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Entre muertos, una herencia de vida

Para Fernando Sáinz Domínguez, el contacto con la muerte es cosa de todos los días

GUADALAJARA, JALISCO (02/NOV/2014).- Fernando nació viendo muertos. Tocándolos, bañándolos, velándolos. Cobrando dinero por hacer de su última morada una experiencia —dentro de sus posibilidades— tranquila; no para el cuerpo inerte y frío que manipula, sino para los familiares y amigos que dan el último adiós a ese ser sin vida.

Fernando Sáinz Domínguez es embalsamador;se inició en el negocio de los servicios funerarios desde la cuna; hoy, a sus 40 años, su profesión aún causa asombro, morbo y hasta un poco de miedo, incluso entre sus conocidos. Pero a él, tanto su abuelo como su padre le enseñaron que la muerte es algo natural, tan común. Algo que a todos, tarde o temprano, nos llega.

También le enseñaron que convivir con la muerte y el dolor de perder a un ser querido sería una forma de vida y de subsistir económicamente. Fernando es la tercera generación de la Funeraria Misión San José. Ahora sus hijos y sobrinos comienzan a tomar el mismo camino, rodeados de ataúdes, carrozas, crematorios y panteones.

Cuando Fernando habla de su profesión el semblante le permanece serio, pero relajado. Para él, describir a la muerte es tan natural como lavarse las manos, pues a la funeraria llegan entre 30 y 40 cuerpos sin vida al mes.

Desde niño supo para qué servía un ataúd, y ahora sus hijos los ven como algo cotidiano y no dudan, incluso, en jugar entre esos cajones de madera fina, recostándose y escondiéndose dentro de éstos cuando la funeraria no tiene velaciones por realizar.

Nervios de acero

Sin importar qué tipo de muerte haya tenido la persona, en todos los casos Fernando tiene que procurar lo mismo: lograr que el cuerpo se preserve y esté “presentable” para la velación durante un par de horas antes de ser enterrado o cremado
.
Su tarea es dejar al cuerpo como si la persona estuviera dormida, como si hubiera dado su último aliento con paz. Él se encarga de asear y vestir los cuerpos, de maquillar los rostros, de peinarlos, de evitar que los olores cadavéricos se manifiesten, y —principalmente— de impedir que las vísceras se descompongan por completo y expulsen sus líquidos por las múltiples fosas y orificios del cuerpo.

Las formas en que Fernando recibe a los cadáveres son diversas, en ocasiones hay que ir hasta el domicilio o al hospital en el que la persona dejó de existir, toda vez que el médico ha certificado las causas y hora del deceso.

“El embalsamamiento es la preservación del cuerpo para darle una mejor presentación a la hora de velarlo. Que la familia no se quede con la idea demacrada de su familiar, que vean al cuerpo con quietud y calma”.
Para embalsamar no solamente se necesita no tener miedo y repulsión al contacto de cadáveres, también se requiere de una ética profesional como la de un policía, de un amplio conocimiento orgánico como el de un médico y un pulso perfecto como el de un cirujano.

Los embalsamadores utilizan químicos especiales para que el cuerpo inerte se pueda intervenir con facilidad. Todo comienza con una “inyección letal”, añade Fernando, al describir la incisión que se realiza en la garganta al nivel de la yugular, para que el líquido mortuorio entre por la arteria y ocasione un desangrado por la vena, hasta que la fórmula recorra por completo el sistema circulatorio.

Tampoco se trata de llegar e inyectar a lo bruto. El experto asegura que actualmente se requieren de estudios profesionales para garantizar que un embalsamador conoce cada uno de los procedimientos y reacciones cuando se trabaja con un cadáver.

“No cualquier persona se puede dedicar a esto. Para contratar a alguien que solamente nos ayude a hacer el aseo, vestir al cuerpo o acompañar en la misa y el panteón, mucha gente no aguanta. Con solo ver los cuerpos se asustan y se van”.

Manipular a la muerte

Fernando no recuerda cuál fue su primer embalsamiento en solitario ni con cuántos cadáveres ha trabajado. Hace un esfuerzo por recordar y se remonta a su infancia ayudando a su padre a rasurar al cuerpo de un hombre. Pero sí recuerda con claridad que en la ciudad de Monterrey asistió a cursos para obtener un certificado de embalsamador cosmetólogo, para aprender sobre medicina legal y para saber cómo realizar una autopsia.

Aunque las técnicas de embalsamiento se pueden aprender con tan sólo acercarse a un profesional, Fernando insiste en la importancia del conocimiento médico para evitar que el muerto “dé sustos y sorpresas” durante la velación.

Esas historias de que el cuerpo se movió dentro del féretro o que la persona fue enterrada aún con vida por equivocación, son increíbles para Fernando, pues asegura que una vez que se realiza el embalsamiento es imposible que la persona siga con vida.

“Cuando embalsamas terminas con toda vida, porque al desangrar el cuerpo ya no hay posibilidad, esto se trata de una inyección letal. También trabajamos la víscera con un tipo de tubos con los que se aspiran los líquidos existentes en la cavidad torácica para que no se descompongan los órganos”.

En una ocasión una familia le llamó asegurando que el fallecido estaba respirando, pues el vidrio del ataúd estaba empañado. Fernando explicó que los líquidos de embalsamiento, una vez en acción, comienzan a despedir gases y de vez en vez se manifiestan dependiendo el tipo de reacción que tiene cada cadáver.

Tanta es la importancia de un embalsamiento, que de no hacerse correctamente, sería imposible el trasladar cuerpos entre estados o países sin que éstos comiencen su evolución cadavérica y logren ser velados en óptimas condiciones. Cuando hay un buen trabajo, un cuerpo embalsamado puede durar hasta mes y medio. Por ejemplo, para traer un cadáver desde Estados Unidos se requieren entre 15 y 22 días, en lo que se realizan todos los trámites correspondientes para autorizar el traslado.

Alguien lo tiene que hacer

No siempre se puede trabajar en ambientes serenos. Aunque los moretes, palidez y rigidez del cuerpo desaparecen con el embalsamiento, cuando el cadáver tiene varios días es muy complicado controlar su hinchazón y esperar que se logre una despedida mortuoria común.

Esta es otra prueba de fuego. Los cadáveres en estado de putrefacción representan un reto abismal, no solamente por el olor que generan y su descomposición física, también se tiene que lidiar con la terquedad de algunos clientes que desean abrir el cajón y ver a su familiar sin importar la condición en la que esté.

“¿Haz olido a perro muerto en la calle?”, pregunta Fernando al intentar describir cómo es el olor de un cuerpo sin vida, de cómo ese aroma rancio que logra escapar del ataúd se queda impregnado en la carroza hasta durante tres días.

Fernando dice que por más estresante que sea su actividad, ninguna de sus experiencias puede ser calificada como “la peor de todas”, pero que sí ha tenido que sacar fuerzas de la serenidad y la paciencia para poder cumplir con su trabajo.

Una vez tuvo que meterse al horno del crematorio y no precisamente para encenderlo, sino para jalar de los pies a un cuerpo que no cabía por el ingreso que alcanza tan sólo los 50 centímetros de alto y que impedían que el cadáver resbalara ante lo hinchado que estaba: “En esos casos no respiras, pero nunca he vomitado”.

Durante el transcurso de los servicios funerarios Fernando enfrenta otras situaciones que pueden empeorar o facilitar todo el trabajo, tanto para sus trabajadores como para los mismos familiares que despiden a su difunto.

En los pasillos de la funeraria Fernando también tiene que entrarle a los pleitos y turbulencias emocionales de las familias ajenas que contratan sus servicios. En plena velación se ha descubierto que el difunto tenía más de una familia, por ejemplo, pero con cabeza fría y también sensible a la situación, este embalsamador tiente que encontrar las palabras precisas para cobrar sus servicios.

Aunque la muerte y estas escenas de dolor son cotidianas para Fernando, el encarar el fallecimiento de un familiar es muy distinto cuando se está dentro del negocio funerario. Él ha preferido no poner en práctica sus habilidades mortuorias cuando se trata de alguien cercano.

“Es un golpe muy duro, porque tratar con tu familia sí es muy pesado. Hace unos años también falleció mi tío, a él ni lo embalsamamos ni lo pusimos en la funeraria, se quedó en su casa y al día siguiente al crematorio”.

Ni la muerte te llevas

“De que nos vamos a morir es lo único seguro”, dice entre bromas Fernando al considerar que son muy pocos los que realmente están conscientes de que el día final llegará. También son pocos los que van preparando su funeral, o al menos lo van pagando de poquito a poquito: “No todos estamos preparados para la muerte. Cuando a la gente se le oferta el servicio funerario con tiempo, lo rechaza, y mucho menos compran un nicho o una propiedad en el panteón”, argumenta al reflexionar sobre el gran golpe económico que representa la asistencia mortuoria.

“¿Qué si he pensado en mí funeral? Claro que lo piensas, pero no decides tú, lo hace tu familia. Aunque dejes tus deseos por escrito o ante notario, si tu familia no quiere, eso no se hará. Solamente asegúrate de dejar pagado todo”.

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