Suplementos
El curso de los cursos
Llama la atención la proliferación actual de esos cursos, talleres, conferencias de las que salen muchos de nuestros 'profesionistas'
GUADALAJARA, JALISCO (28/JUN/2015).- Mi abuelo nunca tuvo buena opinión de los homeópatas. Había conocido uno en un pueblo cerca de la costa: un vendedor de farmacia que pasó años frustrado por no ser médico y para remediarlo se metió a un curso de seis semanas, que fue a tomar a la capital. Regresó a las cuatro, ya autocoronado como homeópata. “No le salían ni los crucigramas”, aseguraba mi escéptico abuelo. El hombre puso consultorio. No le resultó bien y un par de años después se dedicaba a la venta de cocos en una plaza. Eso sí, se llamaba a sí mismo “el Doctor”. No es que pretenda yo atacar a los homeópatas. No. Lo que me llama la atención es la proliferación actual de esos cursos, talleres, conferencias, diplomados, sesiones de adiestramiento y asesorías de grupo de las que salen muchos de nuestros “profesionistas”. Es decir, de esas clases más o menos irregulares, al margen de los programas y los métodos académicos.
¿Cómo es que alguien piensa que va a curar gente luego de dos sesiones sobre los chacras o el aura impartidas por alguien que se lava el pelo con puras claras de huevo? ¿Se animaría a construir un puente después de una tarde de dibujo técnico? Pero estas dudas, que se parecen a las de mi abuelo con respecto a los talentos médicos del dependiente de farmacia, no son las que se plantea la mayor parte de las personas. Y hay razones de por medio. La primera es que el nivel de muchas de nuestras universidades no está muy lejos del que tienen los cursillos azarosos. Todos conocemos a licenciados que salieron del aula casi cum laude y no sirven ni para amarrarse las agujetas. Lo segundo es que los programas académicos suelen estar pensados por personas que viven dentro de burbujas y no creen que sus egresados vayan a hacer cosas como pedir empleo. A eso se debe la proliferación de carreras que sirven para formar investigadores antes que profesionales. Pongo el ejemplo de las ciencias de la comunicación. ¿Cuántos “analistas de medios” necesita una sociedad? Seguro menos de lo que necesita periodistas. Sin embargo, hay pocas escuelas de periodismo y muchas que forman “analistas de medios”, lo que es tan sensato como entrenar cien árbitros por cada futbolista… Finalmente, hay una enorme cantidad de población que no tuvo dinero para entrar a una Universidad, o que debe trabajar y no cuenta con el tiempo para educarse en salones tradicionales. Y no pocos entre ellos desean instruirse y buscan formas de hacerlo, lo cual me parece justo y bueno. El problema no es la necesidad, sino el tipo de personas que suelen avivarse para aprovecharla.
También es cierto que mucho de lo que se enseña en los improvisados talleres de todo tipo no tendría cabida en las aulas de ninguna escuela porque se trata de asuntos al margen de la ciencia. Vaya, no dudo que alguna universidad gringa tenga un departamento de parapsicología pero dudo mucho que se dedique a dar cursos de “tarot tántrico yogui cristiano”, como el que ofrece un volante que tengo en las manos (también enseñan técnicas de masaje asiático o al menos eso dicen).
Aunque Michel Onfray y otros pensadores contemporáneos han propuesto romper con los moldes académicos y volver a la enseñanza abierta de los griegos de la antigüedad, no creo que sean sus ideas las que animan a la mayoría de los que ofrecen cursos extra-académicos. En fin. Nadie necesita un doctorado para hacer galletas, es verdad. Pero cuando se trata de la salud de un paciente quizá el estándar debería ser más alto.
¿Cómo es que alguien piensa que va a curar gente luego de dos sesiones sobre los chacras o el aura impartidas por alguien que se lava el pelo con puras claras de huevo? ¿Se animaría a construir un puente después de una tarde de dibujo técnico? Pero estas dudas, que se parecen a las de mi abuelo con respecto a los talentos médicos del dependiente de farmacia, no son las que se plantea la mayor parte de las personas. Y hay razones de por medio. La primera es que el nivel de muchas de nuestras universidades no está muy lejos del que tienen los cursillos azarosos. Todos conocemos a licenciados que salieron del aula casi cum laude y no sirven ni para amarrarse las agujetas. Lo segundo es que los programas académicos suelen estar pensados por personas que viven dentro de burbujas y no creen que sus egresados vayan a hacer cosas como pedir empleo. A eso se debe la proliferación de carreras que sirven para formar investigadores antes que profesionales. Pongo el ejemplo de las ciencias de la comunicación. ¿Cuántos “analistas de medios” necesita una sociedad? Seguro menos de lo que necesita periodistas. Sin embargo, hay pocas escuelas de periodismo y muchas que forman “analistas de medios”, lo que es tan sensato como entrenar cien árbitros por cada futbolista… Finalmente, hay una enorme cantidad de población que no tuvo dinero para entrar a una Universidad, o que debe trabajar y no cuenta con el tiempo para educarse en salones tradicionales. Y no pocos entre ellos desean instruirse y buscan formas de hacerlo, lo cual me parece justo y bueno. El problema no es la necesidad, sino el tipo de personas que suelen avivarse para aprovecharla.
También es cierto que mucho de lo que se enseña en los improvisados talleres de todo tipo no tendría cabida en las aulas de ninguna escuela porque se trata de asuntos al margen de la ciencia. Vaya, no dudo que alguna universidad gringa tenga un departamento de parapsicología pero dudo mucho que se dedique a dar cursos de “tarot tántrico yogui cristiano”, como el que ofrece un volante que tengo en las manos (también enseñan técnicas de masaje asiático o al menos eso dicen).
Aunque Michel Onfray y otros pensadores contemporáneos han propuesto romper con los moldes académicos y volver a la enseñanza abierta de los griegos de la antigüedad, no creo que sean sus ideas las que animan a la mayoría de los que ofrecen cursos extra-académicos. En fin. Nadie necesita un doctorado para hacer galletas, es verdad. Pero cuando se trata de la salud de un paciente quizá el estándar debería ser más alto.