Suplementos
El octavo mandamiento
Jesús dijo: Yo soy la verdad. Esto sí es importante, esto sí es grande. Lo dijo quien no miente, no engaña
El octavo mandamiento de la Ley de Dios es un lío superior en nuestro mundo. “No mentirás”, dice la ley, y nosotros nos encontramos inmersos en mentiras de todos colores y sabores, falsedades, hipocresías. Somos capaces de justificar lo que es reprobable y nos ponemos máscaras para falsear la realidad, y hasta inventamos lo más inverosímil para lograr nuestros aviesos fines.
Mentir dando visos de verdad a lo que es una clara mentira, es de lo más dañino, y más cuando la mentira lleva veneno que perjudica a otras personas y legalmente les perjudica.
No podemos pensar que sea lo mejor un mundo donde la mentira se pasea con descaro, distorsionando los acontecimientos. Pero más que detenernos en todo esto, vamos a reflexionar en lo que el Señor Jesús nos enseña al respecto.
Jesús dijo: Yo soy la verdad. Esto sí es importante, esto sí es grande. Lo dijo quien no miente, no engaña. ¿Quién puede decir lo mismo?
Jesús nos invita a la verdad, para asemejarnos a Él y para encontrar por la verdad el auténtico camino del amor.
Jesús es la verdad plena, y sus palabras suyas son de vida, y de vida eterna.
Esto quiere decir que el cielo y la tierra pasarán, pero lo que Él nos dijo un día se cumplirá sin falta, al pie de la letra.
La verdad de Jesús es vida y da vida. Y aunque nosotros no hayamos aprendido, o no queramos aprender aquello que vino a enseñarnos, su lógica sigue siendo válida, porque es lo que más nos beneficia y lo que puede darnos la salvación. La verdad seguirá siendo un valor incuestionable, y el mentir va a ser siempre un pecado que no por generalizado es más leve.
Tendríamos que poner el mayor empeño en recuperar la transparencia de la verdad, porque si no la vivimos ahora, no podremos vivirla en un futuro.
La verdad en familia. Y mirando sinceramente nuestra realidad, ¿qué y cómo enseñamos a las nuevas generaciiones a vivir la verdad y a vivir en la verdad?
Si los niños se dan cuenta de que los adultos mienten, difícilmente van a aprender a valorar la belleza y la grandeza de la verdad.
Si nos ven saltando entre una trampa y otra, aprenderán a hacer lo mismo. Si nos escuchan a hablar mal de tal o cual persona, sea de la familia o desconocida, la imagen de la verdad se deteriora, pero primero y sobre todo se deteriora nuestra imagen.
El amor a la verdad y la verdad del amor.
Según lo que enseña nuestro Señor Jesucristo en su mandamiento supremo, a verdad tiene como base y fundamento el amor. El que ama no miente, no engaña, no defrauda la confianza. El que ama no piensa ni habla mal de otras personas. El que ama no hace juicios temerarios, y mucho menos críticas o calumnias. El que ama sabe incluso disculpar apariencias que pueden acusar. El que ama prefiere “salir raspado”, antes que perjudicar a otros con sus opiniones.
Es bueno pedir al Señor Jesús que nos enseñe a no mentir nunca, pero sobre todo a amar la Verdad, a tal punto que seamos capaces de defenderla hasta con la vida.
María Belén Sánchez fsp
Mentir dando visos de verdad a lo que es una clara mentira, es de lo más dañino, y más cuando la mentira lleva veneno que perjudica a otras personas y legalmente les perjudica.
No podemos pensar que sea lo mejor un mundo donde la mentira se pasea con descaro, distorsionando los acontecimientos. Pero más que detenernos en todo esto, vamos a reflexionar en lo que el Señor Jesús nos enseña al respecto.
Jesús dijo: Yo soy la verdad. Esto sí es importante, esto sí es grande. Lo dijo quien no miente, no engaña. ¿Quién puede decir lo mismo?
Jesús nos invita a la verdad, para asemejarnos a Él y para encontrar por la verdad el auténtico camino del amor.
Jesús es la verdad plena, y sus palabras suyas son de vida, y de vida eterna.
Esto quiere decir que el cielo y la tierra pasarán, pero lo que Él nos dijo un día se cumplirá sin falta, al pie de la letra.
La verdad de Jesús es vida y da vida. Y aunque nosotros no hayamos aprendido, o no queramos aprender aquello que vino a enseñarnos, su lógica sigue siendo válida, porque es lo que más nos beneficia y lo que puede darnos la salvación. La verdad seguirá siendo un valor incuestionable, y el mentir va a ser siempre un pecado que no por generalizado es más leve.
Tendríamos que poner el mayor empeño en recuperar la transparencia de la verdad, porque si no la vivimos ahora, no podremos vivirla en un futuro.
La verdad en familia. Y mirando sinceramente nuestra realidad, ¿qué y cómo enseñamos a las nuevas generaciiones a vivir la verdad y a vivir en la verdad?
Si los niños se dan cuenta de que los adultos mienten, difícilmente van a aprender a valorar la belleza y la grandeza de la verdad.
Si nos ven saltando entre una trampa y otra, aprenderán a hacer lo mismo. Si nos escuchan a hablar mal de tal o cual persona, sea de la familia o desconocida, la imagen de la verdad se deteriora, pero primero y sobre todo se deteriora nuestra imagen.
El amor a la verdad y la verdad del amor.
Según lo que enseña nuestro Señor Jesucristo en su mandamiento supremo, a verdad tiene como base y fundamento el amor. El que ama no miente, no engaña, no defrauda la confianza. El que ama no piensa ni habla mal de otras personas. El que ama no hace juicios temerarios, y mucho menos críticas o calumnias. El que ama sabe incluso disculpar apariencias que pueden acusar. El que ama prefiere “salir raspado”, antes que perjudicar a otros con sus opiniones.
Es bueno pedir al Señor Jesús que nos enseñe a no mentir nunca, pero sobre todo a amar la Verdad, a tal punto que seamos capaces de defenderla hasta con la vida.
María Belén Sánchez fsp