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''Hola, me llamo Roberto y soy neurótico''

La ira, el temor o la ansiedad son sus caras más comunes: la neurosis es una enfermedad de la que todos tenemos un poco

GUADALAJARA, JALISCO (13/MAY/2012).- Padece de ansiedad en ciertos momentos? ¿Es celoso y desconfiado? ¿Le gusta criticar? ¿Exagera pequeños problemas? ¿Tiende a ser ordenado en exceso? ¿Es usted desordenado? ¿Es usted supersticioso? ¿Adolece de miedo a alguna cosa? ¿Padece insomnio? ¿Padece dolores de cabeza con frecuencia? ¿Padece enfermedades que el médico no logra descubrir?... De acuerdo con el folleto informativo de Neuróticos Anónimos, si respondió afirmativamente a cuatro de estas preguntas usted es un neurótico y, aunque su padecimiento no es grave, podría empeorar.

Ojo, si contestó afirmativamente a más de cuatro preguntas… considere buscar ayuda.

Sesión de martes


El coordinador, Juan —es  su nombre elegido para esta ocasión—, agita la campanilla ocre e inicia la sesión de Neuróticos Anónimos. La ira es el tema a tratar. Luego de un minuto de meditación y una oración para el buen provecho de la jornada, Juan invita a hablar a uno de los integrantes y le pide que se acerque, pues está sentado en la orilla del pequeño cuarto de paredes blanqueadas y su voz no se escucha. El hombre se incorpora con dificultad, no quiere moverse. Refunfuñando, se deja caer en la silla pesadamente:

“En una ocasión estuve a punto de matarme en un puente que está ahí por la Calzada. Estábamos jugando baraja y yo tenía una mano con la que ganaba. Tenía el juego más alto… Resulta que a mi compadre otro camarada le echó otra carta. Yo ya estaba ‘cuete’ en ese momento. Esperaba que mi compadre dijera: ‘No, esto no está bien’. De ser derecho conmigo. Y no. ¿Sabes qué fue lo que hizo? ‘Aquí está la carta y méngache pacá’. Me sentí frustrado. Me sentí traicionado por esa persona. A tal grado fue mi enojo que quise quitarme la vida. Tomé un camión para (ir a) la Calzada. Tuve la intención de matarme. Fue tanta mi impotencia que no hallé dónde recalar con esa ira”.

Su voz dura y franca suena más audible que cuando llegó al lugar y saludó a los presentes con un apretón de manos y una sonrisa sostenida: “Buenas tardes, ¿cómo estás?”.  Los anteojos le cabalgan en la punta de la nariz roma y morena. Su mirada cansada taladra el vacío.

—¿Qué es para ti la ira? —lo interrumpe Juan.

—La ira es un defecto y es una emoción que me ciega en el momento en que soy poseído por ella. ¿Por qué razón? Porque sufro trastornos mentales. Sufro trastornos digestivos y a mí me ocasionan lagunas mentales cuando estoy demasiado enojado. Me enfermo. Tiemblo.

—¿Te da seguido?

—Pues depende del estado de ira. Tiene sus grados. La ira es un enojo. Pero si no la sacas, te daña físicamente. Te quedas temblando porque te quedaste con la rabia encima.

—¿Cómo la sacas?

—Gritando. Ofendiendo. Golpeando con la misma boca.

Los nueve integrantes en la sesión se quedan helados. Unos lo escuchan con las manos sobre el mentón; otros, con las manos entrelazadas. Lo miran sin pestañear. Una de las notas del folleto informativo de Neuróticos Anónimos dice: “No debemos interrumpir al compañero cuando está hablando, él simplemente está expresando su opinión, que no precisa ser necesariamente la opinión de los demás”. Juan pone un alto a la disertación:

—Vamos a tomar ahorita ese tema a ver qué opinan los demás. Ahí yo no comparto alguna cosa contigo.

Juan llegó a la asociación cuando debido a problemas maritales le soltó una cachetada a su esposa. Se separaron por un tiempo. Juan asistió con un psicólogo que lo escuchó sin interés. Al ver que su malestar no disminuía, pidió ayuda a amigos. Uno de ellos lo llevó al lugar en el que ahora es coordinador y consejero. Volvió con su esposa. Los problemas “son los normales”.

En su turno, José, otro de los presentes, dice que la ira es la pérdida de la capacidad de mantenerse racional en el momento. “Yo la he experimentado. Cuando me llega dejo de pensar y me convierto prácticamente en un animal que solamente es reactivo”.

José se acomoda la gorra azul marino y descubre una parte de su cabello corto y cano. Un ojo más cerrado que otro, como malo de película mexicana. Cuenta que cuando era niño hizo un “berrinchazo” porque su madre no quiso comprarle un sombrero estilo llanero solitario. Lo quería. Gritaba. Pataleaba. En esa experiencia pudo verse como una persona iracunda. Prosigue con su narración. Hace pocos meses fue al tianguis. Cuando caminaba por el pasillo agolpado, lo asaltó la rabia y botó el carrito del mandado de una señora que nada le había hecho. La mujer no se dejó, le riñó. José dice que la ira le ha causado muchos problemas en su vida. En mes y medio de asistencia a las sesiones, la ira ha ido bajando: “Afortunadamente nadie me ha golpeado”.

Cuando José termina de hablar, Roberto, uno de los que más tiempo tiene en el grupo, sube a la pequeña tribuna ubicada a un lado del escritorio para decir su opinión sobre la ira. Con tono solemne, se calza los lentes de gruesa montura que le descansaban en el cuello, afianza las manos en los bordes laterales de madera y respira:

“Hola, me llamo Roberto y soy neurótico. Nosotros los neuróticos no podemos darnos ese lujo. Yo me acuerdo que cuando me estaba peleando con mi esposa me dio mucho coraje. Pero no la quise golpear y golpeé la pared. Toda la mano me la sangré. Un amigo, en su momento de ira, se sacó los ojos pero yo nomás golpeé la pared. Una vez, también la vi con el novio (su esposa le era infiel) le tiré el golpe y le quebré la nariz. El novio corrió. O sea que no desquité la ira. Pero sí puede hacer uno cosas malas”.

Cuando era celoso seguía “a la vieja” con el cuchillo o el desarmador en ristre. A varios años de distancia, ya con las heridas restañadas, comenta que la ira se ataca con inteligencia.

Ante las historias que le llegan, Juan ofrece una explicación, desarrolla una tangente: “El problema viene cuando nos encolerizamos de todo. Es mejor evitarla que dejar que llegue. Yo tengo amigos que tienen las puertas de su departamento con hoyos de los trancazos que le pegan. Tengo un amigo, Jaime Equis. El día que yo llegué y vi todas las puertas con hoyos no entendía, hasta que al ver su carácter luego luego intuí, porque nunca le pregunté. Él se desquitaba con las puertas para no lastimar a otra persona. El problema es que cuando llegas a esos grados, tu organismo ya tiene una lesión, ya se está alterando a tal grado que se empieza a ser destructivo. Es mejor tratar de evitarlo”.

Ayuda en la ciudad, localízalos

En la ciudad existen diferentes grupos de Neuróticos Anónimos. En el Centro de Guadalajara están ubicados en la calle Reforma 102 2o. piso, Col. Atejamac del Valle (A una cuadra de la Av. Federalismo). Otro grupo está en la calle San Felipe 1285, Col. Santa Teresita (entre R. Millán y Gral. Coronado) y en el teléfono 38 25 00 25. Para localizar otros centros navegue la página web http://www.neuroticos-anonimos.org.mx/contactenos.asp

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