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La aguja y la vida

Crónica sobre la responsabilidad y el compromiso de los médicos preinternos

GUADALAJARA, JALISCO (05/OCT/2014).- El preinterno se puso dos guantes de látex cuando fue su primera vez con un paciente con VIH positivo. El doctor le ordenó que lo suturara. Temblaba con la aguja en la mano. No era una operación común. Ni siquiera estaba en un quirófano sino en la sala de nefrología del piso siete de la clínica 110 del Seguro Social. Atravesó la piel y llegó al catéter, metió el metal con el hilo. El primer punto estaba hecho. Fueron sólo dos. Luego limpió los restos de sangre. El paciente agitado dejó de moverse y gritar para decirle gracias doctor.

Nada de lo anterior hubiera sucedido si los médicos que tenían la orden de colocarle un catéter en el abdomen al enfermo con insuficiencia renal hubieran cumplido. Pero su condición como portador del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) lo marginó por varios días, llevando al médico jefe de medicina interna a intervenirlo en una sala sin las medidas de higiene requeridas.

Esta vez el preinterno ni se ofreció, ni lo obligaron, ni le exigieron que ayudara. A él simplemente “le tocó” estar frente al jefe de área cuando decidió que no iba a dejar que un paciente se le muriera ahí por negligencia médica. Fueron a la “nefrocueva”, como le llaman a la sala, y le dijeron al VIH positivo que si estaba de acuerdo. Él aceptó.

Viernes

Entre los ingresos a la sala de nefrología había un hombre flaco, con la piel color mármol y pegada al hueso. Se veía en su barba, que apenas se asomaba en su rostro, que los días no andaban bien. Por eso ocupaba una de las camas de la clínica. Los doctores revisaron su ficha: diagnosticado con insuficiencia renal desde hace seis meses y VIH positivo como aderezo a la situación.

—¿Por qué lo ingresaron?

—Porque me van a hacer una diálisis peritoneal.

La respuesta del paciente significaba que no se salvaría de una cortada en el abdomen, o sea de un procedimiento quirúrgico en el quirófano. El médico de base le ordenó al preinterno escribir el “pase a cirugía”.

El pase era uno de sus pendientes del día, además de medir los gases en la sangre de los pacientes, llenar las fichas de evolución y hacer curaciones durante las guardias de hasta 36 horas. Cursaba su tercer año como estudiante de medicina y el preinterno estaba acostumbrado al desgaste físico y mental de las jornadas dobles o triples que les exigen.

Era la tarde noche de viernes a mediados de agosto de 2013 así que llenó rápido pero sin errores los requisitos de la hoja donde solicitaba el ingreso al quirófano del paciente fuera lo más pronto posible. Vendría el fin de semana y a los cirujanos también les gusta descansar.

Lunes

El paciente seguía en la misma cama pero sin el catéter. No hubo procedimiento quirúrgico ni la tarde del viernes, ni el sábado, tampoco el domingo. El médico de base le preguntó que cómo iba. “Ni mejor ni peor”. El señor ya no caminaba y tenía horas y horas sin orinar. Era consecuencia de la insuficiencia renal.

El preinterno miró los labios resecos del encamado y se dio cuenta que estaba deshidratado. De nuevo escribió el “pase a cirugía” matutina.

***
El estudiante de medicina estaba por cumplir los 22 años. Era cuidadoso en sus actos —tanto como para llamarlo “preinterno” en esta historia— y a la vez siempre ha elegido las clínicas donde más le dejan “meter mano” a los pacientes. Dice que así aprende más.

No tenía planeado estudiar medicina en la Universidad Autónoma de Guadalajara hasta dos semanas antes de que comenzara el semestre de agosto de 2010.

Ahora sabe que traumatología es lo suyo. Siempre le ha gustado el deporte y se ejercita prácticamente a diario. Confiesa que nunca pensó en ser altruista pero desde que trató con pacientes con discapacidad y de bajos recursos su compromiso con ellos cambió. También algún día espera ayudar a los deportistas seleccionados nacionales de escasos recursos. Conoce el sistema y está harto de que no ayuden a los lesionados que representan al país.

El ahora interno siempre se queja y se queja y se queja de sus horarios y la carga laboral que viven en los nosocomios los de su jerarquía. Sigue sin entender por qué los médicos y el Seguro Social los tratan así pero ha obtenido respuestas de los doctores sin preguntar: si yo sobreviví, tú también puedes.

***
El doctor le pidió la hoja de bisturí a la enfermera. Era hora de abrirle la piel y los tejidos. Músculo por músculo. El paciente ya estaba advertido del dolor que podría sentir al sólo utilizar anestesia local. El VIH positivo los veía con los ojos pelones. Seguía los movimientos de la navaja y la limpieza que la enfermera y el preinterno hicieron antes de la petición del médico.

El procedimiento duró cinco minutos. Lo que otros médicos del Seguro Social se habían negado a realizar, el jefe de medicina interna, el preinterno y una enfermera lo hicieron en menos de lo que esperan los usuarios del transporte público a que pase un camión o lo que puede durar una canción ranchera.

Para el preinterno “la vida son pruebas”, a veces es trabajar 36 horas —sin salir del hospital—  y otras es toparse con operaciones improvisadas. Y aunque el porcentaje de contagio de VIH es menos de 1%, el miedo y la adrenalina viajaron por su cuerpo. También la satisfacción después de la cirugía. Aunque él no ve la muerte como una tragedia, tampoco quiere dejar morir a un paciente cuando aún puede hacer algo por él.

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