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Pablo, enviado a predicar el Evangelio

Cuando el Señor Jesús llamó a san Pablo, también lo encomendó a anunciar el Evangelio por el mundo

Cuando Jesús se encontró ante el asombro de sus discípulos, a causa de las curaciones milagrosas que actuaba, y de las multitudes que le seguían por el mismo motivo, nunca vino a su mente el pensamiento de lo bueno que sería quedarse allí gozando de su éxito. Y fue así porque en su corazón latía más fuertemente el impulso de cumplir la misión que tenía encomendada. Por eso dijo: “Vamos a predicar el Evangelio…”.  

Cuando el Señor Jesús llamó a san Pablo, también lo encomendó a anunciar el Evangelio por el mundo; es decir, lo envió con la misma misión que Él había recibido  del Padre,

Tal fuerza adquirió esta encomienda en el corazón de Pablo, que afirmaba abiertamente: “Ay de mí si no predico el Evangelio”.

Y cuando escuchamos que cada uno de nosotros, por el hecho mismo de ser cristianos, tenemos el compromiso de propagar este mensaje de parte del Señor Jesús, tal vez lo primero que nos preguntamos es: ¿De qué se trata? ¿Qué es el Evangelio?

En palabras sencillas Jesús nos explica: “El Evangelio es una buena noticia”. Y buenas noticias las necesitamos todos: el pobre necesita una ayuda; el que tiene hambre, un pedazo de pan; el que se siente solo, un poco de compañía; el afligido, algo de comprensión, y todos, todos, necesitamos amor, mucho amor.

Y repartir amor es una buena noticia a la cual todos estamos obligados, comenzando por los más cercanos, por los que conviven con nosotros en familia, en la comunidad y en el trabajo donde pasamos la mayor parte del día.
 
Es bueno leer detenidamente esta parte de la Carta a los Corintios, en la cual san Pablo explica: “Me he hecho todo para todos… todo por el Evangelio”. Todo por hacer llegar la Buena Noticia a cada corazón.
Todo para que todos lleguen a conocer la única gran noticia que vale la pena ser difundida, relatada, predicada, explicada, gritada desde las azoteas, proclamada a tiempo y a destiempo: “Que Dios nos ama, que quiere vernos libres y salvarnos de todo mal…”.
     
Este fue el gran mensaje que Jesús trajo a todos los seres humanos de todos los lugares y de todos los tiempos. Es el mismo mensaje que san Pablo predicó en todos los lugares a donde llegó con su palabra y su acción, y es el mismo mensaje que todos estamos enviados a propagar en cualquier lugar en que nos encontremos.

“Ay de mí si no evangelizo” deberíamos llegar a decir como san Pablo: Pobre de mí, si no he llegado a comprender el gran amor de Dios que todo lo llena, que todo lo envuelve y del cual se desprenden todos los otros amores humanos y todos los otros bienes, que van a constituir la gavilla de buenas noticias que podemos ir sembrando por el mundo.
 
Ay de mí… pobre e infeliz de mí, si no he dejado resonar en mi corazón la Buena Noticia del Evangelio, y no he alcanzado a comprender que estoy inmerso en el amor de Dios como una gota de agua en el océano.
 
Hay muchas cosas que oímos, que sabemos, y de las cuales nos enteramos sea por los “medios”, sea por chismes, pero la gran Buena Noticia del amor divino esa es la única importante, la que nadie debe desconocer ni ignorar.
 
Pobre verdaderamente podemos considerar a aquel que ha pasado por la vida sin haber escuchado nunca que Dios le ama, que todo en el mundo y la vida tiene sentido solamente en cuanto está iluminado por este amor.
 
Por eso en ocasiones hemos visto pasar a nuestro lado a personas ignorantes en tópicos científicos, pero con el alma rebosante de esa sabiduría divina que les ha dado la certeza del Evangelio: la Buena Noticia del Amor.

María Belén Sánchez Bustos fsp

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