Suplementos
Museo Nacional de la Máscara
Primero como mansión, luego destacó como Palacio Federal hasta convertirse en lo que es hoy en día
GUADALAJARA, JALISCO (12/JUL/2015).- El número 210, de la calle potosina Villería, obedece a una señorial edificación, que arropa fantásticas máscaras, donde una placa dice: “Museo Nacional de la Máscara”.
La Enciclopedia Barsa de 1957, refiere: “La magia precedió a la religión. Nuestros remotos antepasados creían que sus almas podían encarnarse en otros seres y que, a su vez, espíritus extraños podían posesionarse de sus cuerpos. Creían que, al ponerse una máscara que representase un animal o un demonio, por cierta virtud misteriosa, se convertían en el ser que imitaban. Aún hoy existen razas primitivas que atribuyen a las máscaras propiedades mágicas y que las utilizan de las maneras más curiosas… Muchas tribus primitivas son adoradoras de animales y consideran sagrado algún tótem de su clan. Entre tales gentes, es costumbre generalizada usar máscaras en las danzas religiosas, convencidos como están, de que las mismas confieren a los danzantes poderes mágicos. La danza es el lenguaje del hombre primitivo; mediante la danza reza, impreca, se enorgullece. Rara vez está ausente la máscara en sus danzas”.
De La Enramada, nos dirigimos a la encantadora población de San Luis Potosí. Nos hospedamos en el agradable y céntrico Hotel María Cristina. Al día siguiente caminamos por la bonita Plaza del Carmen y fuimos cautivados por una elegante edificación neoclásica, de planta rectangular, de dos pisos y de labradas canteras, la fachada principal con una amplia puerta arqueada, un medallón en su clave revela el número 2. Tres ventanas verticales por costado, que se repiten en el segundo nivel, arriba de la puerta, dos ventanas y por remate, frontones, balaustradas y almenas. Dos hojas de madera con buena talla abren al zaguán. La grandiosa mansión la habitó la familia de Ramón Martí Pech y fue terminada en 1894, posteriormente fue Palacio Federal y para 1982 se abrió el Museo, gracias a la insólita colección de tradicionales máscaras (más de 2000 piezas), que fueron donadas por Víctor José Moya Rubio.
Frente al Museo había una exhibición de máscaras, tras una plática, un grupo musical amenizó el espacio. Atravesamos con desbordante gusto aquel zaguán y apreciamos dos arcadas dóricas, que se unían con gracia por escaleras y pasillos, presumiendo de exquisitos barandales de herrería, los corredores nos fueron llevando a las fabulosas salas de creativas máscaras, los techos fueron decorados y artesonados por Compeani y Molina. Elaboradas y expresivas máscaras nos fueron atrayendo, unas risueñas, como los viejitos tarascos y otras bastantes diabólicas, con serpientes, cuernos y colmillos, “La fantasía no tiene límites; tampoco la diversidad de formas, en algunos es la belleza abstracta de la morfología animal: en otros, la interpretación de la fiereza”. Admiramos una serie de insólitas máscaras de murciélagos, luego otra de barbones y una de máscaras teatrales, con mandíbula móvil. Una vitrina con tapa caras funerarias y otra con mascarillas festivas. La muerte, inconfundible, evocatoria y fría a la vez. Jaguares, coyotes, tecolotes, puercos jabalíes, águilas y venados hacían comparsa para las mojigangas. Mascarones de diablos, mascarillas de diablitos y de diablas por doquier.
En una sala sobresalía Santo Santiago, montado en su corcel blanco, y rodeado por tastoanes, Cuco Figueroa Benítez narró: “El ritual de los tastoanes tiene su origen en las representaciones de moros y cristianos… a manera de adoctrinamiento y facilitar con ello, la cristianización de los indígenas conquistados… el combate sustentado entre los indígenas que amenazaban con devastar la capital de la Nueva Galicia, la Guadalajara recién fundada en Tlacotán. La danza de los tastoanes se estableció para conmemorar y perpetuar la milagrosa victoria de los huestes hispánicas… cuando quemaron la iglesia salió de en medio de ella un hombre en un caballo blanco… con una espada desenvainada en la mano derecha echando fuego… La danza de los tastoanes fue el elemento enlazador o vínculo entre la población indígena y la iglesia”. La última sala que contemplamos fue la dedicada al Mundo Wixárica, con preciosas máscaras de felinos a base de chaquiras.
La Enciclopedia Barsa de 1957, refiere: “La magia precedió a la religión. Nuestros remotos antepasados creían que sus almas podían encarnarse en otros seres y que, a su vez, espíritus extraños podían posesionarse de sus cuerpos. Creían que, al ponerse una máscara que representase un animal o un demonio, por cierta virtud misteriosa, se convertían en el ser que imitaban. Aún hoy existen razas primitivas que atribuyen a las máscaras propiedades mágicas y que las utilizan de las maneras más curiosas… Muchas tribus primitivas son adoradoras de animales y consideran sagrado algún tótem de su clan. Entre tales gentes, es costumbre generalizada usar máscaras en las danzas religiosas, convencidos como están, de que las mismas confieren a los danzantes poderes mágicos. La danza es el lenguaje del hombre primitivo; mediante la danza reza, impreca, se enorgullece. Rara vez está ausente la máscara en sus danzas”.
De La Enramada, nos dirigimos a la encantadora población de San Luis Potosí. Nos hospedamos en el agradable y céntrico Hotel María Cristina. Al día siguiente caminamos por la bonita Plaza del Carmen y fuimos cautivados por una elegante edificación neoclásica, de planta rectangular, de dos pisos y de labradas canteras, la fachada principal con una amplia puerta arqueada, un medallón en su clave revela el número 2. Tres ventanas verticales por costado, que se repiten en el segundo nivel, arriba de la puerta, dos ventanas y por remate, frontones, balaustradas y almenas. Dos hojas de madera con buena talla abren al zaguán. La grandiosa mansión la habitó la familia de Ramón Martí Pech y fue terminada en 1894, posteriormente fue Palacio Federal y para 1982 se abrió el Museo, gracias a la insólita colección de tradicionales máscaras (más de 2000 piezas), que fueron donadas por Víctor José Moya Rubio.
Frente al Museo había una exhibición de máscaras, tras una plática, un grupo musical amenizó el espacio. Atravesamos con desbordante gusto aquel zaguán y apreciamos dos arcadas dóricas, que se unían con gracia por escaleras y pasillos, presumiendo de exquisitos barandales de herrería, los corredores nos fueron llevando a las fabulosas salas de creativas máscaras, los techos fueron decorados y artesonados por Compeani y Molina. Elaboradas y expresivas máscaras nos fueron atrayendo, unas risueñas, como los viejitos tarascos y otras bastantes diabólicas, con serpientes, cuernos y colmillos, “La fantasía no tiene límites; tampoco la diversidad de formas, en algunos es la belleza abstracta de la morfología animal: en otros, la interpretación de la fiereza”. Admiramos una serie de insólitas máscaras de murciélagos, luego otra de barbones y una de máscaras teatrales, con mandíbula móvil. Una vitrina con tapa caras funerarias y otra con mascarillas festivas. La muerte, inconfundible, evocatoria y fría a la vez. Jaguares, coyotes, tecolotes, puercos jabalíes, águilas y venados hacían comparsa para las mojigangas. Mascarones de diablos, mascarillas de diablitos y de diablas por doquier.
En una sala sobresalía Santo Santiago, montado en su corcel blanco, y rodeado por tastoanes, Cuco Figueroa Benítez narró: “El ritual de los tastoanes tiene su origen en las representaciones de moros y cristianos… a manera de adoctrinamiento y facilitar con ello, la cristianización de los indígenas conquistados… el combate sustentado entre los indígenas que amenazaban con devastar la capital de la Nueva Galicia, la Guadalajara recién fundada en Tlacotán. La danza de los tastoanes se estableció para conmemorar y perpetuar la milagrosa victoria de los huestes hispánicas… cuando quemaron la iglesia salió de en medio de ella un hombre en un caballo blanco… con una espada desenvainada en la mano derecha echando fuego… La danza de los tastoanes fue el elemento enlazador o vínculo entre la población indígena y la iglesia”. La última sala que contemplamos fue la dedicada al Mundo Wixárica, con preciosas máscaras de felinos a base de chaquiras.