Jesús frente al mal
Cristo permitió que el Maligno le presentara las tentaciones mesiánicas para darnos tres lecciones
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA
Lectura del Libro del Génesis (2,7-9;3,1-7):
“Y el hombre se convirtió en ser vivo”.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (3,16-23):
“La gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre”.
EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (4,1-11):
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
GUADALAJARA, JALISCO (05/MAR/2017).- Triple fue la victoria de Cristo sobre Satanás, al rechazar las tentaciones mesiánicas que le presentó. Y triple enseñanza para todos los cristianos, de no ceder ante el acoso del peor de los enemigos.
Jesús, el Hijo de Dios, “fue llevado por el Espíritu Santo al desierto” -así asegura San Lucas (Lc 4, 1)-, Y allí permaneció 40 días y 40 noches en oración, en ayuno, en penitencia.
Allí los pies no conducen a ninguna parte; las manos nada pueden fabricar: la voz no es oída, ni siquiera repetida por el eco. En el desierto inmenso y uniforme, ardoroso y silencioso, el hombre siente su tremenda pequeñez. En la soledad, como clima favorable se siente la presencia de Dios. Allí Jesús percibe y vive su total dependencia de Dios. “Le llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2, 34). Porque asumió la naturaleza humana, Jesús, el que es Dios —anonadado, empequeñecido, igual a todos los hombres en ese voluntario apartamiento—, es para todos los hombres, modelo, ejemplo de oración, de ayuno, de penitencia. La Iglesia toma como preparación a la luminosa noche de la Pascua, este tiempo llamado Cuaresma, conforme al ejemplo del Señor en el desierto. Y allí , en esa tierra desolada, en esa soledad... se le acercó el tentador.
Todo en la vida de Jesús, el Hijo de Dios, es mensaje. Permitió que el Maligno le presentara las tentaciones mesiánicas. Se sometió a la humillación, y las tres veces el humillado, el vencido, fue el tentador. El autor de la Carta a los Hebreos escribió: “No es nuestro pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas; antes, fue tentado en todo a semejanza nuestra, menos en el pecado” (Hebreos 4, 15). Tentaciones mesiánicas que fueron: convertir las piedras en pan; la posesión de un reino terreno hasta donde sus ojos humanos alcanzaran a ver; y la aceptación popular, o sea con descender para que lo vieran descender milagrosamente al atrio desde el pináculo del templo. Triple victoria de Cristo y triple enseñanza para todos, ante las continuas ofertas de los muchos tentadores.
Ver estos días la vida como es, como una peregrinación en el desierto. Es bueno, es conveniente, ayunar de muchas cosas de esas que habitualmente solicitan los sentidos. En el desierto de la vida, confrontarse al espíritu del mal cada uno y cada vez que se presente el tentador. Es tiempo de más oración; de más profunda reflexión sobre el sentido de la vida, sobre la condición humilde de sentirse pecador; tomar conciencia de los propios pecados y deficiencias. Es tiempo de actualizar su fe en Cristo muerto y resucitado, y comprometerse en la tarea, Cristo, todos los que creen en Él. Ante el milagro, ante Cristo siempre signo de contradicción, unos creyeron porque vieron la luz; otros buscaron las tinieblas y se propusieron quitarle la vida. Fulton Sheen escribió: “De la misma manera que el Sol brilla sobre el barro y lo endurece, y brilla sobre la cera y la ablanda, así este gran milagro del Señor endureció algunos corazones para la incredulidad y ablandó a otros para la fe”.
José Rosario Ramírez M.
Al inicio de la Cuaresma
Hace unos días hemos comenzado la Cuaresma, mediante el rito de purificación y penitencia de la ceniza; haciéndonos propósitos relativos al ayuno, la limosna y la oración; es decir, con el propósito de mejorar nuestras relaciones con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Pero, al hacerlo, descubrimos casi inmediatamente nuestra debilidad, que se manifiesta especialmente en la tentación. Por eso, la Palabra de Dios nos invita a reflexionar en este primer domingo de Cuaresma sobre esta realidad tan humana, y que, por eso, también experimenta Cristo.
El relato del Génesis nos ilumina sobre la esencia de la tentación y del pecado. El paraíso es el mundo (un mundo sin pecado sería ciertamente un paraíso), el centro del paraíso es el hombre, cumbre de la creación a quien Dios le confía su obra. En ese centro está “el árbol prohibido”. ¿Qué árbol es éste, el único del que le está prohibido comer al hombre? ¿Ha de entenderse como una prueba que Dios pone a la fidelidad del hombre? Pero, ¿no sería esto un gesto de desconfianza? O, lo que es peor, una trampa. Porque, si lo pensamos bien, ¿qué tiene de malo comer de un árbol, por muy en el centro que esté? ¿Y si en vez de comer de un árbol hubiera prohibido atravesar una raya? Pero no debemos entender los mandatos de Dios de manera tan arbitraria. No olvidemos que se trata del árbol del conocimiento del bien y del mal: una realidad viva, que da frutos y se encuentra en el centro del jardín es la conciencia moral. El ser humano tiene conciencia, distingue de manera espontánea y más o menos clara el bien del mal. Que no puede comer los frutos significa que no puede disponer del orden moral a su antojo, ni puede cambiar arbitrariamente su significado. No puede decidir, por ejemplo, que “mentir para él sea bueno, de manera que mintiendo se haga bueno”. Podrá mentir el hombre por motivos cualesquiera, pero no puede hacer de la mendacidad una virtud.
El relato habla también del tentador: la astuta serpiente: la tentación no viene de Dios, sino de una realidad creada: el diablo, por la vía del inconsciente, o la imaginación, o el entorno... El ser humano percibe una incitación a transgredir el orden moral, a disponer de él a su antojo, a “ser como dios”, haciendo que sea en sí bueno lo que sólo le viene bien. En esa inclinación siempre existe un cierto bien. El tentador no nos dice que hagamos lo que está mal, sino que nos lo pinta como algo bueno: el árbol era “apetitoso, atrayente y deseable, porque daba inteligencia” (saber, poder, placer...) La llamada de Jesús nos puede ayudar a tomar más conciencia de que no sólo de bienestar vive el hombre. El ser humano necesita también cultivar el espíritu, conocer el amor y la amistad, desarrollar la solidaridad con los que sufren, escuchar su conciencia con responsabilidad, abrirse al Misterio último de la vida con esperanza. “Es momento de hacer latir nuestro corazón al mundo”.