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La increíble necesidad de creer
El problema radica en las creencias que tienen injerencia directa en los actos que determinan cuestiones de ética
De acuerdo con lo visto en el artículo anterior, la necesidad de creer en algo que nos trascienda es inherente al ser humano desde cualquier punto de vista. ¿Es eso una prueba de la existencia de Dios? Probablemente no, pero puede dársele la vuelta a la pregunta para afirmar que como Dios existe, el hombre tiene necesidad de creer. Esta necesidad ha sido explotada abundantemente, dando productos como la psicología cuántica, los extraterrestres, la astrología, el espiritismo, los esoterismos en todas formas, y muchos otros más.
Es indudable que quienes han fundado estas corrientes de pensamiento han amasado pequeñas o grandes fortunas explotando la ignorancia de la gente, su desesperación o, simplemente, esa necesidad de creer en algo más allá de ellos. Es probable que su intención no haya sido la del lucro descarnado, sino un genuino deseo de ayudar a personas emocionalmente vacías o necesitadas. Pero en cualquier caso, a todos aquellos que se acercan a tales prácticas se les puede aplicar un dicho que escuché por primera vez en voz de un compañero de trabajo: “El que no conoce a Dios a cualquier ídolo se le hinca”.
La necesidad de creer en algo superior nos acompaña toda nuestra vida, y el concepto de fe se aplica en todos los órdenes: “Tener fe es aceptar la palabra de otro, entendiéndola y confiando en que es honesto y, por lo tanto, su palabra es veraz. El motivo básico de toda fe es la autoridad (el derecho de ser creído) de aquel a quien se cree. Este reconocimiento de autoridad ocurre cuando se acepta que él o ella tiene conocimiento sobre lo que dice y posee integridad, de manera que no engaña”. De esta manera se le puede tener fe a un dirigente político, a un líder sindical, a un profesor, a un médico, un abogado o un contador, etc.
El problema radica en las creencias que tienen injerencia directa en los actos que determinan cuestiones de ética y que influyen directamente en la conducta de las personas.
Por ejemplo, ¿es lícito creer en la astrología? Por supuesto que no. Lo cuestionable es la conducta que genera tal creencia, pues en muchos casos puede llevar a un conformismo que impide que la persona supere y tome las riendas de su vida para ser cada vez mejor. Además, desde el punto de vista científico, la astrología es una clase de charlatanería propia de iletrados. Es un hecho que el cielo, y por consecuencia las estrellas y constelaciones, se ven diferente desde el sur que desde el hemisferio norte; aquí vemos estrellas que no se ven en el sur. Por tanto ¿la astrología conocida aquí y ahora es sólo aplicable a quienes vivimos en e hemisferio norte? ¿Qué hacer si una Aries canadiense quiere casarse con un Piscis argentino. Un verdadero problema para los astrólogos.
Por su parte, para quienes profesamos la fe católica sería impensable creer en tales prácticas, que van contra el espíritu del Primer Mandamiento y está fuertemente condenado en la Sagrada Escritura, que asegura que quien lo haga quedará impuro (Cfr. Lev 19, 26-31) y que tales prácticas son abominables a los ojos de Dios (Cfr. Dt 18, 10-12). Sin embargo, la fe divina, que es aquella que significa creer en Dios, no parece estar tan arraigada en nuestra sociedad. Si así fuera, no tendrían éxito películas como HIM, los astrólogos, adivinadores (cartomancia y quiromancia, por ejemplo), brujos (Ex 22,17) y toda clase de falsos profetas que imponen ídolos-dioses en nombre de libertades espurias (Is 5, 20).
Creer en Dios es una necesidad fundamental del ser humano. Los estudios científicos que hemos repasado en artículos anteriores, sobre las consecuencias de la fe vivida en espíritu y en verdad, muestran que la creencia en Dios es fuente de la paz interior, la felicidad verdadera, la tranquilidad y la madurez emocional.
Debe ser así, puesto que fisiológicamente estamos configurados para ello, por lo que negarlo conduce a la intranquilidad, la tristeza y la amargura, causas de enfermedades orgánicos y emocionales. La sanación interior es posible siempre que se acepte que Jesucristo es Dios, y que se hizo hombre para sanar a los enfermos y para llamar a los pecadores a la conversión. (Cfr. Mt. 12-13). Que el Señor nos bendiga y nos guarde.
Antonio Lara Barragán Gómez (OFS)
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara@up.edu.mx
Es indudable que quienes han fundado estas corrientes de pensamiento han amasado pequeñas o grandes fortunas explotando la ignorancia de la gente, su desesperación o, simplemente, esa necesidad de creer en algo más allá de ellos. Es probable que su intención no haya sido la del lucro descarnado, sino un genuino deseo de ayudar a personas emocionalmente vacías o necesitadas. Pero en cualquier caso, a todos aquellos que se acercan a tales prácticas se les puede aplicar un dicho que escuché por primera vez en voz de un compañero de trabajo: “El que no conoce a Dios a cualquier ídolo se le hinca”.
La necesidad de creer en algo superior nos acompaña toda nuestra vida, y el concepto de fe se aplica en todos los órdenes: “Tener fe es aceptar la palabra de otro, entendiéndola y confiando en que es honesto y, por lo tanto, su palabra es veraz. El motivo básico de toda fe es la autoridad (el derecho de ser creído) de aquel a quien se cree. Este reconocimiento de autoridad ocurre cuando se acepta que él o ella tiene conocimiento sobre lo que dice y posee integridad, de manera que no engaña”. De esta manera se le puede tener fe a un dirigente político, a un líder sindical, a un profesor, a un médico, un abogado o un contador, etc.
El problema radica en las creencias que tienen injerencia directa en los actos que determinan cuestiones de ética y que influyen directamente en la conducta de las personas.
Por ejemplo, ¿es lícito creer en la astrología? Por supuesto que no. Lo cuestionable es la conducta que genera tal creencia, pues en muchos casos puede llevar a un conformismo que impide que la persona supere y tome las riendas de su vida para ser cada vez mejor. Además, desde el punto de vista científico, la astrología es una clase de charlatanería propia de iletrados. Es un hecho que el cielo, y por consecuencia las estrellas y constelaciones, se ven diferente desde el sur que desde el hemisferio norte; aquí vemos estrellas que no se ven en el sur. Por tanto ¿la astrología conocida aquí y ahora es sólo aplicable a quienes vivimos en e hemisferio norte? ¿Qué hacer si una Aries canadiense quiere casarse con un Piscis argentino. Un verdadero problema para los astrólogos.
Por su parte, para quienes profesamos la fe católica sería impensable creer en tales prácticas, que van contra el espíritu del Primer Mandamiento y está fuertemente condenado en la Sagrada Escritura, que asegura que quien lo haga quedará impuro (Cfr. Lev 19, 26-31) y que tales prácticas son abominables a los ojos de Dios (Cfr. Dt 18, 10-12). Sin embargo, la fe divina, que es aquella que significa creer en Dios, no parece estar tan arraigada en nuestra sociedad. Si así fuera, no tendrían éxito películas como HIM, los astrólogos, adivinadores (cartomancia y quiromancia, por ejemplo), brujos (Ex 22,17) y toda clase de falsos profetas que imponen ídolos-dioses en nombre de libertades espurias (Is 5, 20).
Creer en Dios es una necesidad fundamental del ser humano. Los estudios científicos que hemos repasado en artículos anteriores, sobre las consecuencias de la fe vivida en espíritu y en verdad, muestran que la creencia en Dios es fuente de la paz interior, la felicidad verdadera, la tranquilidad y la madurez emocional.
Debe ser así, puesto que fisiológicamente estamos configurados para ello, por lo que negarlo conduce a la intranquilidad, la tristeza y la amargura, causas de enfermedades orgánicos y emocionales. La sanación interior es posible siempre que se acepte que Jesucristo es Dios, y que se hizo hombre para sanar a los enfermos y para llamar a los pecadores a la conversión. (Cfr. Mt. 12-13). Que el Señor nos bendiga y nos guarde.
Antonio Lara Barragán Gómez (OFS)
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara@up.edu.mx