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Por qué y para qué vivimos
Todo en el mundo y la vida tiene un por qué y para qué
Lo que no sirve se ignora, se desecha o se tira, no le encontramos función y sentido...
Y nosotros como seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, con cualidades excepcionales y con un destino superior, en determinados momentos nos preguntamos sobre la finalidad de nuestra presencia en este mundo.
La biología nos dice que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Los humanos somos seres vivos, ciertamente, pero somos algo más.
Dentro de la dinámica de la vida, hemos sido creados con una misión más alta. Si tan sólo nos ocupamos de trabajar, comer y dormir, estamos situados en un escalón muy bajito, y estamos invitados a subir más alto, a llegar mucho más lejos; por eso Dios nos hadado facultades superiores a las que dio a los animales, por ejemplo.
Conocer, amar y servir a Dios en esta vida, es la primera tarea y el más importante quehacer de todo ser humano que viene a este mundo; de otra forma no mereceríamos llamarnos “humanos”.
Somos seres racionales dotados de inteligencia. Desde luego, a nadie le gusta que le digan que es un tonto. Y luego dejamos que nuestra capacidad mental se deteriore, se vaya detrás de tonterías.
El deseo de conocer a Dios está inscrito en lo más íntimo del ser. Todos los seres humannos de todos los lugares y todos los tiempos han vivido esa inquietud como una necesidad profunda y determinante.
Que las expresiones y las formas de buscarle o rendirle culto sean diferentes y a veces cuestionables, según las diferentes ópticas, eso no es lo que en este momento nos ocupa.
Conocer a Dios es compromiso primordial; si lo conociéramos no cometeríamos tantas aberraciones, no veríamos a nuestro mundo tan revuelto y tan plagado de atrocidades, nuestro actuar sería más límpido.
Conocer a Dios para amarle. Popularmente se dice que lo que no se conoce no se ama... o al revés: sólo se ama aquello que es conocido.
En la actualidad no tenemos excusas, tenemos infinidad de medios para conocer a Dios, Él mismo nos habla de mil y una formas. Eso sí, hay que aprender a escucharle.
Pero en la actualidad tenemos una forma cierta, un camino seguro: Jesucristo nos ha dejado en su Evangelio una página abierta con toda la revelación al alcance de cualquier persona, no importa su escolaridad, su estatus,su edad o su situación económica. Hasta los niños pueden entenderlo. Es más, hay ocasiones en que ellos nos superan, precisamente porque tienen menos prejuicios y hacen menos elucubraciones mentales.
Por lo tanto, conocer a Dios no se da sin una actividad de la mente y el corazón; es necesario estudiar, pero sobre todo, desarrollar el sentido de la fe. La fe es una capacidad de los seres humanos, un sentido espiritual, de la misma calidad que los sentidos físicos de cómo pueden ser la vida y el oído. Muchas veces oímos hablar de lo que se ve “con los ojos del alma”.
El Evangelio nos dice claramente quién es Dios, cómo es, qué le gusta, qué quiere, qué ama... No hay pierde.
Cuando se le ha conocido no queda más que amarle. Y amar a Dios es la cosa más estupenda que puede sucederle a todo ser humano.
Y todavía estamos hablando en planos naturales. Más adelate podemos ver y sentir como el mismo Dios nos lleva de la mano a niveles superiores, sobrenaturales, donde se vislumbra lo divino.
Amar a Dios es lo más importante para la vida, sólo en el amor encontramos felicidad, pero el amor también se nos presenta envuelto en muchos engaños... detrás de cuántas y cuántas cosas se nnos va el corazón...
Nadie, nadie, ninguna persona en este mundo puede vivir sin afectos; lo que pasa es que si no educamos los sentimientos encauzándolos bien, pueden deformarse y volverse hasta monstruosos.
Pero cuando alguien ama sincera y rectamente, el amor crece proporcionalmente en todas las direcciones y se llega a amar con una limpidez hermosa, a Dios, a los seres humanos, a la naturaleza, y en fin, a todo cuanto nos rodea.
Dame, Señor, junto con el pan de cada día,
la parte de amor, de comprensión y de respeto
que necesito para vivir y para ser feliz.
María Belén Sánchez Bustos fsp
Y nosotros como seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, con cualidades excepcionales y con un destino superior, en determinados momentos nos preguntamos sobre la finalidad de nuestra presencia en este mundo.
La biología nos dice que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Los humanos somos seres vivos, ciertamente, pero somos algo más.
Dentro de la dinámica de la vida, hemos sido creados con una misión más alta. Si tan sólo nos ocupamos de trabajar, comer y dormir, estamos situados en un escalón muy bajito, y estamos invitados a subir más alto, a llegar mucho más lejos; por eso Dios nos hadado facultades superiores a las que dio a los animales, por ejemplo.
Conocer, amar y servir a Dios en esta vida, es la primera tarea y el más importante quehacer de todo ser humano que viene a este mundo; de otra forma no mereceríamos llamarnos “humanos”.
Somos seres racionales dotados de inteligencia. Desde luego, a nadie le gusta que le digan que es un tonto. Y luego dejamos que nuestra capacidad mental se deteriore, se vaya detrás de tonterías.
El deseo de conocer a Dios está inscrito en lo más íntimo del ser. Todos los seres humannos de todos los lugares y todos los tiempos han vivido esa inquietud como una necesidad profunda y determinante.
Que las expresiones y las formas de buscarle o rendirle culto sean diferentes y a veces cuestionables, según las diferentes ópticas, eso no es lo que en este momento nos ocupa.
Conocer a Dios es compromiso primordial; si lo conociéramos no cometeríamos tantas aberraciones, no veríamos a nuestro mundo tan revuelto y tan plagado de atrocidades, nuestro actuar sería más límpido.
Conocer a Dios para amarle. Popularmente se dice que lo que no se conoce no se ama... o al revés: sólo se ama aquello que es conocido.
En la actualidad no tenemos excusas, tenemos infinidad de medios para conocer a Dios, Él mismo nos habla de mil y una formas. Eso sí, hay que aprender a escucharle.
Pero en la actualidad tenemos una forma cierta, un camino seguro: Jesucristo nos ha dejado en su Evangelio una página abierta con toda la revelación al alcance de cualquier persona, no importa su escolaridad, su estatus,su edad o su situación económica. Hasta los niños pueden entenderlo. Es más, hay ocasiones en que ellos nos superan, precisamente porque tienen menos prejuicios y hacen menos elucubraciones mentales.
Por lo tanto, conocer a Dios no se da sin una actividad de la mente y el corazón; es necesario estudiar, pero sobre todo, desarrollar el sentido de la fe. La fe es una capacidad de los seres humanos, un sentido espiritual, de la misma calidad que los sentidos físicos de cómo pueden ser la vida y el oído. Muchas veces oímos hablar de lo que se ve “con los ojos del alma”.
El Evangelio nos dice claramente quién es Dios, cómo es, qué le gusta, qué quiere, qué ama... No hay pierde.
Cuando se le ha conocido no queda más que amarle. Y amar a Dios es la cosa más estupenda que puede sucederle a todo ser humano.
Y todavía estamos hablando en planos naturales. Más adelate podemos ver y sentir como el mismo Dios nos lleva de la mano a niveles superiores, sobrenaturales, donde se vislumbra lo divino.
Amar a Dios es lo más importante para la vida, sólo en el amor encontramos felicidad, pero el amor también se nos presenta envuelto en muchos engaños... detrás de cuántas y cuántas cosas se nnos va el corazón...
Nadie, nadie, ninguna persona en este mundo puede vivir sin afectos; lo que pasa es que si no educamos los sentimientos encauzándolos bien, pueden deformarse y volverse hasta monstruosos.
Pero cuando alguien ama sincera y rectamente, el amor crece proporcionalmente en todas las direcciones y se llega a amar con una limpidez hermosa, a Dios, a los seres humanos, a la naturaleza, y en fin, a todo cuanto nos rodea.
Dame, Señor, junto con el pan de cada día,
la parte de amor, de comprensión y de respeto
que necesito para vivir y para ser feliz.
María Belén Sánchez Bustos fsp