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Lo que conviene

Cuando vayas a la península de Yucatán no se te ocurra pararte por Chichén-Itzá

GUADALAJARA, JALISCO (27/MAR/2016).- Cuando vayas a la península de Yucatán no se te ocurra pararte por Chichén-Itzá, porque ya es una cosa horrible, para puros turistas. Haz como yo y nomás visita rancherías. Están muy bonitas y no ves un solo alemán”. Eso me dijo un caballero de la Capital, con cierta fama de gran viajero, cuando supo que nos íbamos de vacaciones. Para no entrar en polémicas inútiles no le respondí que lo que me estaba recomendando era el equivalente a visitar Egipto y saltarse las pirámides y que no pensaba hacerle caso ni loco. Me limité a sonreír y agradecerle. Y a pensar: “Esas rancherías las va a visitar tu abuela”.

Mi expediente vacacional, como el de toda persona de mediana edad, está lleno de triunfos y fracasos. Pero en la autopsia de los fracasos, indispensable para combatir el abatimiento posvacacional que lo asalta a uno, hay una nota constante: el haber hecho caso a las recomendaciones de un presunto experto (“Fulano vivió 20 años allá y todavía le echa lechuga a la leche, imagínate si no se volvió nativo”) o de alguien que acaba de regresar del destino apetecido “hace nomás unos días” y con ínfulas de guía de turistas.

“No vayas a reservar hotel en Chiapas. Lo que te conviene es llegar a la plaza central de los pueblos y preguntar dónde se queda la gente, porque si reservas te cobran un ojo de la cara y la mitad del otro”, me dijo una señora, ya bastante mayorcita, alguna vez, justo antes de que yo partiera hacia aquel sureño y paradisiaco Estado. Por hacerle caso me pasé una Navidad congelándome en una banquita del zócalo de San Cristóbal de las Casas (aclaración para quien no conozca esos lares: Chiapas está al sur y cuenta con millones de hectáreas de selva tropical, sí, pero San Cristóbal está en un valle elevado y tiene el mismo clima invernal que el Nevado de Colima). El único modo de encontrar catre hubiera sido romper un vidrio y ser llevado a la cárcel municipal: todo lo demás estaba repleto.

Esa misma criatura agorera me convenció (era yo joven e inexperto) de que Chiapas está llena de carreteras buenísimas, recorridas por modernas camionetas que salen de todas las plazas las 24 horas del día y lo llevan a uno de un lado a otro en un periquete. Huelga decir que esa es una de las mentiras más torvas de la historia humana. Los poco más de 200 kilómetros que separan San Cristóbal de Palenque se los puede llegar a echar uno hasta en 12 horas (el promedio son siete, si todo sale bien), porque la carretera es sinuosa, está llena de baches y topes, la bloquean a cada rato y el único camino alternativo pasa por Villahermosa, Tabasco. Chiapas es un lugar tan notable que no hay modo de que se lo arruinen a uno, pero seguir los consejos de esta mujer casi lo consigue.

Otro consejero infausto fue el gerente de un hotel en el que nos hospedamos en Nuevo Vallarta, que nos recomendó volver a Guadalajara por la carretera de Mascota (la autopista estaba tan sobrecargada que había gente intentando quedarse una o dos noches más en la playa) bajo el argumento magistral de que “casi no tiene curvas”. Su concepto de “curva” debía ser muy distinto al de la realidad porque, de hecho, la carretera de Mascota básicamente no tiene otra cosa más que curvas, y transcurre entre deslaves y desbarrancados (al llegar a Talpa vimos las carcasas incineradas de dos autobuses) y uno sale de ella con la sensación de que sobrevivió el paso de las Montañas de la Locura.

Por eso prefiero equivocarme yo solo, la verdad.

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