad.
Con su palabra y su mirada cargada de amor, Jesús ha iniciado la conversión de los acusadores. No cabe el refrán de que fueron por lana y salieron trasquilados, no porque quien encuentra a Cristo encuentra la luz, el amor, la gracia, la misericordia. Cristo está presente aquí y ahora y aquí en el Siglo XXI sigue con la misma actitud de esperar y perdonar a todos y con las manos crispadas están a punto de lanzar piedras; los mira con ojos llenos de amor y les dice: “Dejen caer al suelo sus piedras, no las arrojen sobre nadie. Miren a su propia imagen interior y así como suelen lavar su cuerpo, aprovechen para lavar su alma”. Así como pretenden buscar la salud corporal con el aseo, así y con más empeño han de buscar la salud espiritual. Tal vez es búsqueda, esa corrección, exija renuncias. Más todo es poco, si se compara con la alegría de una verdadera renovación personal. Renovarse es una maduración, una respuesta del hombre adulto al compromiso de la fe, ahora y aquí. La vida de fe, la religión no es algo distinto de las realidades temporales. Ser cristiano en la familia, en los órdenes social, político, económico. Más la renovación siempre empieza por la persona, de esa manera es posible la renovación del mundo, de la Iglesia, de la Patria. Los acusadores de entonces y los de ahora son pecadores y Cristo los ama, “come y bebe con ellos” y quiere que se conviertan, se limpien y vivan. Los acusadores dejaron solos a Jesús y a la mujer que estaba de pie junto a él. “Entonces Jesús le preguntó: 'Mujer, ¿dónde están los que acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?'. Ella contestó: 'Nadie Señor'. Y él dijo: 'Tampoco yo te condeno' ".
La mujer ya no tiembla. Ha visto en el semblante de Cristo la dulzura del perdón. Jesús “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Aquella mujer libre ya de pecado —“Vete en paz y no peques más”— libre ya de miedo, empezó una vida nueva. ¡Qué gran fortuna haber sido llevada, aunque cansada y abatida, cerca de Cristo! El Hijo de Dios ha venido a buscar y a salvar pecadores. Es el médico de las almas, y el médico aborrece la enfermedad y ama al enfermo; Jesús ama al pecador, no ama el pecado, causa de todos los males, su presencia libera, renueva y transforma.
Felices quienes sintiéndose cargados de pecados, busquen el perdón en Cristo. Pero las multitudes de ese siglo ignoran que el remedio, la salud, la luz y la vida están en Cristo. Ahora se entregan a lo inmediato, a lo que sigue.
Carecen de pensamiento propio, marchan masificados, despersonalizados, guiados por los criterios de las pantallas del cine y la televisión. Esa despersonalización moral les provoca una conciencia, porque se ha perdido la conciencia del pecado. Ya no saben donde está la mentira. Este mismo lleva a una responsabilidad masificada, un laxismo ambiental y una actitud “utilitaria” y una moral convencional subjetiva. Parece exagerada esta visión, más junto al que no se percibe está el remedio: hacer que Cristo llegue e ilumine, perdone, renueve y transforme al mundo actual. La escena en el atrio del templo de Jerusalén es un ejemplo de la acción transformadora de Cristo.
Después de ese acontecimiento, ni la acusada, ni los acusadores, fueron los mismos.
José Rosario Ramírez M.
Algo nuevo está brotando
Estamos en la recta final de Tiempo de Cuaresma. Hemos ido descubriendo cada semana el rostro de Dios, cada vez vemos con más claridad cuál es su cara, cómo es su mirada, sus gestos, expresiones… pero sobre todo su corazón. La liturgia de este día nos reafirma la filosofía de Jesús: “Yo tampoco te condeno”. Él es el único que puede hacernos sentir y darnos cuenta que algo nuevo está brotando dentro de nosotros, si reconocemos su misericordia en nuestra vida. La misericordia de Dios radica en que podamos profundizar que es posible movernos con Él, para eso primero hay que aprender a sanar nuestras heridas para poder sanar las heridas del otro, así es que el Padre puede crear en cada uno de nuestros corazones un futuro nuevo con esperanza.
Piensa: ¿En tu vida hay más signos de vida que de muerte? En muchas ocasiones nos dejamos guiar por la muerte que por los aspectos de resurrección. Dios ha puesto en nosotros la semilla de la resurrección en nuestro bautismo. El bautismo no nos libra de la muerte, de hecho todos moriremos. La frase de Jesucristo nos recuerda que tenemos oportunidad de transformar nuestra vida, que Él se ha comprometido desde el principio con nosotros porque Él ya ha vencido a la muerte. Aqueel que se ha tomado tantas molestias para llamarnos a la vida, aquel que no dudó en demostrar su amor, aquél que lo resucitó, no puede dejarnos en la soledad y la muerte.
Las parábolas de Jesús no son cuentecillos. Son historias sencillas, tomadas de la vida cotidiana, pero no son para nada simplonas. Son un dedo en la llaga de quien escucha. Con la historia, Jesús capta la atención de los que le oyen, utiliza personajes con los que se pueden identificar. Pero casi nunca termina el cuento. La mayor parte de las veces lo deja inconcluso y termina con una pregunta o con un dilema.
Las parábolas de Jesús acaban incluyendo dentro de la historia a quienes le escuchan, les hace tomar partido, les deja la pelota en su tejado. Casi nunca Jesús dice lo que hay que hacer al respecto, sino que deja a los oyentes que tomen su propia decisión. Te invitamos a que esta semana reflexiones: ¿Confías en el amor del Padre que supera toda frontera?