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Me lavé y veo

Al devolverle la vista a un ciego en Siloé, Jesús también le dio luz a su corazón y a su alma

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Lectura del Primer Libro de Samuel (16,1b.6-7.10- 13a):

“No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura”.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios (5,8-14):

“Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz”.

EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (9,1.6-9.13- 17.34-38):

“¿Crees tú en el Hijo del hombre?”

GUADALAJARA, JALISCO (26/MAR/2017).- Dos milagros obró Jesús en Jerusalén, en la persona de un ciego de nacimiento. Primero, cuando aplicándole una unción de tierra y saliva, le abrió los ojos. Al volver el feliz ex ciego de lavarse en la piscina de Siloé, el Maestro le abrió los ojos del alma, para que en el Hijo del hombre.

A la vera del camino, en las afueras de Jericó, un ciego pidió a gritos el milagro: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” El Señor le preguntó: “¿Qué quieres?”, y él le respondió: “Ver”. Y al momento el ciego comenzó a ver. Ahora es otro ciego de nacimiento. La escena es en la ciudad de Jerusalén. También Cristo misericordioso le da la luz, la vista, la alegría. Mas ahora no con el sólo imperio de su voz, sino que este milagro —narrado por San Juan, discípulo cercano y testigo ocular de los hechos— lo presenta con el antes, en el hecho, con varias circunstancias, y el después, o sea las consecuencias. Los discípulos le preguntan a Cristo: “Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego? ¿Él o sus padres?”. La respuesta fue: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que se manifiesten las obras de Dios”, Luego el Señor hizo un rito, una acción sensible que antes no había hecho: con un poco de saliva y un poco de tierra hizo una untura, que aplicó en los apagados ojos del ciego, y le ordenó: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (una fuente que estaba junto al templo y a cuyas aguas atribuían virtudes milagrosas). Los sacramentos son signos sensibles, instituidos por Jesucristo, eficaces de la gracia para santificación de los hombres. Quienes han meditado e interpretado la manera como el Señor quiso hacer este milagro, dicen que fue para dejar una enseñanza de que en los siete sacramentos, fuente de gracias, siempre habrá el signo sensible. Así, son signos sensibles el agua que lava, en el Bautismo; el aceite que unge la frente, para fortalecer al confirmado; el signo de la cruz al pecador arrepentido, en el sacramento de la reconciliación; el pan y el vino, alimento y fortaleza, en la Eucaristía; las palabras y los anillos, en el matrimonio; la unción de las manos y el signo de transmitir poder, en el sacerdocio; y el aceite que cura y mitiga el dolor, en la unción de los enfermos. Son signos externos, mas sus efectos son internos. “El ciego fue y se lavó y volvió con vista”. Así, con pocas palabras, da el evangelista el desenlace de esta acción.

“¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?” Ya era otro y no lo podían creer. Pero él decía: “Yo soy”. Los fariseos, escandalizados porque la curación fue en sábado, entraron en el asunto y el antes ciego les contó cuanto le había acontecido. Entonces le volvieron a preguntar: “Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?”. Él les contestó: “Que es un profeta”. Los fariseos no podían aceptar los milagros de Cristo y llamaron a los padres del muchacho. Ellos, por miedo, contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve y quién le ha dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenle a él, ya tiene edad suficiente”. Volvieron a la carga contra el que había sido ciego y le dijeron que el que le dio la vista era un pecador, porque profanó el sábado. Ya cansado del acoso de los fariseos, les preguntó: “¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?” Ellos. enfurecidos. le contestaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste. ¿Cómo pretendes darnos lecciones?”, y lo echaron fuera. Concluyó la acción con un segundo milagro: No sólo abrió los ojos del cuerpo de aquel hombre. Propició un nuevo encuentro con él, para también los ojos del alma. El Señor le preguntó: “¿Crees tú en el hijo del hombre?” Hasta ese momento los ojos del alma no se habían abierto a la luz. Con sencillez, el que fuera ciego preguntó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?” Jesús le dijo: “Ya lo has visto. El que está hablando contigo, ese es”. “Creo, Señor”. afirmó entonces, y postrándose lo adoró.

José Rosario Ramírez M.

Abrir los ojos del alma

El relato es inolvidable. Se le llama tradicionalmente “La curación del ciego de nacimiento”, pero es mucho más, pues el evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, “Luz del mundo”. No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento, que pide limosna en las afueras del templo. No conoce la luz. No la ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.

Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.

Los vecinos lo ven transformado. Es el mismo pero les parece otro. El hombre les explica su experiencia: “Un hombre que se llama Jesús” lo ha curado. No sabe más. Ignora quién es y dónde está, pero le ha abierto los ojos. Jesús hace bien incluso a aquellos que sólo lo reconocen como hombre.

Los fariseos, entendidos en religión, le piden toda clase de explicaciones sobre Jesús. Él les habla de su experiencia: “Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo”. Le preguntan qué piensa de Jesús y él les dice lo que siente: “Que es un profeta”. Lo que ha recibido de Él es tan bueno que ese hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su fe en Jesús. No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.

Poco a poco, el mendigo se va quedando solo. Sus padres no lo defienden. Los dirigentes religiosos lo echan de la sinagoga. Pero Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. “Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo”. Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir. Cuando Jesús se encuentra con aquel hombre a quien nadie parece entender, sólo le hace una pregunta: “¿Crees en el Hijo del Hombre?” ¿Crees en el Hombre Nuevo, el Hombre plenamente humano precisamente por ser expresión y encarnación del misterio insondable de Dios? El mendigo está dispuesto a creer, pero se encuentra más ciego que nunca: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dice: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es”. Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: “Creo, Señor”. Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde. “Es momento de hacer latir nuestro corazón al mundo”.

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