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La vuelta en bici en 129 días

Después de cuatro meses de viajar en bicicleta, cuatro jóvenes tapatíos regresaron a la ciudad listos para contar su historia

GUADALAJARA, JALISCO (26/NOV/2011).- Una aventura es, según la Real Academia de la Lengua Española, una empresa de resultado incierto o que presenta riesgos. Definición que se acerca, pero sin duda se queda corta para describir el viaje que cuatro jóvenes tapatíos iniciaron el pasado 27 de junio, en el que recorrieron cerca de nueve mil kilómetros en bicicleta.

De Anchorage (Alaska) a Guadalajara, pasaron por: Whitehorse, Prince Rupert, Nanaimo, Vancouver, Seattle, Newport, San Francisco, Los Ángeles, San Diego, Ensenada, La Paz, Mazatlán y Tepic. Durante 129 días atravesaron bosques, desiertos, ríos y playas. Admiraron paisajes de montañas, lagos, dunas y selvas. Visitaron ciudades cosmopolitas y poblados remotos. En su camino encontraron animales salvajes, otros viajeros y personas hospitalarias que les abrieron las puertas de sus casas.

Recién desempacados de esta extraordinaria odisea –que llegó a su fin el pasado 2 de noviembre—, Luciano Malazzo y Alejandro Martínez Bordes narraron el recorrido que emprendieron junto a Pablo Malo y Mario Hernández: los tres primeros estudiantes universitarios del ITESO y la Universidad de Guadalajara, y Mario, egresado de Diseño Industrial del CUAAD. Todos jóvenes entre 21 y 26 años de edad, amantes del ciclismo y con un espíritu por demás inquieto.

Pero el inicio de esta historia se remonta a algunos años atrás: “somos bastante aventureros” –afirma Luciano ante lo evidente—, “ya desde la prepa nos movíamos en bicicleta en la ciudad. Un día me topé en internet con el blog de un tipo que hizo la ruta Panamericana: de Alaska a Tierra de Fuego en bicicleta, y dije ‘este es uno de los viajes que nos encantaría hacer’”.

Su amigo Alejandro también se emocionó con la idea y desde entonces empezaron a imaginarla. El que había sido un “sueño guajiro” de la preparatoria, empezó a tomar forma hace aproximadamente un año, cuando vieron el momento ideal para convertirlo en realidad: “Sabíamos que si no empezábamos a organizarlo nunca se iba a hacer”, agrega Luciano, “y qué mejor tiempo que éste, ahora que estamos jóvenes y no tenemos grandes responsabilidades”.

“Pablo, Lu y yo nos conocemos de hace mucho”, explica Alejandro, “ellos dos de la escuela y yo por una amigo que teníamos en común. Con Mario estuvo muy curioso: era conocido de Pablo –ni siquiera tan amigo—, se enteró del viaje y se quiso unir. Nos entrevistamos con él por internet y lo vimos cinco días antes de irnos”.

Fue así como tres amigos y un entonces desconocido, volaron a Anchorage –la ciudad más poblada de Alaska, ubicada en el centro-sur del estado—, llevando con ellos sus bicicletas con sus respectivas alforjas, al interior de las cuales viajaron los cerca de 50 kilos de equipaje con los que estos chicos pedalearon durante cuatro meses: entre algunos cambios de ropa, agua y comida, equipo para acampar, sleeping bags, una estufa, ollas y sartenes, algo de mecánica y un botiquín. Todo cuidadosamente acomodado en estas bolsas para evitar la mochila: “andar en bici con mochila no es divertido, porque te empiezan a calar los hombros”, dice Luciano, “aprendimos a usar muy poco, lo mínimo indispensable”.

Listos… ¡fuera!


Después de una semana de preparación en Alaska, los cuatro aventureros tomaron su camino, el cual siguieron trazando sobre la misma ruta: “agarramos un mapa y dijimos ‘vamos a ir así’, pero la neta no teníamos ni idea de qué había ahí en medio; entonces mientras íbamos yendo pues íbamos viendo”, cuenta Luciano divertido.

Oyendo música, cantando, “diciendo tontería y media” o simplemente en silencio, atentos a los sonidos de la Naturaleza, Alex, Lu, Pablo y Mario avanzaron hacia el Sur, casi siempre por carreteras secundarias, teniendo al Océano Pacífico como testigo de su travesía.

“Canadá fue una sorpresa, porque nunca la tomamos muy en cuenta”, dice Lu sobre el segundo país más grande del mundo, “dijimos: ‘Alaska y luego Canadá en dos o tres días y luego Estados Unidos’, pero Canadá sí fue como un mes”. “La verdad es que lo subestimamos”, agrega Alex.

“En todos lados hubo paisajes que te quitaban el aire”, continúa Luciano, pero ambos jóvenes coinciden en que uno de los más impresionantes fue el de las secoyas (redwoods) en California, “unos árboles de 100 metros, alucinantes. Imagínate pasar por un bosque lleno de árboles gigantes, entra una luz bien bonita, muy cálida y se ve mágico”, describe emocionado Alejandro.

Un día en la aventura

No se puede decir que hubo dos días iguales en este viaje, aunque sí algunas constantes como en la dieta: avena en el desayuno, pan con nutella y crema de cacahuate a medio día; atún y sardinas en la comida, y pasta para la cena, alimentos que los chicos iban adquiriendo en pueblos y ciudades, y que fungieron como la única gasolina para recorrer entre 80 y 120 kilómetros diarios.

Para despertar no había una hora fija, más bien la luz del día y las condiciones climáticas iban marcando el ritmo: “En el Norte todo el día hay luz, entonces nos podíamos levantar a las 11 y pedalear todo el día hasta las ocho o nueve de la noche. Y conforme vas bajando empieza a anochecer más temprano, entonces sí empezábamos a pedalear desde antes. En el desierto de Baja California también procuramos levantarnos más temprano para que no nos tocara el solazo”.

Cuando empezaba a oscurecer también llegaba la hora de resolver el hospedaje, que en muchas ocasiones fue en campamentos estatales –sobre todo en Canadá y Estados Unidos—, pero también en casas de personas que iban conociendo en el viaje o que habían contactado previamente a través de la red Warm Showers (www.warmshowers.org), organización que reúne una comunidad virtual hospitalaria para ciclistas viajeros.

“Eso nos salvó la vida”, dice Luciano, y Alex no puede estar más de acuerdo: “Está poca madre, porque cuando llegas a las grandes ciudades puedes dejar las cosas para salir a visitar, tienes cama dónde dormir y regadera. Aparte conoces gente de ahí que te dan buenos tips sobre el lugar”.

A pesar de no llevar consigo ningún aparato electrónico para conectarse a internet (“las cámaras eran lo más tecnológico que llevábamos”), y de la dificultad de encontrar computadoras en Estados Unidos y Canadá –pues en todos lados ya hay acceso inalámbrico a la red y la mayoría de las personas usan sus propios gadgets—, solamente a Seattle llegaron los viajeros sin un lugar fijo para quedarse, ya que lo iban planeando con algunos pueblos de anticipación.

El asunto tampoco tardó mucho en resolverse pues a lo largo de sus numerosos encuentros con personas, no habían acabado los muchachos de contar su historia, cuando sus interlocutores ya quedaban maravillados. “Como que había mucha empatía y les caíamos bien —dice Alex—, toda la gente se sorprendía mucho en el buen sentido; algunos nos decían que estábamos, locos pero la mayoría que ellos decían que harían un viaje así si fueran más jóvenes”.

Entre glorias y adversidades


Los jóvenes llegaron a San Francisco después de casi tres meses de pedaleo, donde el equipo se redujo a tres integrantes, pues Mario se quedó en la ciudad californiana de acuerdo a su plan inicial.

El cruce a México “fue todo un shock”, dice Luciano: “Los camioneros y los taxistas, los puestos de tacos, los mercados, las calles, todo totalmente diferente a lo que es el orden en Estados Unidos y Canadá”. Pero eso sí, también fueron recibidos como héroes: “En Los Cabos nos regalaron dos noches de hotel, porque el papá de Mario trabaja en hotelería”, cuenta Alex, “y cuando llegamos todos mugrosos y sin bañar, éramos las estrellas en el hotel y ya nos habían conseguido un montón de entrevistas para la tele”, recuerda con una gran sonrisa en su expresión, en la que no queda lugar para dudar que toda esa experiencia será una de las más recordadas de su vida.

De entre las dificultades que los ciclistas encontraron en su camino, no se cuentan grandes diferencias entre ellos, si acaso alguna larga discusión sobre cuál sería la ruta o el siguiente objetivo del viaje. Aparte de esporádicas condiciones climáticas adversas –vientos en contra, lluvias, granizo, calor—, de un robo de comida en Oregon (“un bote de nutella, nueces, pan y dos botellas de agua que dejamos en un campamento mientras salíamos a caminar”), y la intromisión de los mapaches “que no se asustan con nada”, los chicos sólo pensaron claudicar en el último tramo del largo trayecto.

“El penúltimo día estábamos cruzando la Sierra Madre y tuvimos que pedalear como 12 horas para llegar a Magdalena”, dice Alex. “Esos fueron los kilómetros más difíciles de todo el viaje”, añade Luciano: “Era de subida en un clima de selva con humedad, calor, y un Sol que te quemaba la piel. Se me acabó el agua e iba subiendo y me tuve que parar a descansar y ahí si dije, ‘qué me falta para tomar un ‘raite’, pero nomás le seguí dando”.

Un día después llegaban a su destino final, donde fueron recibidos con gran emoción por sus respectivos familiares.

Ante la pregunta de si volverían a hacer un viaje así, los chicos no dudan ni un instante en afirmarlo: “Está el plan a futuro de irnos de aquí a Tierra de fuego, pero ese es otro sueño guajiro, y tendría que planearse con tiempo, porque es mucha más distancia, es un terreno más cambiante y difícil”, advierte Luciano.

Por lo pronto sigue reencontrar los caminos que quedaron abiertos aquí en la ciudad. Terminar sus respectivas licenciaturas (Luciano estudia Relaciones Internacionales en el ITESO y Alejandro Música en la Universidad de Guadalajara), y continuar con sus propias búsquedas, seguramente con el recuerdo siempre presente de lo que fue una inolvidable aventura.

NUEMRALIA
Números en cada pedaleada

* 129 días de viaje

* 9 mil kilómetros recorridos en bicicleta

* 100 kilómetros (en promedio) recorridos por día

* 3 mil dólares (aproximadamente) gastados

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