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Epifanía y familia

Jesús “Epifanía” --es decir manifestación divina, del amor del Padre-- en sus 33 años de vida en este mundo, vivió la mayor parte de ellos con su familia, cumpliendo así la voluntad del Padre

    Después de haber vivido este hermoso tiempo de la Navidad que culmina el día de hoy, y justo en la antesala, por así decirlo, a unos días antes de que dé inicio el Encuentro Mundial de las Familias, convocado por el Santo Padre Benedicto XVI, a celebrarse del 13 al 18 del mes en curso en la ciudad de México, la Iglesia nos invita a penetrar más en los misterios de Dios, reflexionando en un acontecimiento por demás significativo, que a la vez ilumine y dé un sentido más amplio y profundo a dicho encuentro: la Epifanía del Señor Jesús.
    “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”, nos dice san Pablo en su primera carta a Timoteo 2, 4; y la Palabra, que es la Verdad, nos revela desde el principio --lo encontramos en el libro del Génesis, 2, 22-23.. que el hombre fue creado para vivir en comunidad familiar. Adán y Eva forman una sola carne, de la cual brotará el género humano; por consiguiente, la salvación del hombre no va encaminada a salvar solamente al individuo, sino a la familia, y es por eso que el mismo Jesús, cuando visita la casa de Zaqueo, y éste se convierte a Él y le dice: “Hoy ha entrado la salvación a esta casa”.
     Desde el principio de la Revelación Divina, se nos ha manifestado la voluntad del Padre de salvar al hombre dentro de su comunidad familiar, y ello lo podemos constatar en las alianzas hechas con Noé, Abraham y Moisés (Cfr. Gén 7,1-7; Gén 17,5-7; Éx 12, 1-3). La manifestación salvífica de Dios no se hace patente solamente a un individuo, sino a una comunidad.
     Estos tres personajes son sólo una figura de los que, ‘llegada la plenitud de los tiempos’ (Gál 4,6) queda bien definido, ya que Jesucristo Hijo de Dios, se convierte en primogénito de la nueva creación, y, por medio de la Nueva Alianza, sellada con su propia sangre(Cfr. Lc. 22, 20), nos hermana, conjuntando así la ‘familia de Dios’, manifestación escatológica (última) del plan de salvación.
     Y es así como, al encarnarse el verbo, se encarna dentro de una familia (Cfr. Lc 2, 1-7), porque Aquel que es la Ley, no vino a violarla sino a darle plenitud.
     Jesús “Epifanía” --es decir manifestación divina, del amor del Padre-- en sus 33 años de vida en este mundo, vivió la mayor parte de ellos con su familia, cumpliendo así la voluntad del Padre, y no tomando su condición divina como cosa a qué aferrarse (Cfr. Fil 2,6-8), se sometió a José y a María, siendo obediente, por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, y ante el cual toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los abismos (Cfr. id 9-10).
     “Y, como no es más el siervo que su Señor y el discípulo que su maestro” (Jn 13, 15-16), en este tiempo de gracia para el mundo, especialmente para nuestro país, en el que, por la gratuidad de Dios, se le asignó como sede del Encuentro Mundial de las Familias, Dios, nuestro Padre nos invita a que, una vez que Jesús ha nacido en nuestro corazón, nos convirtamos en Epifanía --es decir, en manifestación, de su amor--, comenzando en nuestra familia, ambiente privilegiado para experimentar  y vivir el amor de Dios, y así poder proyectar, junto con ella, ese amor a aquellos que no lo conocen, ni lo han experimentado porque no se han dejado amar por Él.
     No olvidemos que, por nuestro bautismo, “al ser hechos hijos en el Hijo” (Rom 8, 16-17), fuimos revestidos de la unción profética, sacerdotal y regia (Cfr. 1Pe 2, 9), que nos impulsa a ser “luz para el mundo y sal para la tierra” (Mt 5, 13-14), así como a establecer el Reino de Dios en el mundo (Cfr. Ap 12, 10).
     Insistimos, dada la importancia y la necesidad urgente que el mundo tiene de que los cristianos lo seamos en realidad: Vayamos al mundo a iluminarlo, cual epifanía, desde la plataforma de nuestra familia.

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj(arroba)yahoo.com.mx

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